miércoles, 2 de octubre de 2019

La posibilidad del accidente.

                                                                          



Se aferró con furia al volante mirando la luz que venía hacia el a toda velocidad. Decidió pisar el acelerador a fondo al tiempo que cerraba los ojos.
La oscuridad total en la que estaba envuelto se fue disipando por un fino haz de luz que caía por lo que parecía ser el ojo de una cerradura. Palpó su cara, sus piernas y poco a poco comprobó que todo estaba en su sitio, la nariz en el lugar de la nariz, la boca en lugar de la boca, sus pulmones funcionaban y el corazón  bombeaba un fuego eléctrico hacia los ojos. Separó los labios y susurrando pidió lo que mas deseaba en el mundo: “ ¡Agua, agua!”. Las palabras rebotaron en su entorno y se fueron alejando lentas, obstinadas hacia el infinito. Intentó separar su cuerpo de la cama en la que estaba recostado pero no pudo despegarse un solo milímetro, apenas consiguió mover las manos, era un ave herida aleteando después de un disparo certero. Necesitaba ayuda, saber donde estaba atrapado. Sus ojos se llenaron de lágrimas al ver la imagen de Magdalena, recortada por la luz. Su pecho estaba oprimido por el desconsuelo, las lágrimas rodaron por sus mejillas ,bajaron por el cuello hasta empaparle la nuca. Rescató con la lengua el resto de una lágrima con la que apenas humedeció sus labios, maldijo en un idioma imposible de comprender al pensar que se estaba alimentando en el infierno. La sal de la lágrima no hizo mas que agigantar su sed, ella se acercó y con un paño blanco embebido en agua fresca. Comenzó a limpiarle las heridas de su cuerpo lacerado, le lavo las manos, los pies y el torso ensangrentado. Otra vez ella, su amor, calmaba sus heridas mientras que con voz pausada enumeraba las veces que él había traicionado, las veces que había engañado y todas las promesas, que por soberbia, había dejado de cumplir. El sucumbió en la miseria de sentirse hueco, sin paz. Su vida comenzaba y terminaba allí, en el origen de esa luz, en ese faro inmóvil y en las palabras implacables de ella. Eso lo desencajo, se dio asco, tuvo miedo y sintió el horror de haber fallado siempre. Intentó gritar con todas sus fuerzas pero esta vez un silencio inhumano le estalló en la boca. Quedó atrapado en el aire grasoso del terror y sujetándose con todas sus fuerzas a los lados de la cama, se desvaneció. En ese segundo infinito, el tiempo se detuvo. Despertó en el limite difuso de lo real y lo imaginario, despertó en el temporal caótico de los deseos ajenos. El, gigante y minúsculo, descreyendo de su propia historia vio a Magdalena guiándolo a través del ruido ensordecedor de neumáticos derrapando en una frenada violenta.
Levantó el pie del acelerador, soltó desesperado el volante, abrió los ojos y se llevó las manos a la cara frotándose con furia. La luz a su frente ya no existía y lentamente el auto volvió a transitar por esa vieja carretera desierta, oscura.

  fino.
 
Del libro: El Gen de la Bestia

1 comentario:

  1. Tremendo, realmente el escalofrío lo siente el que te lee.
    Un relato vertiginoso que conduce inexorablemente al golpe final.
    Sin embargo...
    Me ha encantado!

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