Ella abrió
la mochila ¿Que sacará? me pregunté, ¿Cigarros o el teléfono? Que gil que soy,
como no adiviné, ya casi nadie fuma. Sacó su Galaxy A trecientos mil.com, lo
miró, adiviné que chequeaba contenidos, recién ahí levanto los ojos para
mirarme, presintiendo mi mirada. Me hablo.
-Disculpá
¿Me decías?
-Si sabés
donde para el 183.
-Creo que
acá –dijo despreocupada planchándome con desparpajo a sabiendas que yo nunca había hablado.
Volvió a
revolver en la mochila y ahora si, ante mi sorpresa, sacó un paquete de
cigarrillos.
-¿Me
convidas con uno?
-Dale. Pero
después me dejas en paz ¿Si?
-Si no
tengo más remedio.
Que
estúpido es pensar que se puede seducir así, con el truco más viejo, gastado y
arrugado del planeta. Si ellas quieren, nos consiguen, no tiene sentido
intentar llamar su atención, ellas están mil kilómetros adelante. Nos ven
llegar mucho antes de llegar. Los varones somos animales previsibles, al menos
para ellas, y sobre todo los cortos de mente como yo.
-Gracias
–dije alargando la mano para recibir su limosna –me salvaste de las garras del
vicio y también de quedar como un estúpido.
-Eso último
no te lo creas –dijo ahuecando su mano sobre el cigarro que tenía en la boca
listo para encender.
Mientras
soltaba una nube de humo azulado, ella volvía a clavar la vista en el teléfono.
Yo, como una estatua de sal, me quedé a su lado extasiado, mirándola como a un
hermoso ramo de rosas rojas, intentando, a toda velocidad, sacar de la carpeta
de artilugios oxidados alguna frase ingeniosa para traerla hacia mí.
-¿Me das
fuego?
Ella me
congeló con una mirada verde.
-Si no te
dejas de romperme las bolas, te voy a mandar a cagar.
-Bueno no
te enojes. Disculpame, pero aunque te parezca estúpido, desde que te vi
acercándote, no pude con el impulso de hablarte. Piré con la fantasía que
quizás yo te pudiese gustar.
Después de
mi confesión ella separó los labios, se le dibujó en la boca una mueca de
perplejidad y dejó al descubierto una dentadura casi perfecta y blanca, solo
una pequeña hendidura entre sus dos dientes superiores frontales me demostró
cuan bellas pueden ser las imperfecciones. Aproveche su estupor para recorrerla
de arriba abajo en un segundo de mi reloj interminable. Su pelo corto al ras y
teñido de un rubio casi blanco le enmarcaba el rostro alargado, lo que
compensaba el balance que hacían sus ojos rasgados. Bella desde donde se
mirara. Vestida con ropas holgadas, tanto la blusa negra sin mangas, como el
pantalón ancho y marrón cargado de bolsillos. Su figura hacía el resto
equilibrando su peso con el metro ochenta de altura. Linda, inmensamente linda.
-No te
puedo creer –me dijo incrédula.
La mañana a
nuestro alrededor lentamente se ponía en marcha, descongelando el transito
pesado, los edificios y las nubes que se desperezaban grises sobre la Plaza de
la Bandera. Los bocinazos líquidos hacían el resto.
-No te
puedo creer –repitió con aire resignado –me das un poco de lástima y algún otro
sentimiento que no sé como llamarlo. Estamos grandes para jugar a la
adolescencia ¿No te parece?
-Bueno,
tenía que decírtelo. Vos ni me registras, pero yo te veo todas las mañanas y
desde hace tiempo estaba juntando valor para encararte. Ahora si querés,
mandame a la mierda, aceptame un café o dejame tu teléfono.
-¡No te
puedo creer!
-No sé como
tomar esa respuesta. Tres veces repetida quizás sea una señal de buena suerte
¿Que me decís?
-¡Que no
tenés vergüenza! ¿Que otra cosa te puedo decir? ¿Boludo?
-Bueno
tampoco es para tanto. No te falté el respeto, ni dije algo que lastimara tu
orgullo. Te vuelvo a pedir disculpas.
Ella movió
los brazos separándolos del cuerpo, en una mano tenía el celular, en la otra el
cigarrillo a punto de consumirse. Me miró más allá de los ojos, revolvió mi
cerebro, buscó con su radar implacable algo más que barro y maleza. Suspiró
aliviada, al menos eso percíbi, y con algo de la piedad, de esa que le falta a
los toreros, me dijo:
-Hoy no
puedo, pero mañana a esta hora nos tomamos ese café. Y por
favor, anda pensando algo menos infantil para que podamos conversar
civilizadamente ¿Te parece o son muchos los deberes?
-Lo que me
pidas. Te veo mañana –dije.
Fue cerrar
la frase cuando apareció a velocidad de tortuga el ómnibus que ella tomaba
todas las mañanas. Tiró la colilla al suelo, caminó hasta la
puerta abierta y hambrienta del C14. Sin volverse a mirar me despido con un
"hasta mañana" pálido y sorpresivo.
Esa
sorpresa, fue la misma que cayó de mi boca al sentir que, sin ningún lugar a
dudas, había otro cielo posible traspasando el cielo visible. Fue en ese
instante que me pregunté: ¿De qué vale una vida sin amor? Allí mismo nacieron
los sueños que me invaden hasta hoy, la magia feroz de la adrenalina que inunda
mi cuerpo cada vez que pienso en ella. Es mi aire, es una
semilla germinando día a día, la paz, la calma y los nervios destrozados al
sentirme tan solo.
Vi llegar
el 183. A ella, después de esa mañana, nunca más la vi.
fino. Collage: Lily Gar.
Mùsica: Pra onde voce vai - Lobao.