Entró al bar y eligió la mesa del fondo junto a la ventana. Y sin que nadie le respondiera, su saludo quedó colgado del aire como todas las mañanas. El mozo preparó un café doble y cargado bostezando indiferencia, se lo llevó hasta la mesa junto con un vaso grande de soda en el más absoluto silencio, como todas las mañanas.
Felipe fue tomando el elixir caliente y amargo mientras leía un libro. Con el pasar de las páginas aburridas, la taza quedó vacía y su garganta reseca. Cerró el libro y bebió del vaso de agua con la urgencia que da el deseo. El primer sorbo helado y burbujeante estalló en su paladar despegando los restos áridos de la sed. Luego, trago a trago, el líquido fresco fue calmado sus ansias y mutilando los desperdicios de otra mañana perdida. Salio del bar sin dejar propina y jurando que nunca más volvería. Su cuerpo ya no soportaba los desechos que bajaban por su garganta: el café rancio, la indiferencia del silencio y la mala lectura.
fino.
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