Antes de escuchar la propuesta Daniel ya tenía definida su respuesta, ya estaba decidido. Escuchó con atención los planteos monótonos en la sala de reuniones donde abundaban los rostros adustos y un enojo generalizado. Y sucedió lo que todos ya sabían, lo que todos esperaban que sucediera. Daniel se puso de pié y comenzó lo que se intuía, un largo monólogo, un exorcismo.
-Estoy cansado. Ya lo he dicho y lo repito acá frente a todos, debemos cambiar. Hablamos durante toda la semana de violencia y de dolor. Damos cátedra de moral, señalando, acusando, discutiendo. Violamos las formas y los contenidos, fomentando la ira. ¿Esa es nuestra estrategia? Hablamos cada día y todas las semanas de asuntos que en su mayoría desconocemos, pero que insistimos en machacar –dijo serio y decidido -Mostramos toda nuestra mezquindad editorializando, vertiendo litros de sangre cuajada para saciar nuestra profunda sed de facturar ¿Y la honestidad? La perdemos con panelistas sordos en mesas de parloteo cruzado e incesante. Después nos quejamos de caer en saco roto, graznando que ya lo habíamos advertido ¿Y la honra a nuestros diplomas? ¿Y el análisis profundo? Vendemos los que nos compran, lo que se vende, en un histérico salto al vacío -decía aumentando el volumen y buscando entre los rostros, miradas cómplices –. Es ahí que duerme la Bestia violenta, la sádica, la paranoica. La que genera desamor y locura.
Dejándose caer en su silla y con lágrimas en los ojos, corrió la taza de café que tenía a su frente, para poder extender sus brazos sobre la mesa y dejar las palmas hacia arriba apuntando hacia el techo de la moderna oficina. Luego dijo en tono lento, pesado:
-Nuestra miseria tiene el revólver cargado y la espada desenvainada. Llenamos sus platos vacíos con la falsa promesa del entretenimiento. Lo que sale de nuestras bocas es mierda, una mezcla inmunda de sangre coagulada y consumo descarado. Es pura mierda.
Los jefes de Daniel, lo miraron sin emitir juicios ni reproches, lo dejaron respirar y pacientes esperaron que levantara la vista. Cuando cruzaron miradas, luego de varios minutos de silencio, extendieron frente a él, un papel, un nuevo contrato donde resaltaba al final del texto una cifra con cinco o seis ceros. La risa de Daniel retumbó en las paredes del lugar por algunos minutos, hasta que se cortó como con un golpe certero de guillotina afilada. Daniel los miró con rencor, con odio, adivinando que su discurso urgente y furioso de poco había servido. Estampo su firma en la línea punteada, dejó la sala con un portazo atronador que hizo temblar los cimientos más profundos del canal de televisión. Portazo que seguía resonando mientras entraba a la sala de maquillaje. Faltaba poco para volver a salir al aire.
fino.
Agosto 2020.
Del libro: El Gen de la Bestia
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