La mañana le explotaba en la cara como una descarga eléctrica.
Ella estaba hundida, atravesada por una onda expansiva tan letal como implacable, era el ruido del mar dentro de un caracol y al estallar los círculos concéntricos desarmaban su cuerpo en cada paso que intentaba dar. Cerrar los ojos no era la solución, era lo que el instinto mandaba. Tenía las tripas llenas de agua fría que se había tragado con urgencia pornográfica para intentar matar el fuego interior, pero nada, absolutamente nada, podía impedir el zumbido nuclear que hacía estallar su cabeza.
Detuvo la marcha, se recostó a una pared empapelada de afiches viejos y grafitis coloridos. Su cuerpo descabezado era un aullido insoportable, el anuncio callejero y molesto de un alma en pena.
Apoyó la nuca contra la pared levantando apenas la cabeza para que su nariz encontrara un canal directo hacia el aire fresco. Realmente lo necesitaba. Se prometió no beber nunca más. Ella no bebía.
Se prometió lo mismo que prometía todos los días. Una ráfaga de viento seco y triste le cortó la cara metiéndose entre sus poros tapados de sombras y asuntos pendientes. Eso le dio un respiro, un leve respiro. Agotada se dejó caer deslizando la espalda y la cabeza por la pared. Quedó sentada en el suelo con las piernas y los brazos separados como una muñeca de plástico articulada y de mala calidad. Una mala imitación. Buscó en su corteza cerebral alguna conexión sana, una sinapsis por la cual salir del trance, al tiempo que mil cortocircuitos azules estallaban detrás de sus párpados caídos.
Sabía que por un buen rato no podría volver a abrir los ojos, sería inútil mientras millones de hormigas heladas y hambrientas siguieran devorándole el corazón. La idea de terminar con su calvario, ahí, en ese mismo instante le dio un poco de paz. Pero su propia sombra la custodiaba. Un ángel de la guarda.
Movió todas las fichas de una sola vez, cambió el ritmo suicida de su reloj, abusó de su intuición borrando los cruces de caminos y las bifurcaciones interminables. Se volvió a unir. Se volvió a separar. Intuición, rescatar la fuerza, la vida en tránsito dentro de su cuerpo, el sudor sobre las sábanas y la cadencia eterna del corazón. Ahora necesitaba unas manos en los rincones más tibios de su piel, en su aire y su tiempo. Abrió los ojos. Miró las caras repetidas que inundaban la mañana como si las viese por primera vez. Separó los labios y, sin levantarse del suelo, rompió para siempre con el pasado. Tirada en la vereda, con las manos abiertas como mariposas, esperó por alguna limosna. Esperó.
fino.
Collage: Lily García.
Música: Pasajera en trance- Charly García.
No hay comentarios:
Publicar un comentario