Los motivos le sobraban, pero se habían transformado en simples excusas. Una pena, lo asumía y ya no le molestaba. Alejó con el dorso de la mano derecha el vaso vacío y levantó la vista buscando al cantinero. Lo vio sirviendo una grappa con limón a otro borracho que balbuceaba en la punta del mostrador, a unos siete metros de él. Se quedó mirándolo y vio cómo la cara se le doblaba, gomosa, al tomarse de un sorbo del veneno recién servido y adivinó como desde el fondo de su última vida ese bebedor pedía que le repitieran la dosis. Marcos apartó la vista para no encontrarse a sí mismo, pero a su frente, en el espejo estaban todos los perdidos, los ahogados, todos en uno solo, aunque en ese momento y en ese lugar estuvieran solo ellos tres.
-Walter,
servime otra -dijo cuando comenzó a encontrarse en el espejo
-Ya
te dije mil veces que no me llamo Walter y si no la cortás te lo voy a explicar
de otra manera –contestó furioso el cantinero.
-Pero
que sensible. ¿No es que el cliente siempre tiene razón?
-Si,
los clientes, los pedazos de mierda no.
-Opa...creía
que los que pagamos por algún servicio somos clientes.
-No
todos, no los pedazos de mierda con plata -dijo al tiempo que le llenaba hasta
la mitad el vaso con whisky importado y caro.
-¿Querès
que te diga algo Walter?
-No,
no quiero que me digas nada. Quiero que me pagues y que te vayas arrimando
hacia la puerta. Ya no te voy a servir más -dijo subiendo el tono de su voz y
apoyando sonoramente la botella sobre el mostrador, mientras ponía las manos a
los lados de la botella golpeada.
-Bueno,
bueno, no es para tanto. Yo solo quería contarte algo que quizás te podía
interesar.
-Nada
de lo que vos digas puede servirle a alguien.
El
cantinero levantó de un manotazo la botella de whisky y la acomodó junto a las
otras que desbordaban el aparador espejado y amplio. Dio unos pasos, se acercó
hacia la caja registradora y se acomodó molesto sobre un banco alto en su lado
del mostrador. El bar en penumbras replicaba la humedad, lo negro de la calle.
La lluvia, las luces moribundas y la tristeza de otra noche de Julio castigaban
sin piedad la ciudad somnolienta.
-Algunos
somos felices, otros trabajan en lugares que no soportan. Otros apenas aguantan
su vida y otros a veces sonríen. Pero creo que a vos ya no te queda nada -dijo
Marcos con los labios rozando apenas el vaso recién servido.
-Que
sabés vos monigote, callate. Haceme un favor y no me hables más ¿querés?
-
Yo solo quiero salvarte,lo que pasa es que la realidad te supera y es difícil
asumirlo.
La
mirada del cantinero cortó como con una espada afilada la niebla pegajosa que lo
separaba de Marcos. No se levantó, solo lo miro lleno de rabia y de dudas
pensando en cuál sería la próxima estupidez que debería soportar. Marcos se
levantó despacio con el vaso en la mano, caminó los siete metros que lo
separaban del otro cadáver viviente, que no se había enterado de nada, o al
menos su alma inundada no lo demostraba. Llegó hasta él, le pasó la mano por
sobre el hombro y casi susurrándole al oído le dijo:
-¿Sabe
algo amigo? La mujer del cantinero le pone los cuernos conmigo.
Un rayo hecho puño y brazo pasó zumbando la cara de Marcos y por el impulso, el cuerpo del cantinero quedó acostado sobre el mostrador. El pecho sobre la barra y la cabeza colgando hacia el precipicio, y antes de tener la posibilidad de un segundo intento Marcos le rompió el vaso en la sien. Lo que ahuyentó el silencio fue el gruñido ahogado del cantinero al quedarse desmayado y fuera de combate.
Los ojos rojos y perdidos del borracho miraron la figura borrosa de Marcos que se movía frente a él, escuchó que su copa se llenaba sin decir las palabras mágicas que la falta de dinero no le permitían decir. Sin verla completamente pudo oír el ruido de la botella amarillenta llena de líquido y rodajas de limón al apoyarse a su lado, y fue una música celestial. Bebió de un trago su vaso, se escondió la botella bajo el abrigo y salió a los tumbos del lugar. Hay quienes aprovechan sus oportunidades, esas cosas nunca van a cambiar.
Marcos
se acomodó la ropa, levantó su maletín del suelo, dejó dinero junto al cuerpo
inerte del cantinero y sin mirarlo ni nombrarlo habló en voz alta para que escucharan todos los fantasmas, todas las almas en pena que flotan dentro de
los bares vacíos.
-Ella
te va a dejar. Yo solo quería salvarte.
Las palabras rebotaron en la nada.
Salió caminando sin angustia, sin prisa. En la
vereda encendió un cigarrillo y mientras la lluvia lo refrescaba, buscó más razones
para olvidarse de otro día inmundo. Pero no encontraba motivos, solo le
sobraban excusas.
fino. Del libro Mil Bares.
Marzo 2021