Una lluvia fina de harina cae sobre un bowls de cocina después de atravesar el cernidor. Es un recipiente hondo capaz de recibir esa descarga de quinientos gramos. La levadura va en el centro, en el hueco formado con la mano en medio del trigo blanco procesado, dentro de ese pozo vuelco veinte gramos de levadura fresca, granulada, que se disolverá en trecientos mililitros de agua tibia mezclada con un generoso chorro de aceite de oliva exultante de fragancia y sabor. Es el comienzo volcánico de una energía deseosa de explotar.
Por las paredes del bolws, sin tocar el fermento catalizador, el agua y el aceite, dejo caer diez gramos de azúcar y diez gramos de sal. Mezclo. Mezclo todo con las manos limpias y con movimientos envolventes, lentos, firmes, acunando un útero en expansión. Dentro de la masa homogénea, húmeda y sin grumos se ira generando calor, será el claro anuncio de la necesidad de reposo, de descanso. Tapo con un paño seco. Y la masa crecerá, lenta, como globo aerostático, llena de burbujas aceitosas que explotarán al amasar sobre una superficie lisa, enharinada. El aire preso se perderá con el hambre y la urgencia de cualquier amor. Amasar. Parto y luz, la fuerza de una fe a futuro. Después formaré dos bollos, los marcaré con tres cortes paralelos en la cima, en la cresta y dentro de una asadera irán a perderse en las fauces hambrientas del horno.
Un perfume embriagador se expandirá por el aire, lo invadirá todo. Nacerá el deseo y se colgará de los dientes, del cerebro y las papilas desorbitadas irán en procura de un simple placer terrenal. Desde la boca de fuego emergerá humeante y tentador el culpable del agradecimiento litúrgico, del reparto hermanado. El causante de tantas puñaladas en las tripas, del reclamo de todo ser humano con los pies sobre la tierra, pero también el del vuelo en picada de los buitres apostados en las copas más altas de lo árboles.
Fascinante, sencillo, demoledor. El paladar envuelto en el más básico de los placeres. Boca, dientes, mordisco, y poca cosa más que agregar. Saciar en un bocado los cinco sentidos, esperando que el ensueño eterno vuelva a remover los deliciosos engranajes de la creación. En pocos ingredientes la alquimia mágica de la inclusión y mi imperiosa necesidad de ofrendarte ese manjar. Pero no encuentro salida, no estás. El teléfono suena infinito sin más respuesta que la de un contestador. Hay veces que no basta con la ilusión, no hay efecto, solo la existencia de un poder inmenso, de un infierno inmenso, pues a pesar de todos mis esfuerzos y deseos solo necesito asimilar que ya no nos queda harina, levadura, azúcar, agua y aceite con los cuales crear absolutamente nada. Sal. Solo nos queda sal.
fino. gracias Leila G.
Mùsica de fondo: Freak Like me - Macy Gray
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