-Cuànto sol, cuanta luz -se mintió.
Aunque si, se había terminado la oscuridad y las palabras que la unían a él. Fue tan efímera y frágil la felicidad, tan llena de insignificantes cosas bonitas que, sabía, no valían un solo gramo de su dolor.
-Si amor, deseo descansar de tanto soñar -dijo en voz baja sin que él escuchara.
Pájaros mudos cantaban en el jardín y niños invisibles iban camino al nirvana. Solo le restaba saludar o beber una limonada fría bajo el alero lleno de flores coloridas. Alero y flores que no existían, que jamás existirían y donde el sol nunca se escondería.
Ese era un mural eterno para el punto máximo de alguna felicidad verdadera. Ahora, la despedida y los vestigios de una inmensa mentira. “Para que reescribir tanta basura, mejor sonreír. Adiós” pensó.
Antes de cerrar la puerta y subirse al auto, giró la cabeza y lo miró dormir. La saliva dejó sus labios y cayó sobre la alfombra gastada de ese cuarto de mala muerte. Encendió el motor, salió pisando suave el acelerador sin otra certeza que encontrar la ruta hacia su lejanísima y casi olvidada Montevideo. Miraba por la ventana conduciendo y fumando. Al final de todo, ya no quedaba casi nada, solo vacío y descomposición, el resto sería una historia descarnada que alguna vez alguien escribiría. Se perdió desde el pensamiento mirando la gente que desfilaba a los costados del auto. La anciana envuelta en un saco triste y caro, una pareja adolescente de pantalones rasgados y con los ojos incrustados en los teléfonos, un borracho enroscado en un semáforo esperando que la luz amarilla y el mundo dejaran de temblar.
Autos, bicicletas y motos arremolinándose en la tarde, frente a sus ojos húmedos que se vaciaban en una película muda mil veces vista. Otra vez blanco y negro. Otra vez huyendo sola y sin nada más que la muerte de otra esperanza.
Él dormía.
fino.
Collage: Lily Gar.
Música: Depois - Marisa Monte.
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