Quizás un café o alguna bebida alcohólica fermentada desde una taza de arroz. No lo sé. Da lo mismo. Tal vez un beso esponjoso de mis labios sedientos, un puñados de maní crocante o su voz al teléfono. Lo cierto es que estoy sola, dibujando círculos concéntricos y líneas invisibles con la yema de un dedo sobre la mesa trasnochada de este bar. Pienso que está bien extrañar, significa que alguna vez amamos, que por un instante fuimos felices.
Quizás un café o alguna bebida fuerte que brinde el calor que mi cuerpo necesita. Ignorar esas tortas blandas, coloridas, rodeadas de hojas de menta girando aburridas y desmembradas dentro de una heladera espejada. No lo sé. Me da lo mismo. Siento la necesidad de bloquear la estampida intermitente de su recuerdo, de mis agujeros tapados con excusas y desechos de tiempo. Veo decenas de naranjas aplastadas bajo el peso muerto de la sed, restos de comida mordida que ninguna boca probará sobre un plato. Aceitunas y queso cortado en cubos dentro de un plato minúsculo y mi dedo, ahora, inventando el mapa de un país desconocido.
Quizás un café o alguna puñalada sin hielo que baje por las paredes secas de mi esófago afiebrado, por mis entrañas al rojo vivo cada vez que repaso su carta arrugada y manchada de sudor. Estoy agotada de asesinar tristezas, de que el rimel me siga tatuando la cara. No lo sé, me da lo mismo, pero no quiero caer en el ensueño monótono de las conversaciones y los pedidos colgados de este aire viciado con deseos urgentes, que llegan sin paciencia ni piedad.
No puedo evitar que todas esas voces me taladren y desborden, obligándome a caer en su carta que sostengo con manos temblorosas, mientras las arrugas van comiéndose mis veintisiete años y mi piel.
Si, quizás un café, para terminar la idea incompleta de que sus brazos no volverán a rodearme, que sus dedos desandarán el camino que me llevó al deseo. Un café hirviendo y amargo para anestesiar esta locura.
Si, mejor una tregua, un café.fino. Del Libro: Mil Bares.
Mùsica: Eres - Cafe Tacuba