A: Juan Carlos Onetti.
Todos los días, todas las noches Juan fumaba y leía, bebía y leía inmerso en su cama hundida. Vagabundeaba sobre el humo azulado de un interminable cigarrillo, desterrado en las ausencias de un viaje perpetuo hacia Santa María.
Cargó con miles de hijos, con miles de hermanos que como fantasmas vivieron hurgando en su papelera. Juan vivía invisible y solitario enfrentando los cerrojos, el miedo y la locura en un hospital sin cadenas, encadenado. Desde esa quietud, ladeado y gastado fue resistiendo sin lanza ni escudo algún tétrico capítulo del Quijote, masticando el tic terco de su boca, embriagándose de letras disueltas en litros de whisky aguado. Tenía grabado a fuego en sus ojos los caminos del eterno enamorado, el sarcasmo de los vientos del sur y las heridas silenciosas de los libros quemados. Mostraba solo la mitad de lo que imaginaba al tiempo que vomitaba palabras sobre papeles sedientos, sembrando panes y peces en un mundo hambriento. Sorbo a sorbo y sin llaves se fue bebiendo los contornos de su ángel de amor, escuchando a través de la pared los pasos que lo alejaban de un mundo en que prometió no volver a confiar. Y nos regaló que no solo hay dos caras en la luna, que no son solo cinco los sentidos cuando el monstruo mueve su cola y no reparte nada de lo que le sobra.
Juan podía ser una caricia salvadora o un golpe irremediable al mentón, un reloj marcando el tiempo bajo el agua, dentro del fuego, o en la soledad de la selva. ¿Nos volverá el alma al cuerpo? Si.
Su fuerza aplastó miserias y certezas con un revolver de juguete mientras nos apuntaba a la cabeza.
Juan abría caminos con engañosa melancolía, sobre el misterio gris de la vida. Juan es Juan. Juan fue Juan en la tierra de la eterna queja.
fino. ( LiLy Gar - Collage.)
Gracias Lily.
Julio 2021.
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