Un punto mínimo, minúsculo, una picadura, el dibujo que
deja una aguja que incrustó en las venas el veneno de la muerte, el flash del
placer químico o una simple marca imperceptible del amor. Quién lo sabe, pues
no habrá lugar para la autopsia, para estudios clínicos o investigación policial.
No habrá tiempo. El estaba ahí, en el sillón, tieso, deshaciéndose,
deshilachándose en el antes, en el ahora, en el espacio cerrado de una habitación que nadie volvería a abrir, que nadie volvería a habitar. El olor a
podrido se descolgaba desde las paredes y se perdía en sí mismo, todo se había
congelado pero no lo suficiente para evitar la descomposición natural, nada
podía evitar la gula insaciable de las bacterias, de los gusanos, de las
hormigas. El cráneo ladeado hacia la derecha se mantenía apenas pegado al
cuello por algún tendón furioso que se negaba a reventar, quizás había sido el
último en contraerse para evitar lo inevitable, lo que finalmente sucedió. La
oscuridad haría el resto, las puertas cerradas, los gruesos cortinados tapiando
las ventanas manteniendo a distancia, lejos, cualquier mirada intrusa de un
rayo de luz. Pensar en causas o motivos que sentido tenía, si los colgajos de
carne y vísceras eran todo lo que mantenían a ese pedazo de cuerpo anclado al
mundo. Hasta que el tiempo pasara y como todo, estaba pasando, y todo continuaría
tal cual estaba sucediendo en ese mismo momento. El ciclo natural. Luego todo
desaparecería, el cuerpo, la ropa y los huesos hechos polvo apilados sobre lo
que alguna vez fue el fino estampado de un mullido sillón. Después o al mismo
tiempo, quién podría afirmarlo, las maderas y los techos caerían destrozados
por el tiempo, las hojas de los libros se borrarían hasta deshacerse por la
fuerza impiadosa del viento del mar y la sal colgada en el aire húmedo del océano que arrasaría con
todo, con el quinchado, con los trozos de nylon que alguna vez sirvieron del aislante,
y los clavos tercos y herrumbrados que habían sostenido la construcción durante
casi toda una vida. Y las acacias del entorno caerían y de sus semillas otras
tantas nacerían formando después montones de hojas secas y de ramas que avivarían
fuegos luego de transformarse en leña que alumbrarían en la oscuridad, o darían
calor a quienes necesitasen calmar el frío cuando otro invierno llegará y el
viento volviese a soplar inclemente, arrastrando la arena, que poco a poco se
iría acumulando y que, más temprano que tarde, iría barriendo y cubriendo las
huellas de todos los desechos. Los desechos humanos, los materiales, los
sentimentales. El implacable iría arrasando hasta las almas muertas, como en
una canción triste. Todo, todo se iría olvidando, perdiendo, borrando, mutando,
desapareciendo por un punto mínimo, minúsculo, del tiempo.
fino.
Música: Mundo Agradable - Serú Giràn.
Julio 2021.
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