a JJ y LC.
Escuchó el ruido que produce un árbol partiéndose, cayendo, explotando contra el suelo. Sintió terror. Las luces parpadearon y ese detalle ahondó su sentimiento. El ruido era parte de ella, de sus desechos, el resultado de perderse en la gloria de otra vida. Sabía que hay veces en que las cosas que suceden se logran comprender mucho tiempo después, con el frío, con las heladas o en las noches de tormenta. Pero siempre mucho tiempo después. Sintió terror.
Ahí estaba ella, tropeando impaciencias, parada bajo el cielo oscuro de su cuarto y masticando los restos de un pasado cercano cuando creyó descubrir la verdad. En su madrugada intensa la niebla se filtraba más allá del ventanal, entre la vegetación aburrida, gris y cansada de una centenaria ciudad y sus pensamientos. Los ojos de los edificios miraban hacia ella, y eran como sus ojos, vacíos, mirándose a si misma, volviendo a desmarcarse del tiempo. Bajo sus pies túneles petrificados, silenciosos, atravesaban la ciudad, de sur a este y del oeste hacia el norte. Iban, trascurrían con pasos duros y veloces de la gente muerta, de los vivos que sufrían sobre ese mismo suelo impenetrable. Ella y sus labios sin sangre. Su cuerpo cansado falsheaba la perspectiva de su dolor, todo era profundo y parecía que había valido la pena, tanto lo amargo como lo dulce. Ahora miraba hacia el cielo, buscando en una pausa los pedazos de tiempo en donde incrustar su silencio, sus negaciones y misterios. Dentro de esa vida, en ese tiempo, ella era incapaz de ver, así entonces los recuerdos la despedazaban desangrándola en vida. Levantó su cara hacia la humedad implacable que la envolvía, sintió dentro de sí un cambio químico, un alud que la aplastó sin piedad. Adivinó que ya no tendría momentos de calma y con los ojos en blanco, la mente y la crueldad también en blanco, decidió que ya era tiempo. Su amor existía cuando no lo deseaba, cuando flotaba sobre senderos fríos, cuando los truenos florecían desde su boca y su piel erizada caía a los pies de sus fieles. No todo tenía sentido en ese juego, había otras voces en las esquinas que se parecían más a sus manos, pero ella no quería escuchar. Con un movimiento lento levantó el teléfono y a pesar de que nadie levantó el tubo desde el otro lado, dijo: Prometamos no mentirnos más, y que eso alcance para no seguir tan lejos uno del otro. Te voy a amar devorando la vida, lloviéndome en lágrimas y rosas sobre el camino poderoso de nuestra canción. Ahora nace la ausencia y es un agujero negro en mi alma sedienta.
Saliendo de sus manos una luz incolora le acarició la cara, la vida vivida y la vida sufrida. Solo deseaba perderse otra vez en sus labios y en sus flores, volverse tierra y mineral. Llevaba dos semanas sin verlo, sin dormir, sin poder diferenciar sueño de realidad, ensoñación de alucinación. Arrancó de un tirón el cable que ataba el teléfono a la pared, dejó el aparato sobre la cama y siguió navegando el arco colorido de su irrealidad. Escuchó otra vez el ruido pero ahora, además, era como de máquinas, como motores lejanos que lentamente se ponían en funcionamiento. Ruidos y máquinas arrasándola. Debía descansar. Esa era la única realidad.
En otra habitación del hotel, en ese mundo de ladrillos rojos y gastados, él componía una canción, con la guitarra entreverada en sus manos mientras a su lado dormían tres cuerpos desnudos. Escribía y agregaba música, envuelto en el humo espeso de un cigarrillo que, amparado en su nariz curvada, no se le despegaba de los labios. Él le había dejado cruces y collares colgados de un espejo que reflejaba un eco eterno y la neblina pegajosa del pasado. No la iba a dejar hasta que la luna siguiera empujando la masa líquida del cielo, hasta que pudiese iluminar a pura cuchillada su propia oscuridad. Con la textura de sus palabras y con olvido intentaba construir una salida, pero se rendía en su vestido ajado y descolorido cuando ella lloraba. Ella y su cuerpo cansado, maltratado.
El reloj hizo el resto martillando todos los silencios.
Él no la amaba tanto. Ella lo sabía y no dormía. Cubierta de plumas daba vueltas en si misma buscando algo por lo que seguir. No importaban los millones de ojos que la amaban, ni la música, ni el trueno que salía de su boca. Estaba sola, volando dentro de un reloj inmóvil, respirando flores mustias, balbuceando blues ajados. Apuró un vaso semivacío de whisky, busco entre sus brazos un lugar en blanco, ese que él ya no ocuparía, ese que aun no se había lastimado. Derramó en la sangre de su desesperación las ansias de un sueño infinito, el sueño agrio del que ya no podría despertar. Se tumbó sobre la cama y al cerrar los ojos pensó: El paraíso no existe sin vos. El paraíso sos vos y es hoy. Solo deseo tus manos sobre mí, implacables como el agua.
fino. Collage: Lily Gar.
Música : Sasha y Sisi – Fito Páez.
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