martes, 28 de abril de 2020

Amèn ( en constante mutación)


Mandrax, cirrosis, paranoia, gastritis
ribotril, talasa, clonazepam,
cemento, Velho Barreiro, sida.
Hiel.
Grasa saturada, hepatitis A-B-C
diazepam, vino, cogumelos
artrosis, artritis, ataxia.
Miedo.
Delgotrix, control 20, birra
amnesia, diarrea, cáncer
grappa, tabaco, maconha.
Soledad.
Insomnio, ansiedad, anorexia
rohypnol, oxicodone, cocaína
temblores, locura, misticismo.
Sangre.
Dios,satanàs, Jesús 
los 197,  dictadores
bulimia, tristeza, codicia
y el resto de todos los otros espantos...

fino.

lunes, 27 de abril de 2020

Detrás del telón.


                                                               




Cuando se abrió el telón, la sala repleta quedó en silencio. En medio del escenario, sobre en una silla y bajo una luz cenital blanca, Ricardo Sobral tenía sentado sobre su rodilla derecha a Renzo. Mimetizados, el artista y su muñeco vestían iguales: zapatos negros de charol, frac, moño negro y camisa blanca. Idénticos. Al mirarlos de cerca o desde poca distancia, el público diferenciaba uno de otro solamente por dos líneas negras, paralelas, que bajaban por la comisura de los labios, hacia el mentón de Renzo. Era cautivante ver al ventrílocuo asombrar a los asistentes con su juego de voces, con los movimientos leves y mecánicos de la marioneta, pero sobre todas las cosas, por los gestos y las pausas con las que marcaba el ritmo del espectáculo. Era un show insuperable. A los lados y detrás los artistas, un juego de espejos dejaba ver, a propósito, la mano derecha de Ricardo Sobral que se hundía por un agujero en la espalda Renzo, como si fuera un pozo por el cual brotaba la magia teatral. Desde allí, toda fantasía se transformaba en realidad. Las risas, la desmesura y los aplausos de los concurrentes marcaban el éxito total de la función, que nadaba veloz entre reflexiones y ocurrencias. Se podían ver lágrimas en las mejillas del público y en sus rostros, la felicidad de haber obtenido lo que buscaban cuando decidieron entrar al teatro. Al final del show, llegaron los aplausos, las aclamaciones y los gritos de aprobación durante varios minutos. Los personajes, desde el escenario, saludaban con pequeñas reverencias a intervalos regulares, agradeciendo la euforia generalizada. Sin cambiar su postura erguida, Ricardo Sobral agradecía con voz pausada y potente, al tiempo que su compañero, en un delicado y lento movimiento, bajaba la cabeza hasta dejar fijo el mentón contra el pecho. Era una simbiosis perfecta y en un espectáculo sublime, el ventrílocuo y su muñeco habían atravesado las barreras de la realidad y de la fantasía. Con arte y maestría se lograba ocultar el artificio durante más de dos horas de show. Y quizás, como tantas veces en la vida, la bofetada impiadosa de una mentira, marcaba la cara de todos los asistentes. Verdad y embuste disueltos por la seducción de un ejecutante virtuoso. El telón púrpura se cerró separando al artista del público, que de pie lo despedía con un aplauso estruendoso y duradero. Aún iluminado por el foco en el escenario, Renzo dejó la falda de su muñeco. Se quitó de la espalda la mano inanimada. Dobló por la cintura el cuerpo inerte de Gonzalo Sobral y lo acomodó bajo su brazo izquierdo. Caminó rumbo al camarín, mientras que con un pañuelo húmedo, iba borrando de su cara las marcas negras dibujadas en la comisura de sus labios.
                                        
fino.
 
Del libro: El Gen de la Bestia

martes, 21 de abril de 2020

Otro final para A.

                           



                                                                                                                                                                 Soy un sueño, un espectro, un ángel.                                                                      

                                                                                        (a Luc Besson)

Me niego a cortarme las alas o a esconderlas bajo una gabardina raída. Me niego a dejar las calles pese a tanto dato que va achicando el tiempo necesario para procesar. Me opongo a que todo se termine contaminado con el hedor del ocaso.
Busco desde los techos almas perdidas en cualquier cuerpo que las contenga. Espío desde los pretiles y mis ojos chorrean sangre. Cerca de una esquina, a dos cuadras de las suelas de mis zapatos, veo un cartel despintado sobre una puerta de vaivén a medio caer. Con un aleteo frágil vuelo hasta allí. Llego a la acera de baldosas amarillas y manchadas de herrumbre por las lágrimas de las cortinas metálicas. Falta poco para la caída del sol y adentro, el bar, está atestado de descarriados con sed eterna. Cruzo la puerta sin tocarla ni moverla, entro y mi sombra se proyecta entrecortada en el techo tapizado de hongos añejos y vapores de tabaco. El silencio solo se rompe cuando se apoyan los vasos en las mesas o con el tintinear de hielos girando. Una niebla espesa flota en el aire, tiene olor a sudor, a tristeza y alcohol. Miro entre los extraviados buscando a quien salvarle el día o quizás la vida. Veo a una mujer en un rincón, casi al límite del infierno. Tiene la blusa desprendida hasta el ombligo, el sostén desgarrado y el maquillaje borroneado por llantos viejos. Sus dedos finos están cubiertos de anillos y su mano derecha apoyada sobre la mesa aprieta un vaso de whisky. Avanzo hasta ella. Un destello leve surca sus ojos azules y adivina mi presencia. Con un movimiento elegante toma el paquete de cigarrillos que descansa en la mesa. Saca uno y lo enciende con lentitud exasperante.
-¿Que buscas de mí? –preguntó mientras soltaba una bocanada de humo hacia el techo.
-Nada que te pueda hacer peor –respondí.
Ella soltó una risa ahogada en un sorbo de licor.
-¿Nada que me pueda hacer peor? Claro, eso es seguro. No hay nada peor que estar muerta en vida –dijo con resignación.
Por un instante, apenas por un instante, el ambiente denso y oscuro del bar, se transformó en una zona un poco menos confusa cuando  apoyó el vaso sobre la mesa y dejo ver una sonrisa que retenía rastros de hermosura.
-Vine a purificar tus sueños. Viene a empujarte hacia la salida –dije con voz pausada, para que pudiera retener la esperanza que intentaba transmitirle.
Al oír mis palabras me busco en vano entre la oscuridad que tenía frente a sus ojos. Unas lágrimas lentas y saladas comenzaron a caer desde sus ojos claros, opacos, perdidos. Ella bebió de un sorbo todo el líquido de su vaso. Apagó con rabia el cigarrillo en el cenicero atestado de puchos aplastados. Se llevó las manos temblorosas a la cabeza, intentando comprender si finalmente la locura se había apoderado de ella o si lo que escuchaba era real.
-¿Donde mierda te metiste todos estos años? ¿Ahora que estoy a punto de desbarrancar venís a ofrecerme una mano? Mejor págame otro whisky, puto ángel de mierda -dijo casi gritando.
Unos pocos de los perdidos que bebían en la barra, giraron para mirar desde donde venía ese reclamo urgente y descontrolado. Acerqué mi mano hasta su frente arrugada, llevé algo de calor a su cabeza fría y confusa.
-Llevo mil años acá, maldita bruja. ¡Llevo acá mil años! -repitió apagándose de a poco.
-Amiga, ¿no te parece que es hora de abandonar esta isla? –le dije.
-¿Amiga? ¡No me llames amiga! No tengo amigas y menos que tengan alas enganchadas en la espalda. Sos un fantasma, un diablo creado por la confusión de este whisky barato –gritó.
-Yo también estoy perdida. Salvémonos juntas. Yo tampoco quiero dejar mis alas en un culo de botella. Salvémonos -le dije.
Ella se paró vacilante, trastabilló al intentar dar el primer paso hacia la puerta. Tomó con asco el paquete de cigarrillos y su cartera. Se alisó con movimientos torpes la pollera, la blusa y posó orgullosa sus ojos en mis ojos. Se acercó hacia mi. Con sus manos frías me tocó la cara, acarició mi pelo y lentamente me besó en la boca. Me beso con deseo, con intensidad.
Algunos de los devotos feligreses del bar, miraban con asombro y desconcierto etílico, como la mujer besaba ardientemente un espejo, mientras caían desde el techo, como una llovizna en cámara lenta, miles y miles de blanquísimas plumas.
                                                                                                                                                                                                                 
fino.

jueves, 2 de abril de 2020

Donde.


                                               
                                                                                                                      197



Dónde estás?
Dónde tu carne se transformó en alimento?
Yo te busco sin verdad
y esperando saber donde.
Roto por dentro y por fuera
dejamos retazos invisibles
descompuestos en el tiempo.
Dónde la sangre derramada?
y el hálito frágil del suspiro?
¿Dónde los dedos crispados,
tallando paredes o
moldeando el amargo lodo del olvido?
Que calla tu silencio?
Nada duele más que este dolor.
Dónde?
dònde tu mùsica,
dónde la piel deshojada
en minerales humanos?
Ni siquiera espero su verdad, que imagino
que ya sé,
una vez más pregunto
dònde la memoria?
dònde la justicia?
dónde?
¿Dónde?



fino.
 
 
Logo: Madres y familiares de detenidos Desaparecidos.
Por vedad y justicia. Uruguay.