viernes, 21 de agosto de 2020

¿Estás despierto?


Daba vueltas en la cama intentando conciliar el sueño. Solo. Entreverado en la nebulosa de una duermevela maldita, sentí crujir la puerta del cuarto al abrirse y el sonido seco al cerrarse después. Percibí que se ahuecaba el lado vacío de mi cama. Su boca se acercó a mi oído y desde allí nació un susurro, ella me preguntó:

- ¿Estás despierto? Gabriel, ¿Estás despierto?

Me atrapó su perfume gastado por la madrugada y el aroma familiar de humo y alcohol.

-Gaby, me siento mal -llegó a decir antes de dejarse caer de espaldas y apoyar la cabeza en la almohada. Ya totalmente despierto, anudado entre las sábanas revueltas y ropa a medio sacar, la luz me llegaba bloqueada, difusa desde las rendijas de la persiana. Buscando a tientas una referencia, la toqué, percibí el movimiento de su cuerpo que lentamente se volvía hacia a mi. Lo noté al sentir su aliento a pocos centímetros de mis ojos.

-Por suerte te despertaste -la escuché decir- ¿No tenés idea de lo que hice, verdad?

-No –respondí mintiendo al notar un poco de tristeza en su voz cascada por las pastillas y el alcohol.

-Pues es mejor así.

Su perfume abrumador y dulce invadió mis pulmones cuando respiré sobre la huella de su cuello que me atacaba, aplastándome. Sentí un ligero temblor sobre mi pierna cuando ella apoyo sus rodillas que ardían bajo el fuego del sudor. Estaba totalmente desnuda. Sus manos no me tocaron y comprendí que las tenía apretadas entre los muslos, el eco de su cuerpo dejaba escapar el deseo contenido tras en un violento espasmo.

-No te muevas por favor -me rogó con voz temblorosa.

Mis sentidos comenzaron a bucear en las aguas de mi propio deseo, imaginando los movimientos acelerados y frágiles de sus dedos dentro de su propio cuerpo.

-No te muevas -repitió y apagó su voz con la almohada. Luego de unos segundos, sus manos buscaron mi boca, mojaron mis labios y mi nariz llevando mi mente a lugares plenamente conocidos. Busque besarla y sus manos detuvieron mi cara impidiéndome el más mínimo movimiento.

-No Gaby, no te muevas -volvió a implorar.

No sé si comprendiendo mi deseo o satisfaciendo el suyo, acarició mi pecho lentamente buscando bajo mi remera. Recorrió mi vientre dejando una estela de escalofríos, mientras metía un dedo aún húmedo en mi boca. Ya no me importaba saber su destino o el mío, ni su cara o en qué lugar nos encontrábamos, el deseo bloqueaba toda intriga, todo engaño, yo solo quería, solo necesitaba tocarla, recorrerla, besarla y sentir el calor de sus entrañas en mi. Desprendió paciente mi pantalón, rozando levemente mi entrepierna provocándome un temblor y una erección incontenible. La escuche toser, estremecerse y contraerse.  

-Gaby, báñame, me siento mal -me pidió.

Le levanté y entre tumbos y gruñidos la llevé hacia el baño. Mientras la sostenía aferrada de la cadera, coloque un banco bajo la ducha, la ayudé a sentarse y casi en simultaneo apoyo la espalda contra la pared. Abrí la canilla de agua fría y lentamente la de agua caliente, logrando la tibieza justa que su cuerpo reclamaba. Tomé su cara con mis manos ayudando a que la llovizna refrescante cayera por su frente y le diera el respiro que tanto necesitaba.

-No prendas la luz, por favor -dijo.

En penumbras, deslicé la esponja totalmente mojada y llena de espuma, por su cuello, por sus brazos y pies. El agua caía casi en cámara lenta por su pelo, dibujaba vetas blancas de jabón y espuma que quedaban atrapadas en los vellos de su pubis. Ella, envuelta en hipnóticos espasmos abría con lentos movimientos sus piernas.

-Gaby lavame por dentro. Dejame sentir tus dedos dentro de mi -balbuceó.

Acaricié sus pechos firmes, sus pezones oscuros erguidos, recorrí al detalle su cuerpo duro, hermoso, su piel lisa, tersa y morena. Sus ojos cerrados, la boca entreabierta y sedienta, pedía por mis besos, por mi lengua, por el placer que nos debíamos. Deslicé mis dedos sobre su pelvis y lentamente comencé separar los labios de su vagina, que estaban resecos, apretados. El agua tibia comenzó a humedecerlos, y fui más profundo con un dedo invadiendo con lascivia su tesoro y el mío.

-Así amor, así -imploró con deseo.

Sus gemidos y sollozos de placer invadieron como un trueno el silencio del baño, sacudía la cabeza de un lado a otro sin separarla de la pared, sus movimientos y los míos se aceleraban de forma frenética mientras ella con voz entrecortada me pedía:

-Haceme tuya ahora Gaby, cogeme, cogeme por favor.

Pero ella se retorcía apretando mi mano con sus muslos, atrapaba mis dedos en su profundidad exquisita, no me dejaba salir, no me dejaba mover, como siempre. El gemido final llegó desde sus entrañas y estalló en su boca, el alud de un orgasmo implacable murió entre mis dedos y se disolvió en el agua tibia que caía desde la ducha. Abrió los ojos, pude distinguir el destello de su mirada traviesa y satisfecha, implorando por un beso tierno y duradero. La besé con calma, con amor, con deseo, sequé la humedad de su cuerpo, de su pelo y la llevé hasta la cama. La tapé con las sabanas rojas que tanto amaba. Encendí un cigarrillo, salí del cuarto, gané la calle. Exhalé la tensión de mi propio deseo, calcé las manos en los bolsillos mientras apagaba el pucho con un pie haciendo pequeños círculos contra el suelo. Apagué también mi amor propio, dispuesto a perdonarla, mientras buscaba un bar donde saturarme yo también, de humo, alcohol y olvido.

fino.

lunes, 10 de agosto de 2020

Rayos catódicos.

 

Antes de escuchar la propuesta Daniel ya tenía definida su respuesta, ya estaba decidido. Escuchó con atención los planteos monótonos en la sala de reuniones donde abundaban los rostros adustos y un enojo generalizado. Y sucedió lo que todos ya sabían, lo que todos esperaban que sucediera. Daniel se puso de pié y comenzó lo que se intuía, un largo monólogo, un exorcismo.

-Estoy cansado. Ya lo he dicho y lo repito acá frente a todos, debemos cambiar. Hablamos durante toda la semana de violencia y de dolor. Damos cátedra de moral, señalando, acusando, discutiendo. Violamos las formas y los contenidos, fomentando la ira. ¿Esa es nuestra estrategia? Hablamos cada día y todas las semanas de asuntos que en su mayoría desconocemos, pero que insistimos en machacar –dijo serio y decidido -Mostramos toda nuestra mezquindad editorializando, vertiendo litros de sangre cuajada para saciar nuestra profunda sed de facturar ¿Y la honestidad? La perdemos con panelistas sordos en mesas de parloteo cruzado e incesante. Después nos quejamos de caer en saco roto, graznando que ya lo habíamos advertido ¿Y la honra a nuestros diplomas? ¿Y el análisis profundo? Vendemos los que nos compran, lo que se vende, en un histérico salto al vacío -decía aumentando el volumen y buscando entre los rostros, miradas cómplices –.  Es ahí que duerme la Bestia violenta, la sádica, la paranoica. La que genera desamor y locura.

 Dejándose caer en su silla y con lágrimas en los ojos, corrió la taza de café que tenía a su frente, para poder extender sus brazos sobre la mesa y dejar las palmas hacia arriba apuntando hacia el techo de la moderna oficina. Luego dijo en tono lento, pesado:

-Nuestra miseria tiene el revólver cargado y la espada desenvainada. Llenamos sus platos vacíos con la falsa promesa del entretenimiento. Lo que sale de nuestras bocas es mierda, una mezcla inmunda de sangre coagulada y consumo descarado. Es pura mierda.  

Los jefes de Daniel, lo miraron sin emitir juicios ni reproches, lo dejaron respirar y pacientes esperaron que levantara la vista. Cuando cruzaron miradas, luego de varios minutos de silencio, extendieron frente a él, un papel, un nuevo contrato donde resaltaba al final del texto una cifra con cinco o seis ceros. La risa de Daniel retumbó en las paredes del lugar por algunos minutos, hasta que se cortó como con un golpe certero de guillotina afilada. Daniel los miró con rencor, con odio, adivinando que su discurso urgente y furioso de poco había servido. Estampo su firma en la línea punteada, dejó la sala con un portazo atronador que hizo temblar los cimientos más profundos del canal de televisión. Portazo que seguía resonando mientras entraba a la sala de maquillaje. Faltaba poco para volver a salir al aire.

 

fino.

 Agosto 2020.

 Del libro: El Gen de la Bestia