viernes, 6 de enero de 2023

Silvana.

                                                                  

Ella siempre caminaba en los contornos del séptimo día, esa tarde sabía que estaba embarazada. Descontrolada, le hervía la sangre de pasión, de rabia y venganza. El premio estaba ahí, en su cuerpo, y el útero reclamaba por recuperar el control. Un bebé era la solución para aplacar la hoguera en que se le asaba la juventud. Tomó un bus hacia el barrio, llegó a Los Nichos, obtuvo calma de un viento fresco fumando en la azotea. Una paz de minutos en una vida con pocos nortes. Su viejo por ahí, y ella a su madre le jugaba a las escondidas. La bomba estaba en sus manos y para Silvana, eso, era lo mejor.

Aries, cuando sabía que ella estaba, venía a gritarle al pie de la escalera. Al pie de esos bloques de apartamentos que hacían de pared contra todos los vientos. El gritaba su nombre y esperaba que se asomara por el tercer balcón de la torre tres. Torres de apartamentos grises y rojos, pero que después de tantos años solo el rojo resaltaba en los ojos de todos, aunque el gris dolía, no perdonaba. Así es el invierno, todo lo castiga. Silvana a veces aparecía en aquel balcón, no siempre. Otras veces se perdía durante días y se escondía donde nadie la podía encontrar. Al menos él.

-¡Silvana! ¡Silvana! ¿Estás? –Aries gritaba como un conocido Montesco en busca de alivio, en busca de sus brazos y de su boca salvaje. Si ella aparecía todo era mágico, veloz.

Esa tarde ella sabía. Solo debía tomar coraje y mentir. Mentir para reclamar su premio en el terreno de los secretos, sin la excusa de la urgencia. Con él podía hacerlo.

-¡Silvana! ¿Estás? –gritó Aries desde el pie de la escalera.

Ella se asomó y a los minutos bajó destilando la húmeda fragancia de su cuerpo felino, estaba libre en casa de su abuela. Silvana lo besó como al pasar y lo apretó entre sus brazos. En su cadera dormían los sueños y en su sonrisa blanca de hechicera, los de Aries. Lo tomó de la mano, lo llevó por el corredor hasta la plaza, hacia el corazón de las viviendas. El la miraba un paso atrás, el paso que ella imponía al llevarlo de la mano atropellando la tarde. Al llegar a la plaza, junto al paredón, lo beso con hambre, con sed. Atravesó otro poco de su carne, como en esos últimos quince días ella lo venía haciendo.

Lo cocinaba a fuego lento.

-Vuelvo a eso de las nueve, espérame –dijo ella y se fue.

El la miró partir, con la remera roja de hombros descubiertos, el jean cortado, de sandalias chatas, negras. Ella se escurría como una pluma en el viento, y al volverse a saludar, asomaron sus senos por el escote suelto de la remera.

Aries quedó esperando sentado en el pasto, recostado a la pared y en brazos de una botella, cambiando fichas con el demonio en un juego de táctica y estrategia, entre sombras, humedades y preguntas. Todo en una sola canción de amor. Olfateaba el desenlace, la despedida. Olfateaba el nunca más, el dolor de la herida que llegaba, y bebía apoyado en la pared, bajo el reflejo gris de la tarde. Las sangres iban formando otra sangre. Era cuestión de tiempo.

 fino.             Collage - Lily Gar.

Música: Um Branco, Um Xis, Um Zero. - Cassia Eller

 

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