jueves, 28 de octubre de 2021

Cascarón.

 

El primer impacto fue la presión del otro cuerpo sobre el mío, una fuerza asfixiante sobre el agua pesada que me rodeaba como una albúmina azucarada, paciente. Sentí la necesidad de abrirme, de estirar los bordes y llegar hacía la claridad opaca que reclamaba desde el final del túnel. Salir, necesitaba salir. No lo sabía, ahora lo sé. Entonces mi mollera rompió la malla, el entramado que separaba el ahora del después. Fui un pulso vital empujando, destrozando el instante con mi carne ensangrentada, grasosa y sin heridas. Escuche un aullido de dolor, instintivamente con un movimiento mínimo giré la cabeza, de eso se trataba. Otro grito, mayor al anterior, mi cabeza primero y mi cuerpo gelatinoso después, se expandieron hacia el infinito. Así llegué hacia la luz, fui como un rayo atravesando la oscuridad de su cuerpo, de su yema.No lo sabía. Ahora lo sé. Era la vida apropiándose del momento, una sensación de libertad que ni bien llegó se despedazo en millones gotas, en miles de escombros cayendo sobre un mundo ingrávido y frío. Más dolor: de lo calido y oscuro, a la luz helada y brillante, como si eso fuese algo natural. Me asomé desde los sentidos, desde las venas, el pasado se transformó en rojos, rosados, negros y blancos con millones de puntitos movedizos y eléctricos sacudiéndose impacientes bajo mis parpados apretados. Después de reventar las paredes de eso que llamaban amor, llegaron otras voces que decían cosas que no pude entender. Luego, mi llanto, los pulmones llenándose de aire nuevo y extraño. En mi boca se dibujó una mueca hacia arriba, una curva. Antes no lo sabía, ahora lo sé, quería sonreír.

 fino.                                                                                          Octubre 2021. 

Música de fondo: Un Plan - Diego González.

martes, 26 de octubre de 2021

Talveces

                                                                                                                                    



Tal vez un viento frío

tal vez tus ojos negros

tal vez mis ojos tristes

tal vez tus palabras hirientes

tal vez mi mal humor.

 

Tal vez mi intolerancia

tal vez el calor de tu cuerpo

tal vez las muertes en la infancia

tal vez la fantasía del dolor.

 

Tal vez las drogas

tal vez el alcohol

tal vez las ganas, talvez el sol

tal vez verte llegar.

 

Tal vez la vida

tal vez nuestras caricias

tal vez el mágico juego de perdernos

tal vez la suerte.

 

Tal vez la serpiente

tal vez la soledad

tal vez tu adiós

tal vez tu vino dulce.

 

Tal vez el ruido

tal vez el fuego eterno

tal vez la leña seca

tal vez el abismo

tal vez es que simplemente llegó la hora.

 

   (gracias J.M )

fino.             

Música de fondo: Depois - Marisa Monte.

jueves, 14 de octubre de 2021

Cualquier 24 de Agosto.

 


 

Caminé desde la pared del salón comunal en la plaza de los Nichos, hasta que descarrilé en Ariel y la vía. Me quedé apretando otros ladrillos rajados que se fueron apilando detrás de la estación. Mi mundo disparó lágrimas y risas, atrincherado ahí, en esa vereda, en ese bar, mientras aguantaba la barra. Con un par de pasos llegué hasta el cine (que ya no es) y con otro paso traté de gambetear Moro y su florería, donde te acostaste a dormir.

Vos te quedaste ahí, y yo no quise entrar a mirarte. No era necesario hacerlo. Tampoco fui capaz de hacerlo. No fui capaz de dar pesares y abrazos, ni de ser saludado por bocas que nunca existieron. El Coco y Vero me vieron, me escucharon. A la vieja Carmen no me dio para encararla, había que ser muy valiente, yo nunca lo fui. Había más gente afuera que adentro. Vos dormías. Con veinte y pocos, con una sonrisa más grande que tus orejas, y eso ya es mucho decir. Vos dormías ahí, con un tirador suelto del jardinero, con el flequillo perfectamente armado. Siempre posando con el cigarro atado a la mano y con una botella. Te extraño hermano. Me acuerdo que salteamos el hambre, pero no la sed y eso estuvo mal. Claro que es fácil decirlo más de cien años después, yo con hijos, con canas y más aire que vos. Nada de lo que pueda decir será suficiente. Nunca será suficiente ¿De que vale hablar cuando mirarnos a los ojos siempre fue lo más importante?

Vos acá, adentro mío.

Llegar a tu casa y gritarte bajito en la ventana, te calzabas los championes, te mojabas el pelo y estabas pronto para meterte en problemas, esos de los que siempre alguno de nosotros, seguro, te iba a sacar. Agitar unos limones y partirnos en un abrazo. De los Nichos al Cometa cada viernes con la felicidad del Coco y la risa de la Carmen cuando intentabas bastonearle una moneda. Los agudos de Patricia, la paciencia de Vero y vos con algún llanto de botella buscando un “no sé qué”. Te extraño siempre, no solo los agostos.

Quizás ahora si podría decirte a todo que no.

Quizás ahora volvería a temblarme la voz al pedirte que no hicieras ciertas cosas, pero fue mi culpa también cuidarte la felicidad.

No tengo palabras, pero si mil silencios. Solo quiero pedirte que no me olvides. No hay palabras, solo mil millones de años, hermano.

 fino.

 Música de fondo: 7 Veces - O Rappa.

jueves, 7 de octubre de 2021

La Noche del Lobo.

La carga demoledora de una canción rebotaba y rebotaba sobre su mente entrenada. El Lobo enjaulado estaba a punto de explotar. Lo sabía. Aguantó la respiración todo lo que pudo, luego exhaló buscando purificar algo de la sangre espesa que corría por sus venas apretadas a fórceps contra la carne. Un vacío insoportable se acomodaba en su pecho al tiempo que los cambios robóticos de las luces marcaban sus ojos con diferentes tonos de rojo. La saliva blanca y espumosa, comenzó a escapársele de su boca dura, empedrada. Siempre lo mismo, siempre igual, las caricias nunca eran suficientes y ella dormía desnuda sobre la cama empapada. Frágil, envuelta en nubes de sueños ella esperaba, sin saberlo, el amanecer. El aullido del Lobo se escapó por las grietas del cuarto buscando los oídos de siempre, los de la noche, los de los flojos de sueño y de amor, al fin de cuentas el cielo estaba preparado con una hermosa luna llena colgándole del vientre. Se llevó el vaso a la boca y las pastillas a la cabeza, abrió la ventana, miró el paisaje desolado de la calle y decidió que debía salir a caminar. En silencio cerró la puerta de la habitación intentando no despertarla. Bajó las escaleras y se hundió en la noche. Lo cansaron las luces, el olvido y las puertas erradas sin candado. Ahora daba un paso tras otro, agitado por el cansancio, por la pena y sentía los rasguños de la brisa desgarrando su piel ajada. Un paso tras otro, buscaba el retorno a la paz del vientre, a un nirvana. No ver, no saber, no pertenecer, solo estar y ser un ser dentro de su propio ser. Sabía que pensar eso que pensaba podía sonar a discurso vacío, a soledad de palabras sumadas, pero no encontraba otras, era así, un lobo persiguiendo su propia cola. Estaba en ese momento de la película donde el actor, lindo, o feo llegado el caso, entra en el nudo de la trama, donde, al borde del dolor, llora y se desbarranca. Ese segundo preciso donde se hace la luz, donde nace la vuelta redentora luego de pagar la culpa por alguna traición. Ahí, cerca de la paz y de la reconciliación con la actriz, siempre bella, y la casa con jardín, y la cerca blanca y el final feliz.

Esa era su foto, su momento congelado en un rectángulo de cartón. Pero de películas y esperanzas también estaba cansado. Estaba enfrentado a centenares de relojes que lloraban desincronizados tic–tac y lo atravesaban como un mal recuerdo, como un mal presentimiento. Llegó a una esquina y se quedó parado, estático, con la boca abierta, babeando, rodeado de números, agujas, segunderos y minuteros que marcaban el destiempo de horas irreales. Solo podía llorar e imaginar que tal vez lograría sobrevivir algunos instantes más, antes de explotar y de que todo volviese a comenzar sobre su sueño incesante, ese sueño que no tiene fin ni puede acabarse. Después de todo en un mundo saturado por el veneno del engaño: ¿Quién sale con la mirada dura dispuesto a arrasarlo todo? ¿Quién termina con la estupidez, la ignorancia, la soberbia y el paso anodino del tiempo?

El estaba ahí, en una esquina, congelado, mientras allá, en la cueva, en otra escena de su película, ella desnuda, gruñendo y envuelta en raso, se desperezaba.

 

fino.     Collage : Lily Gar.

Música de fondo: Luz dos olhos - Cassia Eller.

martes, 5 de octubre de 2021

El sol no sabe.

 (La Tarde del Lobo)

 

El sol no sabe que su manera de brillar es parte de la forma en que se  mueve el mundo, no sabe que a cada giro nos acerca un poco más a  la muerte. Pero sigue. Nosotros seguimos. Es parte de la naturaleza, son las capas de la cáscara que es vivir.

Lucas pensaba en esas cosas, sentado bajo un olivo mientras el sol se filtraba entre las hojas del árbol aun sin frutos. Estaba absorto mirando los rayos de luz que dibujaban formas extrañas en el suelo pedregoso al entreverarse con las ramas que se movían por una brisa tibia y lenta. Se sentía casi libre. Tenía ganas de fumar, hacia años que no lo hacía y pensar en ese efímero placer acentuaba el deleite que ahora estaba sintiendo. Le pareció escuchar a lo lejos una voz que lo llamaba, agudizo el oído despegándose un instante del letargo en el que estaba inmerso. Si, luego de unos segundos escuchó su nombre que llegaba atravesando el monte.

-Lucassss. Lucassss –escuchó por segunda vez. Realmente no tenía ganas de levantarse, estaba cómodo, feliz y embriagado en los brazos de una tarde maravillosa.

-¡Maldición! –dijo por lo bajo al tiempo que separaba las palmas de sus manos que tenía sobre el vientre, apoyó la mano derecha en el suelo para hacer palanca e intentar recuperar la vertical. Cuando estaba por dar el primer paso hacia el lugar desde donde provenía la voz que lo reclamaba un destello místico y atemporal lo sacó del impulso primario. Miró hacia atrás, hacia la profundidad del monte nativo que estaba a su espalda, y como hipnotizado por el murmullo del río que corría implacable allí dentro, comenzó a caminar rumbo a la espesura. No lo pensó, solo fue paso tras paso bajo el sol tibio que lo arropaba en su transe y que  lo mantenía fuera de la realidad. Durante mucho tiempo había estado controlando su mundo, sus pasos, sus heridas, sentía que este era momento. Mientras caminaba fue subiendo y subiendo sin  despegarse del suelo, había llegado el momento de escapar, de ir hacia un lugar que fuese real, que fuese verdadero. Por sus ojos rasgados se colaba difuso el monte, el sol y un sendero blando que se abría bajo sus pies. El zumbido del agua corriendo libre y burbujeante aumentaba a medida que se acercaba a lo que Lucas intuía como el comienzo de su destino. Estaba sumergido en una tarde extraña, iba como un ente arrasando la vegetación. Llegó a una hilera de árboles de tonos rojizos, naranjas y azules que le ofreció una extraña resistencia y casi sin darse cuenta atravesó ese muro enmarañado de ramas vivas, de ramas muertas y colgajos de cortezas resecas. Vio un punto de fuga entre el follaje donde descubrió el río y su rumor que lo esperaba desbocado. Lucas se estremeció, no era inocente y sus ojos tristes lo comenzaban a delatar, una mueca agria se le dibujo en la cara como una cicatriz añeja. Ahora estaba parado frente al río, unas rocas llenas de musgo marrón sobresalían a poca distancia de sus pies y los rayos de sol que atravesaban la espesura acentuaban el rictus oscuro de su rostro. Era otra persona, en la soledad profunda asomaba su verdadero ser, el olvidado, el escondido. Un tintineo irreal comenzó a ganarle la pulseada al sonido que provenía desde el río, él solo esperaba una orden superior que dirigiese sus próximas acciones, si es que así podía llamarse a los movimientos robóticos que había hecho después de dejar la calidez del olivo. Desde el centro de la espesura una enorme y densa figura comenzó a caminar hacia Lucas, un cuerpo pesado que hacía temblar las entrañas sangrientas y oscuras del monte. Esa sombra amorfa de ojos satánicos, blancos, boca pastosa y labios cuarteados era un ser hambriento avanzando con furia hacia él. Lucas pensó en correr en la dirección contraria, pensó en esquivar los árboles, las raíces y sus propios gritos. Se imaginó a toda velocidad, mirando hacia atrás, en plena fuga y midiendo la distancia que los separaba, que se mantenía inalterada. En su escape imaginario, buscó nuevos atajos y desvíos, pero la mole seguía ahí, a la misma distancia. Los pies de Lucas estaban clavados al suelo y el agua helada del río comenzaba a entrar por sus zapatos, mojándole las medias, los dobladillos del pantalón, pero él insistía en pensar caminos que lo sacaran de allí, desollándose el cuerpo contra ramas y espinas en esa travesía incomprensible del destino, que era el suyo. Corría huyendo, y no. Estaba estático sobre sus piernas y el río le devoraba las rodillas. Soñaba despierto. Pero la venganza no miente, no sabe mentir y tampoco sabe reír. Estaba obligado a escuchar el crujido desenfrenado del agua que ahora le llegaba hasta el vientre. Se detuvo en su inmóvil carrera, miró hacia atrás y la sombra lo custodiaba desde la orilla empedrada. Los ojos se cruzaron y la mirada perversa de la sombra se le clavó dentro de sus ojos y fue la señal inequívoca de que todo había terminado. Mientras volvía a escuchar la voz, el agua le tapaba la cara y le nublaba la vista. Y se perdió bajo el murmullo de la fuerza incontenible del agua, bajo los vapores nocivos y fétidos de mil asuntos pendientes, pero por sobre todas las cosas fue la masa pesada de la culpa quien mirándolo desde la orilla, lo aplastó sin tocarlo.

El sol no sabe que su manera de brillar es parte de la forma en que se  mueve el mundo. El mismo sol que gira y que cambia, y que es parte de la vida. En eso pensaba Lucas chorreando lágrimas y agua, cuando caminando de dientes apretados y sin dudarlo, fue directo a enfrentarse cara a cara con la sombra de la culpa y de su miedo.


 

fino. 

Música de fondo:  Sos mi oasis - David Lebon.