Se aferró con furia al volante mirando la luz que venía
hacia el a toda velocidad. Decidió pisar el acelerador a fondo al tiempo que cerraba
los ojos.
La oscuridad total en la que
estaba envuelto se fue disipando por un fino haz de luz que caía por lo que
parecía ser el ojo de una cerradura. Palpó su cara, sus piernas y poco a poco comprobó
que todo estaba en su sitio, la nariz en el lugar de la nariz, la boca en lugar
de la boca, sus pulmones funcionaban y el corazón bombeaba un fuego eléctrico hacia los ojos. Separó
los labios y susurrando pidió lo que mas deseaba en el mundo: “ ¡Agua, agua!”. Las palabras rebotaron
en su entorno y se fueron alejando lentas, obstinadas hacia el infinito.
Intentó separar su cuerpo de la cama en la que estaba recostado pero no pudo despegarse
un solo milímetro, apenas consiguió mover las manos, era un ave herida
aleteando después de un disparo certero. Necesitaba ayuda, saber donde estaba atrapado.
Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver la imagen de Magdalena, recortada por la
luz. Su pecho estaba oprimido por el desconsuelo, las lágrimas rodaron por sus
mejillas ,bajaron por el cuello hasta empaparle la nuca. Rescató con la lengua el
resto de una lágrima con la que apenas humedeció sus labios, maldijo en un idioma
imposible de comprender al pensar que se estaba alimentando en el infierno. La
sal de la lágrima no hizo mas que agigantar su sed, ella se acercó y con un paño
blanco embebido en agua fresca. Comenzó a limpiarle las heridas de su cuerpo
lacerado, le lavo las manos, los pies y el torso ensangrentado. Otra vez ella, su
amor, calmaba sus heridas mientras que con voz pausada enumeraba las veces que
él había traicionado, las veces que había engañado y todas las promesas, que por
soberbia, había dejado de cumplir. El sucumbió en la miseria de sentirse hueco,
sin paz. Su vida comenzaba y terminaba allí, en el origen de esa luz, en ese
faro inmóvil y en las palabras implacables de ella. Eso lo desencajo, se dio
asco, tuvo miedo y sintió el horror de haber fallado siempre. Intentó gritar
con todas sus fuerzas pero esta vez un silencio inhumano le estalló en la boca.
Quedó atrapado en el aire grasoso del terror y sujetándose con todas sus
fuerzas a los lados de la cama, se desvaneció. En ese segundo infinito, el
tiempo se detuvo. Despertó en el limite difuso de lo real y lo imaginario, despertó
en el temporal caótico de los deseos ajenos. El, gigante y minúsculo, descreyendo
de su propia historia vio a Magdalena guiándolo a través del ruido ensordecedor
de neumáticos derrapando en una frenada violenta.
Levantó el pie del acelerador, soltó desesperado el
volante, abrió los ojos y se llevó las manos a la cara frotándose con furia. La
luz a su frente ya no existía y lentamente el auto volvió a transitar por esa vieja
carretera desierta, oscura.
fino.
Del libro: El Gen de la Bestia
Tremendo, realmente el escalofrío lo siente el que te lee.
ResponderEliminarUn relato vertiginoso que conduce inexorablemente al golpe final.
Sin embargo...
Me ha encantado!