Los gemidos de
Alicia haciendo el amor en otra habitación, lo sacaron de los pelos de un sueño
profundo. Nicolás quedó petrificado de cara al techo rodeado de una oscuridad
siniestra. Estiró la mano hacia el lado que ella ocupaba en su cama con la
remota esperanza de encontrarla y de que esos gritos de placer no estuvieran
saliendo de la boca de su Alicia, pero solo encontró vacío en esa parte del
colchón. Volvió a escuchar los gemidos, sintió las paredes de su mundo
derrumbarse. Se levanto envuelto en el caos que genera la frustración y el
desencanto, caminó hasta el baño y de una trompada agujereó la puerta
congelando el fuego que ardía implacable en el otro cuarto. La casa quedó en
silencio. Nicolás entró al baño y cerró la puerta de un portazo. Se metió bajo
la ducha, abrió las canillas con la desesperación de un adicto, le temblaban
las manos, las piernas, estaba parado frente al abismo de la tristeza más
nociva que en su vida había sentido. El agua tibia comenzó a caer sobre su
cuerpo apaleado, respiró profundo intentando aliviar la presión que le
aplastaba el pecho, pero hay dolores que ni toda el agua de un río logran
calmar. Supo que todo lo que pudiera decir o hacer sería insuficiente, de nada
serviría el consuelo miserable de la violencia, era insoportable respirar el
final del amor. Alicia abrió la puerta y su desnudez terminó de masacrarlo. Con
un gesto mínimo de su mano, el le pidió que no hablara, no quería volver a
escuchar de su boca hermosa que todo estaba claro desde un principio, que eran libres,
que amar no es sofocar ni poseer. Nicolás maldijo el instante en que eligió
mentirse y pensar que si algo sucedía podría soportarlo y salir ileso. Ahora
para no enloquecer necesitaba aceptar y creer, ya no se trataba de un juego.
Miró a su alrededor, se buscó en los fragmentos del espejo y comprendió, cuando
por fin vio su rostro, que ya era demasiado tarde.
fino. 3/2019.