(Collage: Lily Gar).
Saber como estaba, era lo único que ella quería. Al comienzo intentó
averiguarlo por amigos comunes, personas cercanas, las que aun conservaban el vínculo
con ambos. Todo de manera muy discreta, sin profundizas demasiado, volando de
manera tangencial sobre su deseo, para no quedar en evidencia ni al
descubierto. Fue casi nada lo que pudo averiguar. No fue mucho lo que logró
saber. Totalmente insuficiente, ella deseaba más. Luego fue ampliando el radio
y las noticias fueron peores, más difusas, improbables, le contaron cosas que
tenían muchos años. Cosas que ella conocía desde siempre. Entonces al año que
llevaba sin verlo, le sumó tres meses de pesquisas inútiles, desalentadoras.
Saber como estaba, era lo único que ella buscaba. Decidió dar un paso más y
arriesgar, subir un escalón en la escala hacia la peligrosa obsesión. Comenzó a
frecuentar lugares en los cuales sabía que podía encontrarlo. Recitales, la
feria de los domingos, puestas de sol y algunos de los bares que ambos amaban
ir. Siempre desde lejos, espiando, sin dejarse ver demasiado, sin pisar el lodo
de la angustia. En esos engaños y trampas al solitario paso otro mes largo sin
más resultado que su angustia en progreso. Habían vivido muchos años juntos, el
mundo y la ciudad se habían transformado demasiado. Todo era diferente, las
plazas, las calles, las maneras del amor. En sus labios lejanos se había
descascarado el tiempo. Ella había rebasado muchas fronteras inundando lugares
ciegos y ocultos. Sus ojos eran otros ojos y en eso la vida era un poco mejor.
Pero ella estaba sola e intranquila, no por no tenerlo, no por no saberlo, sino
por sus propias carencias y olvidos, sus propios agujeros negros. Estaba insistiendo
en florecer bajo el árbol reseco del recuerdo.
Una tarde de esas, sentada en uno de aquellos bares, decidió que ya era suficiente.
Que la tierra giraba, que las cicatrices siguen el curso de la piel, y que las
fotos no son las mismas, no se repiten a través de los años. Todo cambia, todo
se transforma y aunque se paren en el mismo sitio, repitiendo la misma
ubicación, en la misma pose, en el mismo espacio, aunque fuese una pared
pintada de blanco, la foto no es la misma. Las horas y el aire ya nada contienen
de aquello.
Y ahí...lo vio venir, cruzando nervioso la calle, encendiendo un cigarrillo,
esquivando autos, mezclándose entre el tráfico enloquecido, atravesando con luz
roja, hermoso e impaciente. Como siempre. Él no la vio. Ella supo, entonces,
que él estaba bien. Lo supo por sus gestos, en su manera de expulsar el humo,
por los colores de sus ropas, por la manera de moverse y por esa inequívoca
manera de llevarse el mundo por delante.
Ella terminó su copa, pidió la cuenta. Con ese simple gesto rompió la
cadena y cayeron sus hojas secas. Después de dejar la silla, caminando
lentamente, se perdió en el tráfico de gente.
fino.
Julio 2021.
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