miércoles, 30 de octubre de 2024

Con suerte, la noche...

 

                                                      

Duerme sin cerrar los ojos, cubierta de nylon sobre cartones o en cualquier colchón destripado. Sobre inmundicias. Duerme y despierta con los dientes apretados, con los puños crispados, bajo pretiles, árboles, arbustos o cielos pelados.
Le da lo mismo pero abunda en su bruma la palabra infestada, el vacío legal de la completa estupidez. Más desechos que cruz y así es imposible no rendirse bajo el peso muerto de los días, del paso de las tempestades, de las repeticiones incansables del viento. Ella es lluvia, hambre, calor sin esperanzas a la vista. Tiene todo el tiempo del mundo, quizás no sea suficiente caminar ni sentarse a esperar la mano indiferente de la ceguera. Es invisible como el viento. A lo lejos siempre esta la luz y el poder insoportable de quienes hacen todo lo posible por restarla, pero ella está, duele y taladra en los ojos. Está.
El papel picado son balas cayendo y las luces del centro son mentiras desfloradas, mientas ella come sangre coagulada sentada sobre pan duro. La parte dulce le llega en las noches cuando despierta nadando en cualquier vino áspero y triangular, ese brebaje mal sano de aceite rancio y agua inmoral. La parte dulce llega en la noche, cuando mueren los pasos, cuando las miradas hacia los costados y sus uñas dejan de graffitear la calle travestida. Fratricida. Desechos. Más desechos que amor. No tiene de qué redimirse, no hay aliento seco ni cubos helados, solo algún filo incrustado en el bajo vientre, en la piel reseca del olvido. Sus recuerdos del pasado entran en un puño cerrado, en cuatro líneas escritas sin faltas de ortografía.
Ella va desapareciendo para retornar alguna que otra vez en el vuelo que da el alcohol durante un instante triste. Desaparecer y volver en cuenta gotas. Bella pero destruida, borrándose de a poco y para siempre. Sus restos están desparramados en fotos oscuras, lejanas. Nada más. Esa noche, recostada bajo la luna, mirando un punto perdido en su horizonte, sin pensar demasiado y naturalmente, hablo hacia la oscuridad. Finalmente invisible.
-Maldita bebida –dijo susurrando -vos me salvaste. Quiero matarme en  tus brazos tentáculos, tibios, ásperos, esos que me sacan del espacio. Me trajiste hasta acá y tengo tus besos marcados en la carne. Tu mierda me saca el hambre, me da carretera, trenes y barcos. ¿Comiste del muerto o solo de sus flores? ¿Sabes para qué sirve el hilo? Para que me muera sin sufrir –se respondió.
Con suerte llegaría la noche. Con mucha suerte.

fino.

Música:

 Lanterna dos Afogados - Paralamas