martes, 30 de marzo de 2021

Mejor callar.

                           

Los motivos le sobraban, pero se habían transformado en simples excusas. Una pena, lo asumía y ya no le molestaba. Alejó con el dorso de la mano derecha el vaso vacío y levantó la vista buscando al cantinero. Lo vio sirviendo una grappa con limón a otro borracho que balbuceaba en la punta del mostrador, a unos siete metros de él. Se quedó mirándolo y vio cómo la cara se le doblaba, gomosa, al tomarse de un sorbo del veneno recién servido y adivinó como desde el fondo de su última vida ese bebedor pedía que le repitieran la dosis. Marcos apartó la vista para no encontrarse a sí mismo, pero  a su frente, en el espejo estaban todos los perdidos, los ahogados, todos en uno solo, aunque en ese momento y en ese lugar estuvieran solo ellos tres.

-Walter, servime otra -dijo cuando comenzó a encontrarse en el espejo

-Ya te dije mil veces que no me llamo Walter y si no la cortás te lo voy a explicar de otra manera –contestó furioso el cantinero.

-Pero que sensible. ¿No es que el cliente siempre tiene razón?

-Si, los clientes, los pedazos de mierda no.

-Opa...creía que los que pagamos por algún servicio somos clientes.

-No todos, no los pedazos de mierda con plata -dijo al tiempo que le llenaba hasta la mitad el vaso con whisky importado y caro.

-¿Querès que te diga algo Walter?

-No, no quiero que me digas nada. Quiero que me pagues y que te vayas arrimando hacia la puerta. Ya no te voy a servir más -dijo subiendo el tono de su voz y apoyando sonoramente la botella sobre el mostrador, mientras ponía las manos a los lados de la botella golpeada.

-Bueno, bueno, no es para tanto. Yo solo quería contarte algo que quizás te podía interesar.

-Nada de lo que vos digas puede servirle a alguien.

El cantinero levantó de un manotazo la botella de whisky y la acomodó junto a las otras que desbordaban el aparador espejado y amplio. Dio unos pasos, se acercó hacia la caja registradora y se acomodó molesto sobre un banco alto en su lado del mostrador. El bar en penumbras replicaba la humedad, lo negro de la calle. La lluvia, las luces moribundas y la tristeza de otra noche de Julio castigaban sin piedad la ciudad somnolienta.

-Algunos somos felices, otros trabajan en lugares que no soportan. Otros apenas aguantan su vida y otros a veces sonríen. Pero creo que a vos ya no te queda nada -dijo Marcos con los labios rozando apenas el vaso recién servido.

-Que sabés vos monigote, callate. Haceme un favor y no me hables más ¿querés?

- Yo solo quiero salvarte,lo que pasa es que la realidad te supera y es difícil asumirlo.

La mirada del cantinero cortó como con una espada afilada la niebla pegajosa que lo separaba de Marcos. No se levantó, solo lo miro lleno de rabia y de dudas pensando en cuál sería la próxima estupidez que debería soportar. Marcos se levantó despacio con el vaso en la mano, caminó los siete metros que lo separaban del otro cadáver viviente, que no se había enterado de nada, o al menos su alma inundada no lo demostraba. Llegó hasta él, le pasó la mano por sobre el hombro y casi susurrándole al oído le dijo:

-¿Sabe algo amigo? La mujer del cantinero le pone los cuernos conmigo.

Un rayo hecho puño y brazo pasó zumbando la cara de Marcos y por el impulso, el cuerpo del cantinero quedó acostado sobre el mostrador. El pecho sobre la barra y la cabeza colgando hacia el precipicio, y antes de tener la posibilidad de un segundo intento Marcos le rompió el vaso en la sien. Lo que ahuyentó el silencio fue el gruñido ahogado del cantinero al quedarse desmayado y fuera de combate.

Los ojos rojos y perdidos del borracho miraron la figura borrosa de Marcos que se movía frente a él, escuchó que su copa se llenaba sin decir las palabras mágicas que la falta de dinero no le permitían decir. Sin verla completamente pudo oír el ruido de la botella amarillenta llena de líquido y rodajas de limón al apoyarse a su lado, y fue una música celestial. Bebió de un trago su vaso, se escondió la botella bajo el abrigo y salió a los tumbos del lugar. Hay quienes aprovechan sus oportunidades, esas cosas nunca van a cambiar.

Marcos se acomodó la ropa, levantó su maletín del suelo, dejó dinero junto al cuerpo inerte del cantinero y sin mirarlo ni nombrarlo habló en voz alta para que escucharan todos los fantasmas, todas las almas en pena que flotan dentro de los bares vacíos.

-Ella te va a dejar. Yo solo quería salvarte.

Las palabras rebotaron en la nada.

Salió caminando sin angustia, sin prisa. En la vereda encendió un cigarrillo y mientras la lluvia lo refrescaba, buscó más razones para olvidarse de otro día inmundo. Pero no encontraba motivos, solo le sobraban excusas.


 fino.                Del libro Mil Bares.

Marzo 2021

jueves, 25 de marzo de 2021

Dos gotas de amor.

                                                    



Vale lo miraba desde atrás de los ojos, desde el fondo de su alma. Las pocas veces que habían sido felices dormían lejos, allá, en el pasado. Hoy buscaba otros horizontes y no permitiría que la volvieran a herir. Dos perlas de sangre y amor colgaban de su collar brillante, eran perlas que le iluminaban el rostro mucho más que el sol.

Ella brillaba en la oscuridad, también bajo el sol o cuando su pelo negro y revuelto le caía por la cara como lluvia, y la protegía del viento, y de miradas indeseables. Ella era fuerte.

-Vale, perdón –dijo Marcos intentando retenerla otro instante.

-Ya te perdoné, pero también te dije adiós. 

Vale remarcó sus palabras con un gesto de su boca, ese que Marcos conocía muy bien. Era el fin. Ella se levantó de la silla, lo dejo solo en la penumbra de la sala del apartamento que ya no compartirían. Bajo los pasos firmes de Vale morían años de vida en común, miles de deseos y cientos de promesas incumplidas. Ella ya no quería jugar al amor. Cargó en la mochila las pocas cosas que había dejado la última vez y ahora, mientras caminaba por las vísceras de Montevideo, enterraba los huesos blancos y resecos del amor. Cuando aquella vez Marcos viajó en busca de un futuro para los dos, ella aun confiaba, aun creía en algo mejor, hasta que comprendió que seguramente el no volvería, no volvería a ser el mismo.

Ella había dejado de escribirle por qué hacerlo le hacia daño, dejó de responder sus mensajes para recordar que estaban lejos y que nunca nada sería igual. El tiempo había arrasado con todos los puentes y de su historia solo quedaban algunos pedazos, algunos rincones semi-cubiertos en los que esconderse a llorar. Fue difícil descubrir que ese amor no conducía a nada y ella lo fue soltando en su soledad desterrada, lo fue liberando, a escondidas dentro de la piel que la cubría. El también, a diez mil kilómetros de distancia. Era culpa del puto dinero, del destierro que separa, que devora y que va marginando hasta apagar el deseo y la pasión. Ahora, mientras ella se alejaba caminando en la avenida, el, cobarde y vencido, no había podido devolverle la fe. Esta vez lo habían dejando para siempre. Ella comprendió a destiempo que, lo que nunca es, nunca puede durar, y se escapó de todo, de sus miedos, de ella y de el. ¿Que tenían para darse? ¿Sus cuerpos? ¿Las ganas de comerse el mundo? Ese mundo que ahora entraba en cuatro baldosas. Nada podía salir bien, y si algo había salido bien, fue por pura casualidad o porqué la estrella que cayó aquella noche desde el cielo, les cumplió el deseo que solo se da una vez. Pero los caminos son para andar y muchas veces hay que hacerlo sin preguntarse demasiado. Y de eso si que sabían. Ella y su piel morena necesitaba encontrar las caricias justas para cambiar de rumbo, como el que marcaba su lunar descolgado de la boca.

Necesitaba esperanzas, necesitaba vivir sin esperar por nada, ni nadie.

Vale se fue sin mirar atrás, encendió un cigarrillo, se acomodó los auriculares y subió el volumen. El modo aleatorio se accionó y como esas cosas que suceden pocas veces, mágicamente, como aquella primera noche, García le regaló “No te animás a despegar”. 

 

fino.