Despertó con el aroma del café.
Abrió los ojos y chocó con otra realidad, no era un día de semana, ese olor estimulante estaba fuera de tiempo y lugar. Es domingo, pensó. Ella no estaba a su lado en la cama, pudo comprobarlo al estirar la mano. La maquinaria cerebral movió otros hilos, recordó que ella se había quedado en el living luego de discutir hasta entrada la madrugada.
Los dos, feroces y heridos habían naufragado en pases de facturas y reproches regados de alcohol. El había bebido hasta perder el control de casi todos sus sentidos pero a ella, petrificada y muda, si que la recordaba. Recordaba su sombra bajo el marco de la puerta.
El vapor del café caliente, recién hecho se incrustaba en su cerebro entreverando percepciones, sentimientos. No todo estaba claro ¿Qué debía sentir? ¿Que podía sentir? Nada. Necesitaba mirarla a los ojos, recién ahí podría decodificar en que lado de la trinchera colocarse.
Si ir al ataque, si esperar protegido en argumentos o si levantar la bandera blanca de la paz. De algo estaba seguro, bien seguro, sabía que ya nada volvería a ser igual. El tiempo, implacable, había clavado su aguijón. El aroma zigzagueante otra vez lo sacaba del ensueño.
Era hora de levantarse, de salirle de cara lavada al mundo, al pequeño, al inmenso, a la vida. Era un prisma girando, intentando hacer algo más que descomponer la luz que lo atravesaba.
Se levantó, bajó las escaleras decidido a hundirse en el purgatorio. Era hora. Pisó seguro cada uno de los escalones, infeliz y pronto a sobrevolar los escombros. Bajó pisando fuerte como un centurión, preparado para ofrecer agua o matar. Preparado a admitir el deseo perdido.
Mientras descendía, y frente a sus ojos, pasó la vida como títulos al final de las películas. Se desparramaron por la pared y en cascada esas miles de letras que no dicen nada. Esas que nadie ve, que nadie lee, esos cientos de desconocidos que figuran sin estar, sin existir.
Nombres perdidos sin importancia. Bajó acariciando y sangrando. Notó los parches, los agujeros, los puntos y comas, el ritmo quebrado del aire. Bajó con la certeza de que hay cosas que nunca se logran comprender. Cuando se sentó noto la soledad, el silencio. Notó que el banco aun estaba caliente. Supo que todo había terminado.
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