Unas pocas palabras bastarían. Tal vez alguna frase introductoria.
Estaba dispuesta a oír, ya lo tenía pensado. Se encontraba segura de todo, no tenía ánimo de pelear ni discutir y eso sería una sorpresa para quién estaba a su frente. Respondería a todo diciendo que si, se dejaría envolver en el discurso que Soledad seguramente había preparado. Sabía que ya estaba todo preparado, incluida la frase inicial.
Alma y Soledad, sentadas frente a frente.
Habían pasado dos semanas desde la última vez. Dos largas y eternas semanas. Lo peor había sido la nebulosa y lo retorcido e inexplicable de sus pensamientos. Conocía demasiado a Soledad, siempre adivinaba sus palabras, sus gestos, pero eso ya no era gracioso ni admirable. La tristeza había comenzado a devorarlo todo, incluso los restos del amor.
Alma esperaba en silencio, restaba los segundos que faltaban mientras Soledad revolvía un café sin espuma con los ojos clavados en la tétrica oscuridad del líquido.
¿Qué loco todo, no? pensaba mientras gastaba otro segundo.
No quería dramas ni histerias ni celos, propios o ajenos. No quería. Siempre había jurado que el amor, su amor, era sincero, simple.
Ahora dudaba de eso y de cientos de cosas más, la única certeza que tenía la estrujaba contra el vaso de cerveza y ese era su amuleto fiel. La amaba no tenía duda alguna, pero era momento de soltar y eso se desprendía de la escena que estaban viviendo.
Alma y Soledad.
El café humeante de Soledad se hizo un remolino en el centro del pocillo cuando sacó la cuchara.
El vaso con cerveza besó los labios fríos de Alma.
Sin mirarse a los ojos las dos buscaban un lugar lejano, un lugar que no fuese ese que estaban habitando.
Ellas hundidas en un terco delirio japonés.
El primer sonido que saliera de sus bocas rompería todo, destrozaría todo, la primera vez, la playa desierta, el fuego de sus cuerpos, las lunas llenas, el sudor de sus manos y la sal de la piel. Todo.
Estaban a bordo de un barco sin alas, encallado en la nada de un punto sin retorno.
Soledad esperaba, sabía de los impulsos vitales de Alma. Por eso se había preparado para no sacudir violentamente el árbol repleto de frutos verdes, de frutos maduros.
Todo lo que deseaba era que no fuese igual que siempre, o al menos como las últimas veces. Que todo fuese puro, sin esas manchas rojas, oxidadas de la pared. Pensaba en mover las fichas sin levantarlas del tablero, deslizarlas lentamente sin mostrar del todo sus movimientos. Engañar, sorprender, jugar esa parte del juego como si no fuese totalmente ella, la de siempre.
La remilputaqueloparió, era Alma, su Alma.
Aun en silencio los cables estaban pelados y las chispas azulaban el aire, sobrevolaban en fogonazos sin control.
Ninguna de las dos deseaba repetir la historia. Ya eran otras.
Un aire caliente las atravesó desde el costado cuando se abrió la puerta junto a la mesa donde estaban sentadas. Les llegaron las voces de la calle, gritos, bocinazos y el caldo de cultivo en el que se ahogaba el mundo ahí afuera.
La puerta se cerró. El silencio las trajo otra vez al juego. Se miraron. Se tomaron de la mano. Cada una recogió sus cosas. Cada una dejo dinero para pagar lo que habían consumido. Propinas.
Se levantaron.
Alma abrió la puerta. Salieron.
Soledad caminó hacia la derecha. Alma caminó hacia la izquierda. Otra vez se hundieron en el caldo de cultivo.
fino. Collage: Lily Gar.
Música: Jardín Japonés - La Dulce.