martes, 31 de marzo de 2020

Ludwig Van.

   


No podía descansar, tenía tormentas en el alma.Daba vueltas en la cama sin pensar en el cuerpo que sollozaba a su lado. Una lluvia de palabras inconexas, giraban en su mente, al tiempo que daba manotazos esporádicos en la oscuridad del cuarto. La reja del miedo era poderosa y eso lo volvía loco. Fue con la explosión cerca de su oído, que sus pensamientos se desvanecieron. Sólo un salto al vacío podía acomodarle los nervios. Abrió la ventana para respirar, no estaba dispuesto a morir y eso lo tenía claro, saltar no era una alternativa. El cielo estaba gris, la calle mojada. En su cabeza aún retumbaba el sonido del disparo. Fue un casi. Hasta su nariz llegó el olor a pólvora y se sintió limpio. Ella estaba parada a su lado, con el revolver flotándole entre las manos. Quién sabe que locura la arrebató de la espera y decidió reclamarle atención con la desesperada alarma de un tiro. El quedó unos minutos mirándola y recordó lo que era caminar sin sentirse sospechoso, caminar sin sentir paranoia. Paz, sintió un poco de paz. Se levantó de la cama y no le dijo nada, ni siquiera la miró mientras se vestía. Salió a caminar por la noche descargando miradas furtivas sobre todo lo que se movía. Estaba cansado de perder las cosas más simples, las que el dinero no puede comprar o las que pierden valor apenas se pagan. En la cintura cargaba un peso muerto que ya no deseaba cargar. De eso también estaba seguro. Era una caricatura de si mismo, no existía, no sangraba. Vio el cartel luminoso del cine, leyó el título de la película que se proyectaba en continuado, sonrió y se decidió a entrar. El cine estaba casi vacío, eligió el asiento más apartado. Desde la pantalla, Alex , un loco vestido de blanco, cantaba, bailaba y pateaba a un anciano amordazado en el suelo. La continuidad de escenas violentas lo mantuvieron atornillado a la butaca, sin la posibilidad de sacar la vista de la película. Dejó el cine en la escena en la que Alex saborea su venganza en un hospital, cuando mastica con desparpajo la comida que le dan en la boca. Salió con la cabeza gacha. Escuchó gritos. Ella lo estaba señalando y los policías le apuntaban con sus armas, estaba rodeado. Finalmente, su cara quedó contra el piso, las manos en la espalda y el metal helado apretándole las muñecas. Sintió los golpes en las costillas, pero sólo veía sombras moviéndose en la oscuridad. No le quedó tiempo ni fantasía para el ritual de sentirse arrepentido. Y como en la película, la quinta sinfonía de Ludwig Van Beethoven, comenzó a recorrerle el cerebro, a alterarlo, a modificarlo. Sólo deseaba alejarse del dolor. Era una estrella que se apagaba cayendo desde el cielo. Era un flujo imperfecto, una frecuencia sin alma, sin señal.




fino. 

Abril 2020

miércoles, 25 de marzo de 2020

Desapareces.

                                                         




Desapareces.
 Llegás y como un flash
desapareces. 
Fantasma ardiente,
fantasma sin renacer
en este teatro de demonios degradados.
Desapareces 
entre las manos dulces de la más bella.
Patéticas ánimas
vuelven tras tus pasos
        por los jardines sombríos del origen.
Sos un enigma en mi soledad helada
soy puro llanto,
 que no podes oír.
Desapareces en las fronteras olvidadas,
fagocitadas
por cualquier transe suicida.
     Desapareces
en habitaciones subterráneas,
 desiertas, sucias.
Llegás y desapareces
encadenada a líricos desamores,
llegàs y desapareces
 en las copas vacías de mi inocencia gastada.
Desapareces impaciente,
desapareces después del húmedo beso de llegada.
  Quedan mil preguntas sin hacer
y van tras tu cuerpo ajeno a mis manos.
Despareces,
profanando hueso y carne en cámara lenta.
Desapareces, ser alucinado
taciturno,
 ser de ojos vendados
idilio invencible en mi memoria.
Alma y espíritu van
bajo el manto piadoso de tus labios que vienen y se van…
 Desapareces
 y volvés a desaparecer.

fino.

viernes, 20 de marzo de 2020

Dos sillas.

                                                      

     

                       

Dos sillas vacías a la mesa del pasado
y una música cortinado saudades,
          dos vasos servidos
a la salud de tu alegría.
Mientras mis ojos quedan fijos
el sol besa el horizonte.

Ahora te vas
repitiendo a gritos las tardes perdidas,
paso a paso
en las tardes perdidas,
y cuanto duele preguntarse  por qué.

 Ahora te vas
   quizás nunca volverás.
Dos sillas vacías
  frente a otra noche hermosa
 y en un solo de guitarra, el Cuba, detona mi cabeza
          en tanto canto así :
     " Ahora no hay remedio que devuelva el tiempo
             ahora no hay receta ..."
 
fino.
 
Música de fondo: No hay receta - Claudio Taddei.

viernes, 13 de marzo de 2020

Su Perro Andaluz

                                                                  

                                                                   




La navaja estaba apoyada sobre el ojo de Silvana, como una lengua rozando la espina dorsal. Al final fui yo quién percibió el corte que la foto nunca mostró. Lo que veía ante mi era la síntesis de todos los engendros sobrenaturales con los que Silvana había coqueteado tanto. Su ojo y también su cuello pagarían por invocar al innombrable. No era un recuerdo, ni una fantasía, ni una ensoñación, para ella era un ritual de resurrección. En la foto en blanco y negro que sostenía en mis manos, la sangre estaba agazapada escamando el instante previo. Un primer plano del rostro de Silvana y por el lado izquierdo de su cabeza, los dedos de un hombre le separaban los párpados. Índice y pulgar tensionados impidiéndole pestañar. La otra mano del verdugo sostenía la navaja filosa en paralelo a la ceja y frente al ojo lloroso a punto de explotar. Rostro, ojo, navaja y manos rendidos a los pies de un deseo enfermizo y criminal. Ella había leído cientos libros y artículos en los que se hablaba de la conexión entre las fotografías, la  sanación y la muerte, y estaba decidida a brindarse como ofrenda. Yo no quería creerle, pensé que se trataba de desvaríos causados por el sufrimiento, pero la foto en mis manos mostraba lo contrario. El lente había captado una vida a punto de terminar, una huella petrificada, un instante fugaz de soledad. Hacerse mutilar buscando apropiarse de otro cuerpo, de otra vida, era su salto el vacío ante tanta desesperación. Siempre hay algo que perder, había escrito con letra temblorosa en el sobre en que me había llegado la foto. Era su deseo, su declaración final. Había caído en la trampa. Ahora el noticiero matinal comentaba sobre un cuerpo mutilado aparecido en la escollera. Afuera el sol comenzaba a salir y el rocío embellecía los rosales. 

                                                                                                                 (gracias Luis Buñuel)
fino.

Marzo 2020.                                 ilustraciòn: Diego Soria.