No podía descansar, tenía tormentas en el alma.Daba vueltas en la cama sin pensar en el cuerpo que
sollozaba a su lado. Una lluvia de palabras inconexas, giraban en su mente, al
tiempo que daba manotazos esporádicos en la oscuridad del cuarto. La reja del
miedo era poderosa y eso lo volvía loco. Fue con la explosión cerca de su oído,
que sus pensamientos se desvanecieron. Sólo un salto al vacío podía acomodarle los
nervios. Abrió la ventana para respirar, no estaba dispuesto a morir y eso lo tenía
claro, saltar no era una alternativa. El cielo estaba gris, la calle mojada. En
su cabeza aún retumbaba el sonido del disparo. Fue un casi. Hasta su nariz
llegó el olor a pólvora y se sintió limpio. Ella estaba parada a su lado, con
el revolver flotándole entre las manos. Quién sabe que locura la arrebató de la
espera y decidió reclamarle atención con la desesperada alarma de un tiro. El
quedó unos minutos mirándola y recordó lo que era caminar sin sentirse sospechoso,
caminar sin sentir paranoia. Paz, sintió un poco de paz. Se levantó de la cama
y no le dijo nada, ni siquiera la miró mientras se vestía. Salió a caminar por
la noche descargando miradas furtivas sobre todo lo que se movía. Estaba
cansado de perder las cosas más simples, las que el dinero no puede comprar o las
que pierden valor apenas se pagan. En la cintura cargaba un peso muerto que ya
no deseaba cargar. De eso también estaba seguro. Era una caricatura de si mismo,
no existía, no sangraba. Vio el cartel luminoso del cine, leyó el título de la
película que se proyectaba en continuado, sonrió y se decidió a entrar. El
cine estaba casi vacío, eligió el asiento más apartado. Desde la pantalla, Alex
, un loco vestido de blanco, cantaba, bailaba y pateaba a un anciano amordazado
en el suelo. La continuidad de escenas violentas lo mantuvieron atornillado a
la butaca, sin la posibilidad de sacar la vista de la película. Dejó el cine en
la escena en la que Alex saborea su venganza en un hospital, cuando mastica con
desparpajo la comida que le dan en la boca. Salió con la cabeza gacha. Escuchó
gritos. Ella lo estaba señalando y los policías le apuntaban con sus armas,
estaba rodeado. Finalmente, su cara quedó contra el piso, las manos en la
espalda y el metal helado apretándole las muñecas. Sintió los golpes
en las costillas, pero sólo veía sombras moviéndose en la oscuridad. No le
quedó tiempo ni fantasía para el ritual de sentirse arrepentido. Y como en la
película, la quinta sinfonía de Ludwig Van Beethoven,
comenzó a recorrerle el cerebro, a alterarlo, a modificarlo. Sólo deseaba
alejarse del dolor. Era una estrella que se apagaba cayendo desde el cielo. Era
un flujo imperfecto, una frecuencia sin alma, sin señal.
fino.
Abril 2020