Terminó de tomar su café sentado junto al ventanal del bar, observando la calle, pensando su soledad. Dejó unos billetes sobre la mesa, saludo de lejos la moza, abrió la puerta y salió. Parado en la calle, de espaldas al bar, levantó la vista hacia cielo, respiró profundo y exhaló tanta tensión como aire llevaba acumulado en los pulmones. Miró hacia ambos lados de la vereda eligiendo hacia qué lado comenzaría a caminar. Hacia la izquierda. Camino calle abajo y a unos pocos pasos, junto a la mesa de saldos de una librería, la figura de una muchacha revolviendo libros, atrajo su atención. Al pasar junto a ella, sus ojos se posaron en las manos tatuadas que escarbaban sobre los libros. Todo se detuvo, el día se apagó, un telón negro y gigante cayó sobre ellos envolviéndolos. El no podía sacar la vista de esas manos tatuadas, en solo un segundo descifró el mapa y la historia que vivía en esos dibujos. Eran tallos verdes, delicados, frágiles, un espiral de tallos flotando en diferentes direcciones que nacían en las uñas rojo sangre y se le enredaban entre los dedos, como buscando florecer. En esos dibujos ella mostraba sus secretos, las huellas de su vida. El se paró a su lado y ella, sin girar a mirarlo, sin sobresalto ni sorpresa dijo:
-Te estaba esperando. Sacame de acá.
Se tomaron de la mano y comenzaron a caminar. La luz de la mañana los iluminó, dos desconocidos sin historia común que recordar. El se perdió en un rostro impaciente y bello, en sus ojos claros, en el pelo rojizo y enrulado que le caía sobre los hombros quemados por el sol. En silencio giraron en la primera esquina que cruzaron, sin saber bien el porqué, el presentía que ella debía estar a su lado. Crecía en ambos, a cada paso, el deseo. Encontraron abierta la puerta de un edificio y entraron, fueron escaleras arriba, uno, dos, cinco, nueve pisos, hasta que se enfrentaron a la puerta de la azotea, la atravesaron y caminaron hasta el pretil. Recorrieron como perros enjaulados el área del edificio, sin encontrar más salida que el abismo hacia la calle. Oyeron el estruendo de la puerta al golpearse a sus espaldas, el piso vibró. Sintieron el encierro. Sin soltarse de las manos, se miraron a los ojos.
-Ni vos ni yo podemos seguir escapando. Voy a ceder el control y a descarrilar en tus brazos –dijo ella con una voz que parecía no salir de su boca.
-Si amor, dejemos de vivir en la oscuridad.
Ceder el control, el eco de esas palabras resonó como un disparo, era seguro que nacía otro tiempo, otra forma y otra sangre. Desde lejos llegó una música que ambos conocían, lo tomaron como una señal, como un nuevo mensaje del destino. Vieron como lentamente en cada tallo tatuado, se comenzaba a dibujar un suelo y una raíz. Los tallos ascendían por los brazos y explotaban en rosas rojas sin espinas. Con una simple promesa nacía ante ellos una ruta alternativa. Sin saberlo ni esperarlo, juntos pulsaron el botón preciso y se desnudó la parte inmaterial de un mecanismo misterioso. Pulsaron el botón de lo ausente, de las trabas injustificadas del amor. El pasado se volvió pasado, solo había futuro y eso era más que suficiente.
Se besaron, al tiempo que un remolino de mariposas se posaban sobre las rosas tatuadas. Cambiar es inevitable.
fino. Junio 2020
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