Me duele la sien. Me duelen los ojos de tanto apretarlos. Siento la boca dormida y mis dientes incrustados dentro de mis otros dientes por la fuerza de los maxilares. No los puedo aflojar. Ni a los dientes, ni a los ojos. Mi cuerpo está igual de tenso y contraído. Estoy duro, completamente duro. Me duele la sien y el caño frío incrustado en el lado derecho hace una zanja circular, que no sangra, que no llegó a quemarse por un fogonazo. Están todas la balas en el tambor ¿Soy otro hombre? ¿Soy un ser vivo? ¿Soy un ser? Vivo. Por ahora vivo. Estoy perdido entre las contradicciones y la cobardía, elegí la posibilidad. Pero no me dan los huevos, no me alcanza la urgencia.
Es otro de esos momentos en que la infancia, las marcas y los llantos destrozan cualquier validez. Un pobre diablo buscando excusas y justificaciones. Lo cierto es que no me dan los huevos. Ahora si. Siento una especie de lava caliente y espesa que baja por la mejilla. Viaja en cámara lenta. Estoy hinchado, a punto de explotar, las venas del cuello buscan una sola razón para mantenerse enteras, buscan un poco de aire. Se lo doy pero sigo hinchado. Los dedos agarrotados se niegan a aflojar a pesar de la cobardía, la tan famosa cobardía para la que no me dan los huevos. Si me vieras, si solo me vieras ¿Qué pensarías? ¿Cambiaría algo? ¿Volvería el tiempo atrás? Las gotas de lava roja manchan mi remera, dejarán el testimonio de este dolor tan antiguo ¿Cuánto tiempo pasó? ¿Dos años? ¿Un día? Si solo pudieras verme.
El olor a flores me trae un poco de paz. Cientos de miles de flores que junté esperando el día. Las más nuevas son de hoy a la mañana. Las más viejas de aquella última vez. Pétalos secos sobre las mesas, en los muebles, en el piso, en los cuartos, en el baño. Pétalos frescos en el florero del centro de la sala. Veinte flores blancas y nuevas. Vos amas las flores blancas. Y yo las amo por vos. Otro volcán nace en mis ojos y su erupción salada cae en cascada, baja hacia mi pecho, borronea la sangre y se mezcla, se esparce y calientan el latido sincopado del corazón. Se me aflojan los dedos. La mandíbula cede y pierdo los dientes. El acero cae al piso.
Un ruido compacto y seco inunda la casa. Los pétalos astillados acunan el sueño de fuego. Caigo de rodillas, hundo la frente en el parquet. Soy una burbuja buscando la superficie, buscando soltar el aire rancio del dolor. Insoportable dolor. Afuera no es de noche, no hay soledad ni llueve. Adentro, en mi, todo lo contrario. La locura empuja, aunque falte coraje, aunque el miedo lo cubra todo. Un impulso criminal me tira de costado. Frente a mis ojos está el arma rodeada de pétalos muertos. El caño apunta a mi frente. Mis ojos viajan a dos mil kilómetros por hora dentro del caño estriado, estabilizo la vista al chocar con el percutor. Un sudor frío recorre mi espina dorsal. No necesito valentía, solo necesito estirar la mano y esperar el empuje de la locura. Siento una lengua rugosa y áspera lamiéndome la planta de los pies. La baba minima y sarnosa del final. Los pétalos blancos frescos y carnosos comienzan a llover sobre mi cuerpo, yo sin manos, sin fuerzas ni aire empiezo con la cuenta regresiva desde el eco de un tic-tac clavado en la pared. El caño está apuntando a mi tercer ojo, el espacio se consume sin piedad acentuando el silencio cargado de trampas. Creo en la certeza, en la llegada de ese segundo final, en el cambio del tic-tac por el bang. Mis ojos, el caño, el tambor lleno de balas, la sangre interminable saliendo a borbotones de la zanja circular y otras flores marchitándose en la cobardía de esperar que alguien haga esto por mi.
fino.
Música:
No te animas a despegar- Charly García.