Soy un sueño, un espectro, un ángel.
(a Luc Besson)
Me niego a
cortarme las alas o a esconderlas bajo una gabardina raída. Me niego a dejar
las calles pese a tanto dato que va achicando el tiempo necesario para
procesar. Me opongo a que todo se termine contaminado con el hedor del ocaso.
Busco desde
los techos almas perdidas en cualquier cuerpo que las contenga. Espío desde los
pretiles y mis ojos chorrean sangre. Cerca de una esquina, a dos cuadras de las
suelas de mis zapatos, veo un cartel despintado sobre una puerta de vaivén a
medio caer. Con un aleteo frágil vuelo hasta allí. Llego a la acera de baldosas
amarillas y manchadas de herrumbre por las lágrimas de las cortinas metálicas. Falta
poco para la caída del sol y adentro, el bar, está atestado de descarriados con
sed eterna. Cruzo la puerta sin tocarla ni moverla, entro y mi sombra se
proyecta entrecortada en el techo tapizado de hongos añejos y vapores de
tabaco. El silencio solo se rompe cuando se apoyan los vasos en las mesas o con
el tintinear de hielos girando. Una niebla espesa flota en el aire, tiene olor
a sudor, a tristeza y alcohol. Miro entre los extraviados buscando a quien
salvarle el día o quizás la vida. Veo a una mujer en un rincón, casi al límite
del infierno. Tiene la blusa desprendida hasta el ombligo, el sostén desgarrado
y el maquillaje borroneado por llantos viejos. Sus dedos finos están cubiertos
de anillos y su mano derecha apoyada sobre la mesa aprieta un vaso de whisky. Avanzo
hasta ella. Un destello leve surca sus ojos azules y adivina mi presencia. Con
un movimiento elegante toma el paquete de cigarrillos que descansa en la mesa.
Saca uno y lo enciende con lentitud exasperante.
-¿Que
buscas de mí? –preguntó mientras soltaba una bocanada de humo hacia el techo.
-Nada que
te pueda hacer peor –respondí.
Ella soltó una
risa ahogada en un sorbo de licor.
-¿Nada que
me pueda hacer peor? Claro, eso es seguro. No hay nada peor que estar muerta en
vida –dijo con resignación.
Por un
instante, apenas por un instante, el ambiente denso y oscuro del bar, se
transformó en una zona un poco menos confusa cuando apoyó el vaso sobre la mesa y dejo ver una
sonrisa que retenía rastros de hermosura.
-Vine a
purificar tus sueños. Viene a empujarte hacia la salida –dije con voz pausada,
para que pudiera retener la esperanza que intentaba transmitirle.
Al oír mis
palabras me busco en vano entre la oscuridad que tenía frente a sus ojos. Unas
lágrimas lentas y saladas comenzaron a caer desde sus ojos claros, opacos,
perdidos. Ella bebió de un sorbo todo el líquido de su vaso. Apagó con rabia el
cigarrillo en el cenicero atestado de puchos aplastados. Se llevó las manos
temblorosas a la cabeza, intentando comprender si finalmente la locura se había
apoderado de ella o si lo que escuchaba era real.
-¿Donde
mierda te metiste todos estos años? ¿Ahora que estoy a punto de desbarrancar
venís a ofrecerme una mano? Mejor págame otro whisky, puto ángel de mierda
-dijo casi gritando.
Unos pocos
de los perdidos que bebían en la barra, giraron para mirar desde donde venía
ese reclamo urgente y descontrolado. Acerqué mi mano hasta su frente arrugada,
llevé algo de calor a su cabeza fría y confusa.
-Llevo mil
años acá, maldita bruja. ¡Llevo acá mil años! -repitió apagándose de a poco.
-Amiga, ¿no
te parece que es hora de abandonar esta isla? –le dije.
-¿Amiga?
¡No me llames amiga! No tengo amigas y menos que tengan alas enganchadas en la
espalda. Sos un fantasma, un diablo creado por la confusión de este whisky
barato –gritó.
-Yo también
estoy perdida. Salvémonos juntas. Yo tampoco quiero dejar mis alas en un culo
de botella. Salvémonos -le dije.
Ella se
paró vacilante, trastabilló al intentar dar el primer paso hacia la puerta. Tomó
con asco el paquete de cigarrillos y su cartera. Se alisó con movimientos
torpes la pollera, la blusa y posó orgullosa sus ojos en mis ojos. Se acercó
hacia mi. Con sus manos frías me tocó la cara, acarició mi pelo y lentamente me
besó en la boca. Me beso con deseo, con intensidad.
Algunos de
los devotos feligreses del bar, miraban con asombro y desconcierto etílico,
como la mujer besaba ardientemente un espejo, mientras caían desde el techo,
como una llovizna en cámara lenta, miles y miles de blanquísimas plumas.
fino.