jueves, 23 de julio de 2020

El azul de los tres.

Ellos van borrando sus penas anestesiándose con alcohol azul. Cansados de no encontrar, de recostarse en paredes ásperas sobre colchones destruidos y mugrientos, esta noche dormirán en el portal de una casa abandonada. Ramón armó un cigarro aguantando el viento cruzado con su cuerpo gastado, le pasó el paquete de tabaco y las hojillas a Julián, mientras su sudor agrio traspasa sus ropas y queda impreso en los cartones que sirven como protección contra el rocío. La noche es cada vez más cruda, dentro de una nueva noche cruda y no alcanza con sumar capas de ropa para detener el frío agónico. Las barbas desprolijas, grasosas resaltan sus narices deformes y violetas de tanto invierno y escabio. Marginales de bocas ávidas y salvajes, bocas con las que devoran la bandeja insuficiente de la caridad. El aire está asesino y los mezcla en su dolor, los obliga a seguir bebiendo, pues la ciudad demanda y el viento que sopla desde la calle solo les sirve para aguantar la luna por allá arriba. Los tres están perdidos y curiosos entre los azules de la tiniebla. Ya no es necesario para ellos renacer bajo un puente o anclarse en cualquier casa abandonada, los guía ese reflejo extraño que tienen en sus ojos más grandes que el mundo. Resucitan, cada día resucitan.

-Ayer en el refugió, murió la Susana –comentó Walter.

-Que mierda, che –dijo Julián y bebió un trago del veneno azul.

Le paso la botella y la palabra a Ramón, que afligido les contó:

-¿Se creen que no me enteré? No pensé en otra cosa durante todo el día. Ella no quería esconder más los problemas bajo la alfombra. Ayer cuando nos despedimos, en la casona, me dijo que ya no le quedaba ni odio, y yo ahí ya me la vi venir, se los juro.

Mientras Ramón fuma, busca deseos donde no los tiene y las últimas palabras de la Susana siguen tronando en su cabeza revuelta.

Los tres piensan, recuerdan y las brasas encendidas de los tabacos apenas iluminan un poco la boca del lobo. La voz de Walter rompió la comodidad del silencio y resonó en la ronda que ya no tiene perros, ni bolsas con basura.

-Yo tampoco creo que pueda soportarlo mucho más. Nací para vivir, no para estar dormido. 

 ¡Hoy es mi día Ramón!,  te pido que cumplas con nuestro juramento –ordenó.

-No jodas Walter, vas a ver que mañana el sol va a salir. Siempre sale, también para nosotros –le contesto Ramón.

Al oír esas palabras el rostro de Julián se transformó, adquirió otros rasgos, sus ojos se fueron llenando de fantasmas y de miedos. La conversación de sus compañeros encendió una alarma. Se venía la noche, la otra noche, la que no tiene amanecer. Nunca pueden dormirse hasta bien entrada la mañana pero esta vez menos que nunca, están sentados sobre el lomo de un puercoespín. Los dedos congelados son arañas tejiendo con el hilo de la muerte, pero no hay locura, ni reproches hijos del alcohol, todo esta en su sitio y en perfecto control. Walter, con ojos llorosos levantó la cara al cielo, sacó desde lo más profundo de sus entrañas un aullido aterrador, el aullido de la tos, de las resacas, de los dolores constantes en el alma, en el hígado y en la sien. Algo se cocina en los confines de su pensamiento. Pensar, hablar, hablar pensando. Aullaban los tres, cada uno a su manera y hermanados sobre las ruinas de la felicidad van ahogándose en el culo de la botella. Apenas Walter quedó dormido, Ramón se acercó a su cuerpo inerte. Le apretó la nariz haciendo una pinza con el pulgar y el índice, con la otra mano le tapó la boca semi-abierta y le apagó la respiración en cuestión de segundos. Besó su frente dándole un sacramento mudo y después lo tapó para protegerlo del frío que nunca más volvería a sentir. Julián y Ramón atravesaron el pequeño jardín, el portón, salieron a la vereda, caminaron por la ciudad atestada de marginales, marginales con mil formas diferentes que van intentando sobrevivir al pan nuestro de cada día. La mente de Ramón fue aserrando el tejido muerto del impulso, ese impulso que no se descompone ni se pudre y se quedó dando vueltas sobre ese instante de violencia pura con la que cumplió aquella vieja promesa. Fijó su mirada en los ojos de Julián y le hizo comprender, sin hablar, que sentir el sabor de su propia muerte sería cuestión de tiempo. De muy poco tiempo. Porque ellos, más que nadie, tienen bien en claro que los pactos y las promesas son para cumplirse.

 

fino.

Julio 2020.                     Del libro: El Gen de la Bestia.

viernes, 17 de julio de 2020

Ahí.

                      



Se que estás ahí

en la sombra

en alguna red,

somos como hambrientos rechazando pan

sin poder huir de los sueños.

Junio comprime el aire

tanto mar, tanta lluvia

sobre el mismo callejón, sobre este río marrón.

Veo tus ojos en otros ojos

       (mintiéndole en portugués)

veo mis ojos en un bebe

veo mis ojos en ojos rojos.

Julio comprime el cielo

y lentamente nos lleva hacia Abril,

su cara feliz

tu alma feliz va silbando al viento nuestra canción

mientras cambias mis besos perdidos

por caricias, tiempo, nubes y nieve

en los brazos del olvido.

Agosto comprime mi alma

mientras amanece en estas calles que no pisas

y cae

y se marchita esta tonta sonrisa

mirado fotos que no son mías,

pero sangre es sangre

y me vas olvidando

cuando no me necesitas.

 

fino.

martes, 14 de julio de 2020

El taller.

Apesar de la luz, era un lugar oscuro. Estaban encerrados, comiéndose el hígado en un ejercicio tenue de hallazgos y supervivencia. Eran once sentados a la mesa con hojas en las manos, preparados. Mujeres y hombres aficionados a la escritura, cargando sobre sus espaldas el peso de sus letras muertas, desbordados por las luces que llovían desde le techo. Se debatían como soldados entreverados en secretas y pequeñas batallas semanales, donde nacían o morían algunas frases coloridas. En el aire sobrevolaban sudores de envidia y narcisismo. Ellos desparramaban durante dos horas sus diferentes estilos de plagio, plagios insípidos y plagios brillantes en el mejor de los casos. La mayoría de lo que se escuchaba y leía, eran composiciones aburridas, redacciones escolares, largos discursos y maneras retóricas de disfrazar lo que realmente se quería decir. Había entre ellos solo dos o tres que realmente escribían bien, muy bien, pero en la práctica pura y dura de la creación, abundaba la fritura en aceite de bacalao. Después de cada lectura, como el cigarrillo posterior al sexo, se regodeaban con la disección del cadáver, desde un olimpo decadente y en voz alta, iban por la apetitosa yugular. El creador de turno cerraba los ojos, esperaba sumiso y en silencio, que destriparan su bella criatura. Siempre era igual, algún “me gusta”, por acá, algún “me gusta... pero”, por allá. Siempre con caras de asco interpretaban significados, mensajes, y regalaban algún aplauso flaco o simplemente el paredón. Risas tibias con el más profundo sentido crítico y con total ausencia de piedad. No sentían, no intentaban. Un puñado de aficionados sacándole punta al lápiz interminable del cosmos. Más que un curso de aprendizaje, era un flagelante ejercicio de crítica literaria, al tiempo que procuraban el aire que le faltaba a sus creaciones cuando se enfrentaban a la hoja en blanco. Tenían todo para ganar, pero amaban ese juego perverso.

Hasta allí llegó Analía, al taller, con sus cuadernos mojados y con las perlas desenterradas de su vida. Buscaba como seguir abriéndose paso en la selva de la inmadurez, venía con su dolor a cuestas y el corazón en reparación. Su sonrisa leve desató otras sonrisas en dos o tres personas que querían entenderla. El resto se asustó. Sin disimulo, ni pudor mostraban rechazo y desprecio.

¿Quién se cree que es? No bebe refresco, ni come los alfajores que repartimos, y para peor, escribe esas porquerías que oscurecen hasta el día.

En los primeros meses, Analía, no entendió el mecanismo de esos engranajes oxidados que chirriaban con el mismo ruido obsceno desde hacía más de seis años. En ese grupo cerrado era difícil entrar, todos estaban a gusto con lo que hacían y como lo hacían. Era una orgía oscura que no se detenía con la llegada de extraños. Ella escribía bien, quería aprender y no comprendía como seres sensibles y aficionados a las artes, manejaban códigos de freno y aniquilación de cualquier esperanza. Ella era dulce, sincera y alentaba con cortesía los textos que leían, buscaba ser aceptada sin desmerecer. Volcaba su energía en apoyar cada vez que las puertas se abrían, pero chocaba siempre con el eco apagado de esas cabezas vacías. Pero no todos reaccionan igual al desamparo. Analía llegó una tarde con la sonrisa desdibujada, ofreció su trabajo en una lectura vibrante, dejo su piel y su sangre en un texto que la mostró totalmente desnuda, transparente. Nada sucedió. Es decir, nada nuevo sucedió. Al pasear su mirada por los rostros inmutables y aburridos, una lágrima solitaria de fuego y sal marcó su mejilla en el lento camino hacia la boca. Sin decir otra palabra que “gracias”, se levantó de su silla, recogió sus papeles y se marchó para siempre. Dejó sobre la mesa los refrescos, el paquete con masas y sándwiches que había traído para el festejo que se estilaba. Era su cumpleaños. Se marcho sin avisar que todo estaba envenenado. Como las almas de esos futuros muertos.

 

fino.

Julio 2020.

viernes, 10 de julio de 2020

Traición de ajedrez

 


Era un golpe duro. Las promesas pasaron a formar parte de un mal viaje. Cada cuenta en su collar y ese fue el modo. Hablar, hablamos poco, hablamos lento.

-Nunca dije que la amaba, sucedió, simplemente sucedió –me dijo.

-Yo creo que no sos sincero –respondí.

-Está bien, tenés razón. Pero no fue un juego –afirmó el traidor y al decirlo bajó la cabeza.

Cada palabra era como fuego, entre nosotros dos estaba la mesa y el miedo. El disco giraba en su enredo, un espiral sonoro, surco a surco y a un volumen criminal. Cohen, sonaba Cohen. Él estiró los brazos hacia adelante, trenzó los dedos y los hizo sonar, yo llené mi copa en un ritual sombrío. Los lentes negros no eran suficientes para ocultar los rayos crudos de la confesión. Él, el traidor, siguió con su discurso:

- Si, yo la amo y ese es mi problema, al fin de cuentas el error es de los dos, si es que fue un  error.

- Si hablás así, sos un cobarde. Sembrar en ella la duda no es de caballero, ni te va a dar mi perdón. Hipócrita, caíste en la trampa en la que juramos no caer. No nosotros dos – respondí.

- Quizás, lo tendría que pensar.

- Cobarde. Lo que decís es propio de un cobarde sin huevos.

El traidor, arrastró los lentes negros hacia la punta de su nariz, me miró taladrándome el cerebro, el deseaba taladrarlo. Muchas veces una mirada hace heridas de las que cuesta sanar. Estábamos frente a frente, con los codos apoyados en la mesa y el mantel hacía las veces de paño y aguantaba los misiles de la mejor forma en que los podía aguantar. El aire se hacía cada vez más denso, pesado, estaba a punto de crujir y descascararse.

-Mejor sería preguntarle a ella, al fin de cuentas esa es la razón de que estemos así –me dijo.

-Por primera vez tenés la razón -respondí.

Ella apareció. La Reina. Fue un rayo de sol lacerante. Era el dolor compartido de jugar ese extraño ajedrez y dijo:

-Los escuchaba desde la otra habitación, no creo necesario que sigan hablando. No soy ningún trofeo, ni tengo el encanto de cualquier tesoro prometido.

Con esas palabras tapó lo huecos de nuestro silencio. Después exhaló, cerro los ojos, apretó los parpados y envolvió la tarde entera con ese simple gesto.    

 -¿Te sirvo otra copa? –me preguntó el traidor.

-No, creo que ya fue suficiente –respondí.

-Quien diría que alguna vez, nosotros, estaríamos hablando de esto –me dijo casi susurrando.

-Yo no hablo, pienso en voz alta –dije.

-Claro, pasa que yo ya no existo en tu horizonte. ¿Acaso no recordás las veces que te dije que te quiero o las otras mil veces que te lo repetí? -dijo el traidor tensando al máximo el momento.

-Lo sé y por eso es que todo termina acá –lo acribillé.

-Si vos lo decís, esta bien.

-Si, esta bien. Pero sos vos quien se queda con ella.

-No fui yo quien decidió que las cosas fueran así –se disculpó.

Ella miraba, solamente nos miraba en silencio. La bestia de la traición nos comió, encendida e implacable nos devoró, cuando pensamos que nunca nos tocaría, pero apareció y el sabor a veneno entre esas cuatro paredes fue difícil de tragar. Por la punta de la mesa se nos caía el destino.

-Me vuelvo a Montevideo -dije.

-Yo me quedo, va a ser lo mejor –habló el traidor.

La miramos a los ojos, pusimos todo el orgullo, todo nuestro amor en las cuadriculas del tablero. Quedamos frente a sus ojos como un trozo de hielo al sol. Ella nos miró sobre el paño en blanco y negro. Abrió la boca, comenzó a articular la voz, soltó las primeras letras de una frase. Ella nos dijo:

-Jaque Mate.

 

fino.

Julio 2020.                     
Del libro: El Gen de la Bestia.

miércoles, 1 de julio de 2020

Otros pasos.

 



-Volviste a perder la oportunidad de llevarme a la cama.

Las palabras de Ana rebotaron en el living de la casa semivacía. Marcos miraba por la ventana hacia el jardín que también destilaba soledad. Sabían que algunas cosas nunca cambiarían en la vida de los dos; esta era una de ellas, los desencuentros. Ella necesitaba sacarlo del letargo en el que estaba hundido. Deseaba hacerlo reaccionar. Él sudaba una resaca interminable que lo venía cascoteando impiadosa como a un pecador. En el espejo, que cubría parte de la pared, una silueta dibujada con lápiz labial simulaba otra presencia, y el contorno rojo de un corazón hueco era parte de la ausencia.

-Si todo se solucionara con hacer el amor, la casa no estaría vacía –susurro Marcos al tiempo que exhalaba el humo espeso de un cigarro.

-Tendríamos que intentarlo todo, si es que queremos salir de esta.

-No creo que sea tan fácil Ana.

Marcos despegó su espalda de la pared, se acercó más al ventanal y en un rapto de impotencia pateo el lápiz labial tirado en el piso rompiéndolo contra la pared. Ella suspiró mientas digería el zumbido de la última frase. Ana se fue acercando hacia él, y en cada paso dejaba marcadas las huellas de sus pies descalzos sobre una capa fina de polvo. La ausencia y el olvido también habían dejado marcas en la casa que alguna vez fue blanca.

-Entonces ¿que va a pasar? –preguntó ella intentando encontrar, más allá de la ventana, el punto en que Marcos tenía perdida la mirada.

-No lo sé. Pero es claro que tenemos que dar el salto.

-¿Estás seguro? ¿Eso querés?

-Creo que es lo mejor. No nos queda casi nada.

-Dejas pasar otra oportunidad. Queda en vos, pensalo.

Ana, recogió sus sandalias y mientras caminaba sobre el piso de madera, seguía dejando huellas, rutas y señales. Él lo pensó. No la vio  partir. Se acostó en el suelo y abrió los brazos en cruz  mirando el techo, quedó inmóvil hasta que la luz que entraba desde calle se apagó. Afuera el silencio era insoportable, adentro costaba respirar y Marcos ya no controlaba sus pulsiones. Se levantó para irse y vio el lápiz labial partido. Lo recogió y llevado por el instinto, escribió en el espejo junto a la silueta:

 “No creas que esperar puede solucionar algo.

Mi pobre paciencia murió, sentí el impacto

y la velocidad de la caída.

Si no hay, pocas cosas tienen sentido.

Llorar y llorar para después, si sobra tiempo, reír."

Dejó que la puerta que se cerrará a su espalda. Escuchó el golpe. Una  corriente de aire se metió a la casa vacía y borró de un soplo las huellas que los pies de Ana habían dibujado sobre el piso.


fino.

Julio 2020.