miércoles, 9 de noviembre de 2022

La pelusa de los plátanos.

                                                            

                                                              




La pelusa de los plátanos cae sobre la mesa como nieve, como lluvia alérgica azotando nuestros cuerpos doloridos, enfermos. Y eso no es todo, también está el viento, el asfalto hirviendo, pero sobre todas las cosas esta nueva soledad. Estamos sentados frente a frente afuera del bar, en una de las mesas que hay en la vereda. Estamos vacíos, sin hablarnos. El, hundido en la pantalla de su celular, yo, en mi taza de café. Ya no nos quedan cosas por hablar, los puñales ya atravesaron la carne, arrasaron, pasaron astillando huesos y años, anidaron en las entrañas. El daño está hecho. Pensar que en este mismo lugar, él me dijo que moriría por mí, que mis ojos lo habían salvado de todo. Ahora que lo pienso podría preguntarle si a ella le dijo lo mismo. Es difícil despertar así de un largo letargo, de una calma inmensa, del sueño inclaudicable de la felicidad. Fueron años, muchas noches y primaveras.

La patada que sentí en el pecho fue como un electroshock, me vi chorreando baba, apretando los maxilares sin protección hasta deformarme la cara. Fui un Dalí al rojo vivo, sangre caliente al rojo vivo, sangre caliente derramada al vacío. Él sigue chequeando correos y whastapp, seguro controla transferencias bancarias y llamadas, hoy es viernes y tiene salida de amigos. Mi café se enfrió y lo bebo sin asco en un ritual de desesperanza. No quiero mirarlo nunca más, mis ovarios se comprimen, mis ojos se van achinando y me nacen colmillos pero no deseo morder su yugular. Deseo que desaparezca y se lleve esa maldita sonrisa que hoy maldigo, menos mal que solo tenemos vicios materiales, cosas y fotos. No hay perro, ni gato solo las palabras que ya se llevó el viento. El viento de la mentira.

¿Y matarlo? Envenenarlo con todo mi odio y resentimiento. O tal vez acuchillarlo apretando con furia la daga del desprecio. Inútil. De nada serviría entrar en ese bosque espeso, son solo pensamientos escondidos en las sombras de mi mente. Impulsos encerrados con cuatro llaves en las paredes de mi cráneo, deseos solo aptos para soñar despierta, fantasías que se arremolinan en la nebulosa de la impotencia. En realidad ahora ya no siento nada, me abraza un témpano al tiempo que comprendo el poder del vacío. Su cara se va disolviendo, se va borrando. Años atrás pegábamos los recortes con saliva, incrustábamos a puro beso y sexo mensajes interestelares en las profundidades del firmamento. Construimos castillos desde los cimientos del abrazo y el sudor. Verlo pasar las pantallas con el dedo, es como morir de sed. Agarro mi cartera, la abro, saco el lápiz de labio. Me pinto sin espejo, beso por última vez una taza frente a él. Ya fue.

La pelusa de los plátanos sigue cayendo como nieve y lo congela todo.

Me levanto y me voy. Que pague la cuenta con efectivo, si es que aún le queda dignidad. Yo sé quién soy. Tengo la certeza que no todas las veces la muerte y el tiempo transforman la basura en oro puro.

fino.                                                                              

                                                                              Del libro: Mil Bares.

Mùsica:  Miedo y Canciòn - Diego Gònzalez.

martes, 1 de noviembre de 2022

El silencio del pensamiento.

 


                  

 

 

Siempre acodado. Atornillado a la punta derecha del mostrador, parado, con las nalgas apenas apoyadas en un banco alto que, mágicamente, sostenía el peso inmenso de su cuerpo cansado.

-Quién este libre de pecado que escupa hacia arriba o tire la primera piedra -le dijo a nadie, al aire mudo que lo rodeaba.

Con ojos nostálgicos y enrojecidos miró hacia la nada, su propia nada, bebiendo con lentitud, saboreando el alcohol como si fuera un manjar mil veces deseado.

-En un momento estás vivo, feliz, al minuto siguiente estás muerto y seco como una hoja de otoño.

Silencio. Solo silencio rodeándolo. A los ruidos de los vasos, cubiertos y platos chocando se los tragaba la distancia que lo separaba de todo, de todos. El bullicio de las conversaciones de los clientes del bar se perdía, no llegaban hasta su planeta, y tampoco le importaba.

-Y lo peor viene después. Son capaces de transformar en dioses, en mártires a misóginos, racistas y déspotas. Peor, trasforman en crack a cualquier hijo de mil puta. 

Apenas hizo un gesto con la cabeza al mover su vaso de lugar, lo corrió cinco centímetros y dejó sobre el mármol blanco un dibujo circular frío y perfecto.

-Yo acá, siempre, en el mismo lugar, al sur de esta patria desterrada, mal hablada y podrida. Pero tengo las manos limpias, secas de sangre y mojadas de sudor. Y eso es lo que me tomo. Manso. Acá. Siempre.

Después de vaciarlo llevó el vaso a su lugar primario, sin dejar el más mínimo rastro de movimiento, arrastre o derrame.

-Morirse, debe ser la solución para mejorar a los ojos de todos ustedes, los sordos. ¡Mozo! Serví la vuelta.

Silencio, solo silencio rodeándolo.

Se acomodó el traje, barrió las arrugas del pantalón con la palma de la mano. Después atacó la corbata, dejando el nudo perfectamente alineado en el centro del cuello de la impecable camisa blanca. El portafolio seguía estático a su costado sobre otro taburete.

-Morirse. Después de algún tiempo de dolor y llanto, seguro llegarán otros amores, otras felicidades. Llegarán otros, otras miserias y desastres. Un día se vuelve a reír, vuelven a darse la oportunidad de seguir viviendo. ¡La calesita hermano, así que no me mientan!

Levantó la mano intentando llamar la atención del mozo para que volviese a servirle. Cruzaron la vista y sin el menor gesto, el empleado detrás del mostrador vestido de un perfecto negro, descolgó del cristalero de bebidas la botella de whisky, también con una etiqueta perfectamente negra.

-¿Quien nos hace creer que ser el uno y con fama de cabotaje trae felicidad? ¿Quien nos llenó la cabeza de que correr una zanahoria de guita puede taparnos el bache? ¡Cuentos de éxito y ganadores! Estamos todos locos. Todos locos y felices por ser absolutamente infelices.

Seguía parado ahí con la punta de las nalgas en la banqueta, apoyado en un punto minúsculo, haciendo contacto con el mundo, con el poder en la boca, sin baterías, sin wifi ni corriente alterna. Todo el poder en la boca, hablándole al aire, al silencio. La soledad le agujereó la vista, se sintió más insignificante que nunca al tiempo que  abría un portal hacia el infierno. Hizo girar el anillo dorado y grueso que estrangulaba su dedo anular. Uno de sus tantos anillos en uno de sus dedos. Antes de abandonarse repitió el gesto hacia el mozo. Y ahí le llegó la única voz, el único ruido de esa noche: el liquido cayendo en una cascada asesina desde el pico de la botella hacia el medidor levemente inclinado, el rebote amarillo al llenarse, el ronroneo de la lluvia derramándose sobre los helados cubos de hielo que ,sin fe, cubrían el fondo de un vaso infinito.  

fino.                                             

Del libro: Mil Bares. 

Música: Voce nao me ensinou a te esquecer - Caetano Veloso.