Al momento que golpeaban a la puerta,
Gabriel dejaba caer sobre la olla de barro unas gotas de aceite y
las verduras que había estado cortando. Tiras de morrón rojo,
cebolla colorada, morrón verde y ajo crepitaban sobre el barro
caliente, cuando se escucharon otra vez los golpes. Apoyó la cuchara
de madera sobre una tabla y llegó hasta la puerta con paso
acelerado. Era Laura, tenía puesto el vestido ajustado y rojo que
tanto le fascinaba, traía una botella de vino blanco, un ramo de
flores y las últimas perlas de sol que le quedaban a la tarde.
-Pasá, ya estoy cocinando –dijo
Gabriel al besarla en la mejilla.
Le dio la espalda y ella quedó
sorprendida en el umbral de la puerta, esperaba un beso más fogoso o
mucho más profundo. Todo sigue igual, vino blanco sabiendo que
comeríamos carne roja, pensó él mientras sumaba rodajas de tomates
y zanahorias sobre las verduras que cambiaban de color al cocinarse
en la temperatura justa. Agregó una taza de caldo sin escucharla
cuando preguntó si dejaba el vino en la heladera.
-Me alegró muchísimo recibir tu
llamada, hace tiempo que esperaba –dijo ella al tiempo que guardaba
la botella en el refrigerador.
-Si. Nos debíamos este encuentro,
demoré demasiado, pero necesitaba pensar. Pone algo de música,
movete tranquila, estás en tu casa -dijo él concentrado en su
tarea.
Nunca mejor dicho pensó ella, que
extrañaba sus cosas y que permanecían en el mismo sitio en que las
había dejado. Eligió un disco de Sade, música especial para una
noche especial, dejo la púa en el surco y la voz sensual de la
cantante comenzó a invadir el apartamento, las caderas de Laura
dibujaban curvas sobre el swing.
-¿Tomamos un poco de vino? –preguntó
ella imaginando una velada perfecta.
-Si, claro. Acá hay una botella
abierta.
Ella con dos copas en la mano
disfrutaba atraída por el perfume a romero y tomillo fresco que el
recién había desparramado sobre la cocción junto con una hoja de
laurel. La salsa estaba llegando a su punto máximo, era momento de
agregar las rodajas de papas y los bifes de lomo. Era el momento
justo de cocinar todo en su jugo y a fuego lento. Tiempo, todo era
cuestión de tiempo.
- Te llamé por qué necesito hablarte
–dijo Gabriel mientras dejaba sobre la mesada el repasador,
perfectamente doblado como siempre.
-Yo también lo necesito Gabriel y
además quería disculparme.
-Shh, no digas nada. No hace falta, lo
que pasó, pasó. No me interesa saber nada más del asunto. Solo
quiero que estemos bien.
La cara de Laura se iluminó. La copa
de vino tinto que terminaba de beber le quitó los nervios y las
palabras de Gabriel hicieron el resto. Sonrió, sabía que él no
podía dejarla así como así. Ella entrecerró los ojos y se dejó
envolver por la música que la arrastraba a lugares conocidos. Amaba
ese disco, era la banda sonora de tantas noches de amor, el as en la
manga al momento de las caricias. Laura apagaba las luces y prendía
velas de colores que había desperdigadas por todo el apartamento.
Gabriel sacudió la cabeza lentamente sabiendo lo que Laura
proyectaba. Con la copa vacía en la mano fue camino hacia la
botella, decidió rectificar el sabor de la cena, una pizca de azúcar
para atenuar la acidez y luego volcó el resto del vino sobre la
preparación para mejorar la consistencia. Ella bailaba y nunca
imaginó lo que Gabriel le diría.
- Ahí sobre la mesa hay unos papeles.
Necesito que los firmes.
Ella fijo la vista en los documentos y
asombrada comenzó a leer, él le allanó el camino dejando de lado
las formalidades que guardaban las palabras.
-Mira, es la mitad de todo, del
apartamento, del terreno y la cuenta del banco. Creo que es lo justo
para poder comenzar una nueva vida. Lo sentimental es otra cosa, para
mi todo eso esta muerto y vos ya te encargaste de ese velorio.
Laura quedó petrificada con los
papeles en la mano mirándolo con ojos perdidos. El le señalo una
birome y camino a la cocina le dijo:
-En diez minutos cenamos, solo faltan
unas arvejas frescas y un poco de perejil.
Sade llenaba el silencio con la
cadencia de su voz cuando se escuchó el portazo en la puerta de
calle. Gabriel suspiro y dejó caer los hombros, destapó otra
botella de vino tinto, extendió el mantel, colocó la olla en una
tabla sobre la mesa alumbrada por las velas. El aroma de la comida se
volvió insoportable y el vino blanco moría avinagrado en la
heladera.
-La mitad de todo –dijo en voz alta
mientras servía dos platos y llenaba las dos copas.
fino.
junio 2019. ilustraciòn: Diego Soria.
Qué buena historia! Con un final tan ácido como ese vino en la heladera.
ResponderEliminarCon pocos elementos construís una realidad cercana a cualquiera de nosotros con un toque de sensibilidad que es la que nos llega a través de tus palabras.
Me encantó!