La pelusa de los plátanos cae sobre la mesa como nieve, como lluvia alérgica azotando nuestros cuerpos doloridos, enfermos. Y eso no es todo, también está el viento, el asfalto hirviendo, pero sobre todas las cosas esta nueva soledad. Estamos sentados frente a frente afuera del bar, en una de las mesas que hay en la vereda. Estamos vacíos, sin hablarnos. El, hundido en la pantalla de su celular, yo, en mi taza de café. Ya no nos quedan cosas por hablar, los puñales ya atravesaron la carne, arrasaron, pasaron astillando huesos y años, anidaron en las entrañas. El daño está hecho. Pensar que en este mismo lugar, él me dijo que moriría por mí, que mis ojos lo habían salvado de todo. Ahora que lo pienso podría preguntarle si a ella le dijo lo mismo. Es difícil despertar así de un largo letargo, de una calma inmensa, del sueño inclaudicable de la felicidad. Fueron años, muchas noches y primaveras.
La patada que sentí en el pecho fue como un electroshock, me vi chorreando baba, apretando los maxilares sin protección hasta deformarme la cara. Fui un Dalí al rojo vivo, sangre caliente al rojo vivo, sangre caliente derramada al vacío. Él sigue chequeando correos y whastapp, seguro controla transferencias bancarias y llamadas, hoy es viernes y tiene salida de amigos. Mi café se enfrió y lo bebo sin asco en un ritual de desesperanza. No quiero mirarlo nunca más, mis ovarios se comprimen, mis ojos se van achinando y me nacen colmillos pero no deseo morder su yugular. Deseo que desaparezca y se lleve esa maldita sonrisa que hoy maldigo, menos mal que solo tenemos vicios materiales, cosas y fotos. No hay perro, ni gato solo las palabras que ya se llevó el viento. El viento de la mentira.
¿Y matarlo? Envenenarlo con todo mi odio y resentimiento. O tal vez acuchillarlo apretando con furia la daga del desprecio. Inútil. De nada serviría entrar en ese bosque espeso, son solo pensamientos escondidos en las sombras de mi mente. Impulsos encerrados con cuatro llaves en las paredes de mi cráneo, deseos solo aptos para soñar despierta, fantasías que se arremolinan en la nebulosa de la impotencia. En realidad ahora ya no siento nada, me abraza un témpano al tiempo que comprendo el poder del vacío. Su cara se va disolviendo, se va borrando. Años atrás pegábamos los recortes con saliva, incrustábamos a puro beso y sexo mensajes interestelares en las profundidades del firmamento. Construimos castillos desde los cimientos del abrazo y el sudor. Verlo pasar las pantallas con el dedo, es como morir de sed. Agarro mi cartera, la abro, saco el lápiz de labio. Me pinto sin espejo, beso por última vez una taza frente a él. Ya fue.
La pelusa de los plátanos sigue cayendo como nieve y lo congela todo.
Me levanto y me voy. Que pague la cuenta con efectivo, si es que aún le queda dignidad. Yo sé quién soy. Tengo la certeza que no todas las veces la muerte y el tiempo transforman la basura en oro puro.
fino.
Del libro: Mil Bares.
Mùsica: Miedo y Canciòn - Diego Gònzalez.