jueves, 10 de diciembre de 2020

Hoteles.

                                            


              

Tu cadera sobre sábanas revueltas,

dormís con collares y tatuajes

sobre los despojos del amor.

Las copas caídas

los envases vacíos

los sudores secos

rotos

quedaron amontonados en el colchón.

Desde la silla

                 (mi trono a tus pies)

te miro dormir

y acuno tus sueños

mientras una vieja melodía

va descorazonándome.

Busco el plano adecuado

por todos lados

por cada rincón,

tu amor es un incendio

que devora puertos

tardes, paredes y silencios.

Ahora solo tengo distancias

que necesito enterrar.

Tengo el ojo inquisidor

y el alma enferma,

mi cabeza quiere y no puede

todo se esfuma

todo se va borrando

hasta desaparecer

apretado en el puño del tiempo.

Será?

 Somos extraños?

Queda poco espacio

y no basta con llevar flores,

con hacer visible el deseo.

Lo que mata es la rutina

no basta con sacarle lustre

a los zapatos gastados.

 

 

fino.

 

 

viernes, 13 de noviembre de 2020

Náufrago.

                                           

 

Perdí las llaves, el tren y la cuenta

perdí las novedades, los sueños, las ganas de dormir

perdí  tus caricias en las noches de tormenta

perdí el tacto, las uñas y la magia de intuir.

Perdí el tiempo, los zapatos, los cordones

perdí mi sonrisa cobarde

las manos invisibles en el fuego que arde.

Perdí un pedazo de algo que había perdido antes.

Perdí la vista y el grito en los terrenos baldíos

perdí mis amigos en corriente traidora del río.

Perdí las ventanas, las lluvias negras,

perdí el significado, perdí la condena

perdí la obsesión y la próxima reencarnación.

Perdí las naves, la clave

perdí la radio y mis calles,

perdí tus ojos lapidándome

y perdido por perdido fui olvidándome.

Perdí la manía de enderezar los cuadros

de revolcarme el en barro

y de escribir mi apodo en los baños de los bares.

Perdí el flash, perdí el encanto

perdí las marcas, las muelas

y la sangre piadosa del llanto.

No tengo más que echar de menos

o alguna cosa así...

Voy a encender el fuego sobre tierra mojada

mientras sople el viento roto de mi carcajada.

 

 

fino.

jueves, 5 de noviembre de 2020

Viaje.

                                                
                 


 

Aún desde tan lejos doy lo que puedo dar

y solo aumenta mi sed.

Aún sigo intentando

ver el otro lado de tu luz

que pesa y corroe.

Estoy lejos

estás lejos

y caímos en la trampa de volver

por los caminos que perdimos.

Te siento,

estoy hurgando 

en los cajones del tiempo

leyendo y mordiendo

letras que escribí por ti.

Estoy lejos

de tus ojos rasgados,

voy trayendo primaveras,

resucitando abrazos olvidados,

invadiendo un amor dormido.

Te siento

somos carne en otra carne

buscando a cuatro manos

parte del tiempo perdido.

Lo siento

la ciudad esta fría otra vez

...aún.

 

fino.

Noviembre 2020.

miércoles, 28 de octubre de 2020

MandrágoraLuna

                                     
                                         



Ante el tedio

asoma una brisa rebelde

desde la profundidad,

es refugio, sinfonía y caricia.

Ante el tedio

el movimiento

la ráfaga calma de la lapicera.

Ante el tedio

el ruido de las cañerías

la lengua, la sangre

y el vidrio pintándose de rojo.

 

Estás sentada en un rincón del baño

clamando por un dios,

esperando que el ciego tedio insatisfecho

muera como la fiebre.

Y sos tan hermosa

colgando en el azul

con un lucero a un lado de tu boca.

 

Ante el tedio

un halo te agiganta

brindándote como agua fresca.

Y sos tan hermosa

en la profundidad de la noche,

noche de hambrientos

de sedientos y desposeídos.

Sos tan hermosa...

y cantás para mi.

 

 

fino.

 

Octubre 2020

 

 

miércoles, 7 de octubre de 2020

El Gen de la Bestia... a la venta también en el exterior... felicidad total.

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martes, 6 de octubre de 2020

Como cada martes

                                                          



Al entrar a la sala totalmente pintada de blanco, Claudia vio a Mario sentado sobre la cama mirando la profundidad del piso cuadriculado.

-Sr. su medicina, debe tomarla –dijo Claudia.

-¡No, no otra vez. No! –protestó Mario.

Claudia dejó la bandeja que contenía la jeringa cargada con un líquido rojo fluorescente sobre la mesa de luz. Una brisa fresca se colaba por el ventanal plagado de rejas.

-Sr. Mario debe tomar su medicina, le hará bien –dijo Claudia mientras acariciaba la cabeza inmóvil del hombre.

Mario, con los ojos vidriosos por el llanto y la impotencia, ya no quería, ya no podía discutir. Claudia tomó la jeringa, un algodón empapado en alcohol y buscando la zona más conveniente del brazo derecho de Mario, le inyectó sin prisa el líquido viscoso.

-¿Se siente mejor señor? –pregunto por formalidad.

Mario entrando en éxtasis, se fue recostando en la cama, mientras la potencia de la droga lo sacaba lentamente de su último instante de lucidez. Alcanzo a decir:

-Me siento morir, como en tu visita del último martes. Y comenzó a caer en la fantasmal alucinación del rostro causante de su insania.

-Inés –dijo él con ternura.

-No soy Inés, señor –replicó ella al tiempo que se arrancaba la túnica y reía a carcajadas.

 

 

fino.

Octubre 2020.

 

 

 


jueves, 24 de septiembre de 2020

Me vas dejando.

                                             


                        

La última canción que te canté

rebota tardía en tu contestador

y un puñado de silencios

construyen el borroso mosaico

de este desencuentro...

                     me vas dejando.

No es casual que perdure tu fragancia,

no es casual que me devore...

                     me vas dejando.

En mi sala

el túnel del tiempo

reconstruye el milagro urgente,

pero puede más tu silencio

tu silencio...

                    me vas dejando.

Levemente un murmullo

me lleva hacia la calle

y esta pétrea rutina va edificando

va agregándole centímetros a la barrera...

              poco a poco

                     me vas dejando.

 

 fino.

 

lunes, 7 de septiembre de 2020

Puertas del hambre.


En plena madrugada despertó por el ruido de sus tripas crujiendo y quemándole el abdomen. Le había costado una enormidad conciliar el sueño con los fantasmas del hambre azotándola como un temporal. No era por falta de comida, era por venganza, por demostrar que si quería, podía cambiar. Esa noche Maribel se había acostado temprano, como lo venía haciendo desde que, embarcada en su revolución, no iba a la facultad. Ya habían pasado tres meses y la dieta suicida en la que se había embarcado estaba enloqueciéndola. Una fruta a la mañana, ensalada y un huevo duro al medio día. Otra fruta o yogurt descremado a la tarde y un tazón con sopa de verduras en la cena. El mate era insustituible, un compañero inseparable durante todo el día en su encierro voluntario. En el primer mes creyó enloquecer. Por su cabeza desfilaban todos los manjares imaginables. Se flagelaba en batallas mentales contra las delicias más sublimes, contra las más terrenales, al tal punto que una tarde se encontró llorando sentada en el suelo contra un rincón, pensando en una mísera rodaja de pan. Ella sufría, pero más sufría recordando las burlas, los desplantes de sus compañeros de clase cada vez que tenían oportunidad. Sufría con el golpeteo de los adjetivos que la ofendían desde que tenía uso de razón, hasta que un agobio incesante comenzó a marginarla. Sufría. El aislamiento y el dolor en sus entrañas eran apenas zumbidos de moscardones revoloteándole en los oídos. Nadie la había visto desde entonces, para todos ella estaba de viaje. El pedido de las comparas le llegaban a la puerta, y no había vuelto a vestirse con sus ropas de siempre. Una bata de color azul era su abrigo y su piel. Pero hoy, era el último día. La última noche. Al llegar la mañana descubriría todos los espejos, quitaría las telas con las que se había ocultado de su propio reflejo.

En la mañana se subiría a la balanza y esperaba encontrarse con un muevo ser.

A las tres de la madrugada decidió tomar una pastilla para dormir. Estaba nerviosa y temblaba de frío. Las entrañas le quemaban y no era por hambre, simplemente era ansiedad. Cuando despertó, el reloj marcaba las cuatro de la tarde. Fue directamente hacia el baño, se metió en la ducha y mientras se enjabonaba comprendió que había perdido toda referencia de su cuerpo. No podía comparar, no encontraba diferencias ni similitudes, dudaba de todos sus cálculos y conclusiones. Lentamente se secó el pelo y la piel. Se quedó desnuda. Caminó hasta el ropero y desde cajonera de la primera puerta sacó la balanza, y luego de retirarla de su caja, la apoyó en el suelo. Sin subirse, Maribel miró la aguja marcando cero en medio de sus pies descalzos, respiró profundamente y dio el paso que durante meses había esperado. Al observar el resultado, no sintió alegría, ni ganas de reír o de gritar. Lo que vio no le impactó como lo había soñado más de mil veces. Era como estar en el fondo de una piscina, en el fondo del mar. Era un vacío dulce, silencioso y mezquino. No pensó nada. No pensó en las burlas, ni en las risotadas de la intolerancia. Recordó su insomnio y su sacrificio para poder encajar en un mundo donde prevalece la idiotez. Bebió la sal de su llanto y desenterró una sonrisa desde lo más profundo de su alma. Sintió felicidad. Sintió vergüenza ajena.

 

fino.

Agosto 2020.

 

viernes, 21 de agosto de 2020

¿Estás despierto?


Daba vueltas en la cama intentando conciliar el sueño. Solo. Entreverado en la nebulosa de una duermevela maldita, sentí crujir la puerta del cuarto al abrirse y el sonido seco al cerrarse después. Percibí que se ahuecaba el lado vacío de mi cama. Su boca se acercó a mi oído y desde allí nació un susurro, ella me preguntó:

- ¿Estás despierto? Gabriel, ¿Estás despierto?

Me atrapó su perfume gastado por la madrugada y el aroma familiar de humo y alcohol.

-Gaby, me siento mal -llegó a decir antes de dejarse caer de espaldas y apoyar la cabeza en la almohada. Ya totalmente despierto, anudado entre las sábanas revueltas y ropa a medio sacar, la luz me llegaba bloqueada, difusa desde las rendijas de la persiana. Buscando a tientas una referencia, la toqué, percibí el movimiento de su cuerpo que lentamente se volvía hacia a mi. Lo noté al sentir su aliento a pocos centímetros de mis ojos.

-Por suerte te despertaste -la escuché decir- ¿No tenés idea de lo que hice, verdad?

-No –respondí mintiendo al notar un poco de tristeza en su voz cascada por las pastillas y el alcohol.

-Pues es mejor así.

Su perfume abrumador y dulce invadió mis pulmones cuando respiré sobre la huella de su cuello que me atacaba, aplastándome. Sentí un ligero temblor sobre mi pierna cuando ella apoyo sus rodillas que ardían bajo el fuego del sudor. Estaba totalmente desnuda. Sus manos no me tocaron y comprendí que las tenía apretadas entre los muslos, el eco de su cuerpo dejaba escapar el deseo contenido tras en un violento espasmo.

-No te muevas por favor -me rogó con voz temblorosa.

Mis sentidos comenzaron a bucear en las aguas de mi propio deseo, imaginando los movimientos acelerados y frágiles de sus dedos dentro de su propio cuerpo.

-No te muevas -repitió y apagó su voz con la almohada. Luego de unos segundos, sus manos buscaron mi boca, mojaron mis labios y mi nariz llevando mi mente a lugares plenamente conocidos. Busque besarla y sus manos detuvieron mi cara impidiéndome el más mínimo movimiento.

-No Gaby, no te muevas -volvió a implorar.

No sé si comprendiendo mi deseo o satisfaciendo el suyo, acarició mi pecho lentamente buscando bajo mi remera. Recorrió mi vientre dejando una estela de escalofríos, mientras metía un dedo aún húmedo en mi boca. Ya no me importaba saber su destino o el mío, ni su cara o en qué lugar nos encontrábamos, el deseo bloqueaba toda intriga, todo engaño, yo solo quería, solo necesitaba tocarla, recorrerla, besarla y sentir el calor de sus entrañas en mi. Desprendió paciente mi pantalón, rozando levemente mi entrepierna provocándome un temblor y una erección incontenible. La escuche toser, estremecerse y contraerse.  

-Gaby, báñame, me siento mal -me pidió.

Le levanté y entre tumbos y gruñidos la llevé hacia el baño. Mientras la sostenía aferrada de la cadera, coloque un banco bajo la ducha, la ayudé a sentarse y casi en simultaneo apoyo la espalda contra la pared. Abrí la canilla de agua fría y lentamente la de agua caliente, logrando la tibieza justa que su cuerpo reclamaba. Tomé su cara con mis manos ayudando a que la llovizna refrescante cayera por su frente y le diera el respiro que tanto necesitaba.

-No prendas la luz, por favor -dijo.

En penumbras, deslicé la esponja totalmente mojada y llena de espuma, por su cuello, por sus brazos y pies. El agua caía casi en cámara lenta por su pelo, dibujaba vetas blancas de jabón y espuma que quedaban atrapadas en los vellos de su pubis. Ella, envuelta en hipnóticos espasmos abría con lentos movimientos sus piernas.

-Gaby lavame por dentro. Dejame sentir tus dedos dentro de mi -balbuceó.

Acaricié sus pechos firmes, sus pezones oscuros erguidos, recorrí al detalle su cuerpo duro, hermoso, su piel lisa, tersa y morena. Sus ojos cerrados, la boca entreabierta y sedienta, pedía por mis besos, por mi lengua, por el placer que nos debíamos. Deslicé mis dedos sobre su pelvis y lentamente comencé separar los labios de su vagina, que estaban resecos, apretados. El agua tibia comenzó a humedecerlos, y fui más profundo con un dedo invadiendo con lascivia su tesoro y el mío.

-Así amor, así -imploró con deseo.

Sus gemidos y sollozos de placer invadieron como un trueno el silencio del baño, sacudía la cabeza de un lado a otro sin separarla de la pared, sus movimientos y los míos se aceleraban de forma frenética mientras ella con voz entrecortada me pedía:

-Haceme tuya ahora Gaby, cogeme, cogeme por favor.

Pero ella se retorcía apretando mi mano con sus muslos, atrapaba mis dedos en su profundidad exquisita, no me dejaba salir, no me dejaba mover, como siempre. El gemido final llegó desde sus entrañas y estalló en su boca, el alud de un orgasmo implacable murió entre mis dedos y se disolvió en el agua tibia que caía desde la ducha. Abrió los ojos, pude distinguir el destello de su mirada traviesa y satisfecha, implorando por un beso tierno y duradero. La besé con calma, con amor, con deseo, sequé la humedad de su cuerpo, de su pelo y la llevé hasta la cama. La tapé con las sabanas rojas que tanto amaba. Encendí un cigarrillo, salí del cuarto, gané la calle. Exhalé la tensión de mi propio deseo, calcé las manos en los bolsillos mientras apagaba el pucho con un pie haciendo pequeños círculos contra el suelo. Apagué también mi amor propio, dispuesto a perdonarla, mientras buscaba un bar donde saturarme yo también, de humo, alcohol y olvido.

fino.

lunes, 10 de agosto de 2020

Rayos catódicos.

 

Antes de escuchar la propuesta Daniel ya tenía definida su respuesta, ya estaba decidido. Escuchó con atención los planteos monótonos en la sala de reuniones donde abundaban los rostros adustos y un enojo generalizado. Y sucedió lo que todos ya sabían, lo que todos esperaban que sucediera. Daniel se puso de pié y comenzó lo que se intuía, un largo monólogo, un exorcismo.

-Estoy cansado. Ya lo he dicho y lo repito acá frente a todos, debemos cambiar. Hablamos durante toda la semana de violencia y de dolor. Damos cátedra de moral, señalando, acusando, discutiendo. Violamos las formas y los contenidos, fomentando la ira. ¿Esa es nuestra estrategia? Hablamos cada día y todas las semanas de asuntos que en su mayoría desconocemos, pero que insistimos en machacar –dijo serio y decidido -Mostramos toda nuestra mezquindad editorializando, vertiendo litros de sangre cuajada para saciar nuestra profunda sed de facturar ¿Y la honestidad? La perdemos con panelistas sordos en mesas de parloteo cruzado e incesante. Después nos quejamos de caer en saco roto, graznando que ya lo habíamos advertido ¿Y la honra a nuestros diplomas? ¿Y el análisis profundo? Vendemos los que nos compran, lo que se vende, en un histérico salto al vacío -decía aumentando el volumen y buscando entre los rostros, miradas cómplices –.  Es ahí que duerme la Bestia violenta, la sádica, la paranoica. La que genera desamor y locura.

 Dejándose caer en su silla y con lágrimas en los ojos, corrió la taza de café que tenía a su frente, para poder extender sus brazos sobre la mesa y dejar las palmas hacia arriba apuntando hacia el techo de la moderna oficina. Luego dijo en tono lento, pesado:

-Nuestra miseria tiene el revólver cargado y la espada desenvainada. Llenamos sus platos vacíos con la falsa promesa del entretenimiento. Lo que sale de nuestras bocas es mierda, una mezcla inmunda de sangre coagulada y consumo descarado. Es pura mierda.  

Los jefes de Daniel, lo miraron sin emitir juicios ni reproches, lo dejaron respirar y pacientes esperaron que levantara la vista. Cuando cruzaron miradas, luego de varios minutos de silencio, extendieron frente a él, un papel, un nuevo contrato donde resaltaba al final del texto una cifra con cinco o seis ceros. La risa de Daniel retumbó en las paredes del lugar por algunos minutos, hasta que se cortó como con un golpe certero de guillotina afilada. Daniel los miró con rencor, con odio, adivinando que su discurso urgente y furioso de poco había servido. Estampo su firma en la línea punteada, dejó la sala con un portazo atronador que hizo temblar los cimientos más profundos del canal de televisión. Portazo que seguía resonando mientras entraba a la sala de maquillaje. Faltaba poco para volver a salir al aire.

 

fino.

 Agosto 2020.

 Del libro: El Gen de la Bestia

 

jueves, 23 de julio de 2020

El azul de los tres.

Ellos van borrando sus penas anestesiándose con alcohol azul. Cansados de no encontrar, de recostarse en paredes ásperas sobre colchones destruidos y mugrientos, esta noche dormirán en el portal de una casa abandonada. Ramón armó un cigarro aguantando el viento cruzado con su cuerpo gastado, le pasó el paquete de tabaco y las hojillas a Julián, mientras su sudor agrio traspasa sus ropas y queda impreso en los cartones que sirven como protección contra el rocío. La noche es cada vez más cruda, dentro de una nueva noche cruda y no alcanza con sumar capas de ropa para detener el frío agónico. Las barbas desprolijas, grasosas resaltan sus narices deformes y violetas de tanto invierno y escabio. Marginales de bocas ávidas y salvajes, bocas con las que devoran la bandeja insuficiente de la caridad. El aire está asesino y los mezcla en su dolor, los obliga a seguir bebiendo, pues la ciudad demanda y el viento que sopla desde la calle solo les sirve para aguantar la luna por allá arriba. Los tres están perdidos y curiosos entre los azules de la tiniebla. Ya no es necesario para ellos renacer bajo un puente o anclarse en cualquier casa abandonada, los guía ese reflejo extraño que tienen en sus ojos más grandes que el mundo. Resucitan, cada día resucitan.

-Ayer en el refugió, murió la Susana –comentó Walter.

-Que mierda, che –dijo Julián y bebió un trago del veneno azul.

Le paso la botella y la palabra a Ramón, que afligido les contó:

-¿Se creen que no me enteré? No pensé en otra cosa durante todo el día. Ella no quería esconder más los problemas bajo la alfombra. Ayer cuando nos despedimos, en la casona, me dijo que ya no le quedaba ni odio, y yo ahí ya me la vi venir, se los juro.

Mientras Ramón fuma, busca deseos donde no los tiene y las últimas palabras de la Susana siguen tronando en su cabeza revuelta.

Los tres piensan, recuerdan y las brasas encendidas de los tabacos apenas iluminan un poco la boca del lobo. La voz de Walter rompió la comodidad del silencio y resonó en la ronda que ya no tiene perros, ni bolsas con basura.

-Yo tampoco creo que pueda soportarlo mucho más. Nací para vivir, no para estar dormido. 

 ¡Hoy es mi día Ramón!,  te pido que cumplas con nuestro juramento –ordenó.

-No jodas Walter, vas a ver que mañana el sol va a salir. Siempre sale, también para nosotros –le contesto Ramón.

Al oír esas palabras el rostro de Julián se transformó, adquirió otros rasgos, sus ojos se fueron llenando de fantasmas y de miedos. La conversación de sus compañeros encendió una alarma. Se venía la noche, la otra noche, la que no tiene amanecer. Nunca pueden dormirse hasta bien entrada la mañana pero esta vez menos que nunca, están sentados sobre el lomo de un puercoespín. Los dedos congelados son arañas tejiendo con el hilo de la muerte, pero no hay locura, ni reproches hijos del alcohol, todo esta en su sitio y en perfecto control. Walter, con ojos llorosos levantó la cara al cielo, sacó desde lo más profundo de sus entrañas un aullido aterrador, el aullido de la tos, de las resacas, de los dolores constantes en el alma, en el hígado y en la sien. Algo se cocina en los confines de su pensamiento. Pensar, hablar, hablar pensando. Aullaban los tres, cada uno a su manera y hermanados sobre las ruinas de la felicidad van ahogándose en el culo de la botella. Apenas Walter quedó dormido, Ramón se acercó a su cuerpo inerte. Le apretó la nariz haciendo una pinza con el pulgar y el índice, con la otra mano le tapó la boca semi-abierta y le apagó la respiración en cuestión de segundos. Besó su frente dándole un sacramento mudo y después lo tapó para protegerlo del frío que nunca más volvería a sentir. Julián y Ramón atravesaron el pequeño jardín, el portón, salieron a la vereda, caminaron por la ciudad atestada de marginales, marginales con mil formas diferentes que van intentando sobrevivir al pan nuestro de cada día. La mente de Ramón fue aserrando el tejido muerto del impulso, ese impulso que no se descompone ni se pudre y se quedó dando vueltas sobre ese instante de violencia pura con la que cumplió aquella vieja promesa. Fijó su mirada en los ojos de Julián y le hizo comprender, sin hablar, que sentir el sabor de su propia muerte sería cuestión de tiempo. De muy poco tiempo. Porque ellos, más que nadie, tienen bien en claro que los pactos y las promesas son para cumplirse.

 

fino.

Julio 2020.                     Del libro: El Gen de la Bestia.

viernes, 17 de julio de 2020

Ahí.

                      



Se que estás ahí

en la sombra

en alguna red,

somos como hambrientos rechazando pan

sin poder huir de los sueños.

Junio comprime el aire

tanto mar, tanta lluvia

sobre el mismo callejón, sobre este río marrón.

Veo tus ojos en otros ojos

       (mintiéndole en portugués)

veo mis ojos en un bebe

veo mis ojos en ojos rojos.

Julio comprime el cielo

y lentamente nos lleva hacia Abril,

su cara feliz

tu alma feliz va silbando al viento nuestra canción

mientras cambias mis besos perdidos

por caricias, tiempo, nubes y nieve

en los brazos del olvido.

Agosto comprime mi alma

mientras amanece en estas calles que no pisas

y cae

y se marchita esta tonta sonrisa

mirado fotos que no son mías,

pero sangre es sangre

y me vas olvidando

cuando no me necesitas.

 

fino.

martes, 14 de julio de 2020

El taller.

Apesar de la luz, era un lugar oscuro. Estaban encerrados, comiéndose el hígado en un ejercicio tenue de hallazgos y supervivencia. Eran once sentados a la mesa con hojas en las manos, preparados. Mujeres y hombres aficionados a la escritura, cargando sobre sus espaldas el peso de sus letras muertas, desbordados por las luces que llovían desde le techo. Se debatían como soldados entreverados en secretas y pequeñas batallas semanales, donde nacían o morían algunas frases coloridas. En el aire sobrevolaban sudores de envidia y narcisismo. Ellos desparramaban durante dos horas sus diferentes estilos de plagio, plagios insípidos y plagios brillantes en el mejor de los casos. La mayoría de lo que se escuchaba y leía, eran composiciones aburridas, redacciones escolares, largos discursos y maneras retóricas de disfrazar lo que realmente se quería decir. Había entre ellos solo dos o tres que realmente escribían bien, muy bien, pero en la práctica pura y dura de la creación, abundaba la fritura en aceite de bacalao. Después de cada lectura, como el cigarrillo posterior al sexo, se regodeaban con la disección del cadáver, desde un olimpo decadente y en voz alta, iban por la apetitosa yugular. El creador de turno cerraba los ojos, esperaba sumiso y en silencio, que destriparan su bella criatura. Siempre era igual, algún “me gusta”, por acá, algún “me gusta... pero”, por allá. Siempre con caras de asco interpretaban significados, mensajes, y regalaban algún aplauso flaco o simplemente el paredón. Risas tibias con el más profundo sentido crítico y con total ausencia de piedad. No sentían, no intentaban. Un puñado de aficionados sacándole punta al lápiz interminable del cosmos. Más que un curso de aprendizaje, era un flagelante ejercicio de crítica literaria, al tiempo que procuraban el aire que le faltaba a sus creaciones cuando se enfrentaban a la hoja en blanco. Tenían todo para ganar, pero amaban ese juego perverso.

Hasta allí llegó Analía, al taller, con sus cuadernos mojados y con las perlas desenterradas de su vida. Buscaba como seguir abriéndose paso en la selva de la inmadurez, venía con su dolor a cuestas y el corazón en reparación. Su sonrisa leve desató otras sonrisas en dos o tres personas que querían entenderla. El resto se asustó. Sin disimulo, ni pudor mostraban rechazo y desprecio.

¿Quién se cree que es? No bebe refresco, ni come los alfajores que repartimos, y para peor, escribe esas porquerías que oscurecen hasta el día.

En los primeros meses, Analía, no entendió el mecanismo de esos engranajes oxidados que chirriaban con el mismo ruido obsceno desde hacía más de seis años. En ese grupo cerrado era difícil entrar, todos estaban a gusto con lo que hacían y como lo hacían. Era una orgía oscura que no se detenía con la llegada de extraños. Ella escribía bien, quería aprender y no comprendía como seres sensibles y aficionados a las artes, manejaban códigos de freno y aniquilación de cualquier esperanza. Ella era dulce, sincera y alentaba con cortesía los textos que leían, buscaba ser aceptada sin desmerecer. Volcaba su energía en apoyar cada vez que las puertas se abrían, pero chocaba siempre con el eco apagado de esas cabezas vacías. Pero no todos reaccionan igual al desamparo. Analía llegó una tarde con la sonrisa desdibujada, ofreció su trabajo en una lectura vibrante, dejo su piel y su sangre en un texto que la mostró totalmente desnuda, transparente. Nada sucedió. Es decir, nada nuevo sucedió. Al pasear su mirada por los rostros inmutables y aburridos, una lágrima solitaria de fuego y sal marcó su mejilla en el lento camino hacia la boca. Sin decir otra palabra que “gracias”, se levantó de su silla, recogió sus papeles y se marchó para siempre. Dejó sobre la mesa los refrescos, el paquete con masas y sándwiches que había traído para el festejo que se estilaba. Era su cumpleaños. Se marcho sin avisar que todo estaba envenenado. Como las almas de esos futuros muertos.

 

fino.

Julio 2020.

viernes, 10 de julio de 2020

Traición de ajedrez

 


Era un golpe duro. Las promesas pasaron a formar parte de un mal viaje. Cada cuenta en su collar y ese fue el modo. Hablar, hablamos poco, hablamos lento.

-Nunca dije que la amaba, sucedió, simplemente sucedió –me dijo.

-Yo creo que no sos sincero –respondí.

-Está bien, tenés razón. Pero no fue un juego –afirmó el traidor y al decirlo bajó la cabeza.

Cada palabra era como fuego, entre nosotros dos estaba la mesa y el miedo. El disco giraba en su enredo, un espiral sonoro, surco a surco y a un volumen criminal. Cohen, sonaba Cohen. Él estiró los brazos hacia adelante, trenzó los dedos y los hizo sonar, yo llené mi copa en un ritual sombrío. Los lentes negros no eran suficientes para ocultar los rayos crudos de la confesión. Él, el traidor, siguió con su discurso:

- Si, yo la amo y ese es mi problema, al fin de cuentas el error es de los dos, si es que fue un  error.

- Si hablás así, sos un cobarde. Sembrar en ella la duda no es de caballero, ni te va a dar mi perdón. Hipócrita, caíste en la trampa en la que juramos no caer. No nosotros dos – respondí.

- Quizás, lo tendría que pensar.

- Cobarde. Lo que decís es propio de un cobarde sin huevos.

El traidor, arrastró los lentes negros hacia la punta de su nariz, me miró taladrándome el cerebro, el deseaba taladrarlo. Muchas veces una mirada hace heridas de las que cuesta sanar. Estábamos frente a frente, con los codos apoyados en la mesa y el mantel hacía las veces de paño y aguantaba los misiles de la mejor forma en que los podía aguantar. El aire se hacía cada vez más denso, pesado, estaba a punto de crujir y descascararse.

-Mejor sería preguntarle a ella, al fin de cuentas esa es la razón de que estemos así –me dijo.

-Por primera vez tenés la razón -respondí.

Ella apareció. La Reina. Fue un rayo de sol lacerante. Era el dolor compartido de jugar ese extraño ajedrez y dijo:

-Los escuchaba desde la otra habitación, no creo necesario que sigan hablando. No soy ningún trofeo, ni tengo el encanto de cualquier tesoro prometido.

Con esas palabras tapó lo huecos de nuestro silencio. Después exhaló, cerro los ojos, apretó los parpados y envolvió la tarde entera con ese simple gesto.    

 -¿Te sirvo otra copa? –me preguntó el traidor.

-No, creo que ya fue suficiente –respondí.

-Quien diría que alguna vez, nosotros, estaríamos hablando de esto –me dijo casi susurrando.

-Yo no hablo, pienso en voz alta –dije.

-Claro, pasa que yo ya no existo en tu horizonte. ¿Acaso no recordás las veces que te dije que te quiero o las otras mil veces que te lo repetí? -dijo el traidor tensando al máximo el momento.

-Lo sé y por eso es que todo termina acá –lo acribillé.

-Si vos lo decís, esta bien.

-Si, esta bien. Pero sos vos quien se queda con ella.

-No fui yo quien decidió que las cosas fueran así –se disculpó.

Ella miraba, solamente nos miraba en silencio. La bestia de la traición nos comió, encendida e implacable nos devoró, cuando pensamos que nunca nos tocaría, pero apareció y el sabor a veneno entre esas cuatro paredes fue difícil de tragar. Por la punta de la mesa se nos caía el destino.

-Me vuelvo a Montevideo -dije.

-Yo me quedo, va a ser lo mejor –habló el traidor.

La miramos a los ojos, pusimos todo el orgullo, todo nuestro amor en las cuadriculas del tablero. Quedamos frente a sus ojos como un trozo de hielo al sol. Ella nos miró sobre el paño en blanco y negro. Abrió la boca, comenzó a articular la voz, soltó las primeras letras de una frase. Ella nos dijo:

-Jaque Mate.

 

fino.

Julio 2020.                     
Del libro: El Gen de la Bestia.