Bajo una oscuridad siniestra y total, se escuchaba pasar el tren a lo lejos.
-¡Claro, claro! –gritó ella con voz entrecortada.
Lentamente Marcos se separo de ella, se levantó y caminando sobre los vidrios rotos que estaban desparramados en el piso, se fue acercando muy despacio y tembloroso hacia la ventana desnuda. Con una mezcla triste de cautela y miedo sacó de su bolsillo el sobre y lo extendió sin sacar la mano por la abertura, solamente dejó al descubierto una pequeña punta del sobre que asomó hacia la oscuridad del exterior. Sintió un tirón seco que le arrebató el envoltorio de sus dedos. En el mismo instante en que comenzaba a lloviznar, desde dentro de la cabaña la pareja escucho la voz firme que les ordenaba:
-Ahora quiero que salgan o entro a sacarlos.
-No por favor, ya está, déjenos en paz, ya tiene lo que quiere.
-Dije que salgan –volvió a ordenar.
-¡No, no, por favor!
Adentro los dos escucharon el ruido que produce un arma al martillarse y después de otro segundo interminable explotó el disparo, y la sangre comenzó a manar de la frente de Beatriz que, desarticulada, caía al piso.
-¡No, no, no! –fue lo ultimo que pudo decir Marcos antes de caer junto a Beatriz con la cara destrozada por otro impacto de bala.
Afuera, el asesino abrió el sobre, desdobló la hoja de papel que sacó de él y prendiendo un encendedor leyó bajo la luz que producía. Ciego de ira y rencor, entró a la cabaña pateando y rompiendo la puerta, metió la mano por una abertura de la puerta rota, destrabó el cerrojo. Accionó nuevamente el encendedor, buscó los cuerpos ensangrentados en el piso, se acercó y con una violencia que nacía desde lo más profundo de su ser comenzó a patearlos, a escupirlos y a gritar:
-¡Mierdas! ¡Todos son una mierda! –gritaba con la cara encendida por la furia y el rencor.
Cuando terminó de descargar su rabia sobre los cuerpos inertes, se agachó apoyando sus manos en las rodillas respirando con dificultad por la falta de aire que produce el exceso de tabaco en los pulmones. Respiró desesperado, al borde del ahogo. Con la mirada llena de asco miró hacia los cuerpos tendidos en el suelo y al reponerse del ahogo nuevamente escupió su saliva espesa y dura. Se secó los labios con el dorso de la mano izquierda y sin una minima partícula de compasión se volvió hacia a la salida. Mientras caminaba dejando atrás la cabaña cementerio, destruyó el papel y el sobre en decenas de trozos pequeños e irrecuperables, comenzó a recitar de forma muy lenta y a modo de repaso mental, para fijar en su memoria, los ocho nombres que había leído. Los restos del papel picado caían sobre el pasto mojado, y sus pasos pesados quebraban hojas y palos resecos y se fueron alejando rumbo a la profundidad del bosque, hasta que se apagaron completamente en la oscuridad. La cabaña ardía envuelta en un fuego incontrolable. A lo lejos se escuchó, otra vez, el paso del tren.
fino.
Noviembre 2021.