La
navaja caliente.
Una
navaja caliente y unas gotas de agua helada, iguales al resto. Eran
iguales al resto, aunque solo tenían seis meses de tiempo. Estaban
en un lugar repleto de gente, sábado a la noche en el centro de la
ciudad, un bar en llamas con los niveles de sonido que produce el
alcohol en decenas de personas después de las tres de la mañana.
Los héroes, dueños de los milagros estaban en los rincones, en los
mejores lugares, el resto de los mortales pululando entre las mesas,
la barra y los pasillos, todos inmersos, mezclándose en las redadas
del desenfreno con algunas pizcas de lujuria y alcohol. Tanhya y
Fernando, desde sus ojos, lamían los bordes de las siluetas con la
fuerza nerviosa de un rayo láser, dos corceles indomables, buscando
razones o disculpas para sentirse diferentes. Se pensaban diferentes,
y a pesar de que creían no estar en el juego, estaban metidos hasta
el culo en ese lío. La música no dejaba lugares en blanco por los
cuales respirar. El sudor inconfundible de la marea humana flotaba en
el techo batiéndose a duelo con las luces tenues del pub. Solo
cuando alguien salía a fumar al patio interior, atestado de plantas
en grandes macetones, o a la vereda para respirar aire fresco, una
correntada de oxigeno nuevo les permitía, sin que lo notasen, jugar
sus cartas rotas.
-Dos
navajas calientes con unas gotas de agua helada –pidió Fernando al
barman cuando se acercó a la barra de la mano de Tanhya.
-¿Qué?
–pregunto el muchacho joven de pelo engominado que preparaba los
tragos, al tiempo que ladeaba la cabeza en dirección a la pareja
para dejar al descubierto su oreja intentando escuchar mejor.
-Dos
vodkas con naranja y agua helada –contestó Fernando con una
sonrisa inocente disfrazando la ironía.
-¡Ja!
Había escuchado cualquier cosa –dijo el muchacho –el ruido y la
música me están dejando sordo. Ya les sirvo.
El
rostro bello de Tanhya disparaba desde su boca una sorna inquisidora
que se confundía en su dentadura perfecta, con sus ojos verdes,
brillantes, y su cuerpo al rojo vivo.
-Estas
un poco alterado ¿No? –preguntó la bella.
-Es
que es todo tan plástico y mentiroso, que una buena navaja haría la
diferencia.
-No
te hagas el fundamentalista que sos parte del relato –dijo ella
mirándolo fijo a los ojos.
-Si
no fuera por ti cariño, yo no estaría parado acá.
-¡Como
no! ¿Así que la idea fue mía?
-No,
pero aceptaste venir cuando dijeron de seguir la fiesta acá.
-¿Y
que iba a hacer? ¡Es mi hermano boludo!
-Si
claro. Vos sabés que odio estos lugares.
-Mira
Fer, es el cumpleaños de mi hermano. Si no te la bancás andate para
casa y listo.
-Claro.
Como te gustaría estar sola. Te gustaría que yo no estuviera ¿No?
-No
seas payaso, querés.
El
barman les acercó los tragos. Ellos se pusieron de espaldas,
apoyados en la barra mirando todo el lugar. Cada uno miraba hacia un
lado diferente, en sus manos sostenían los vasos altos y
distinguidos, como una culpa, como un reproche. Sin mirarse bebieron
al unísono. No sabían que el temporal los atraparía antes de subir
al coche para volver a casa, mientras, en el pub, la sombra de la
inconformidad bajaba al ritmo del trago que sorbían lentamente y los
iba atrapando y ellos mirándolo todo, sin mirar. Estaban entrando en
la torcedura de muñeca del destino, en los fuegos que existen sobre
el hielo y con la vista clavada en el más allá. Estaban solos en la
multitud intentando suturar las heridas que iban aumentando con el
transcurso de la noche, con lo que vendría, ahora y después. Ya no
existía la manzana del deseo. La fuente de los fracasos se estaba
rebasando, no había donde guardar tanto traspié y claudicación.
Nunca se les ocurrió preguntarse que tanto tenían que ver en todo
eso, no se atrevían a poner la cabeza cerca del corazón. Esa era la
falla, al menos una de ellas.
fino. Collage: Lily Gar.
Música: No se si salgo hoy. Claudio Taddei