jueves, 10 de junio de 2021

Unos vinos. Unos ojos verdes.

 


La vejiga le estaba por explotar, buscó el amparo de un árbol en la oscuridad y se puso a mear. En la avenida semivacía, de madrugada siempre es mejor el amparo de las sombras, para no perder la elegancia ni la libertad. Demoró casi cuatro minutos en descargar el líquido caliente que beberían las raíces y los bichos en las profundas entrañas de la tierra. Su cabeza era un avispero, tenía un pegote de sangre reseca que le tironeaba sobre la ceja izquierda mezclada con el pelo del cerquillo. Otra pelea, otro descanso obligado de nocaut sobre el pasto mojado de rocío, bajo los pinos de la plaza solitaria. 

Los entreveros y los líos saturados de alcohol últimamente estaban terminando siempre igual. Siempre perdiendo, siempre quedando solo y sin un peso en los bolsillos. Caminar en la noche desde Propios e Instrucciones hasta el Buceo se le estaba haciendo una costumbre. Propios derecho, interminable y aburrido. Derecho, mil kilómetros, derecho. Para la próxima vez se juró guardar plata para el boleto de regreso, aunque el vino lo engañara, aunque todos insistieran en poner sus últimos pesos para comprar otra botella. Resopló aburrimiento y desencanto mientras las gotas finales de  orín caían espaciadas sobre el río de líquido hirviendo que, lento, llegaba hasta el cordón de la vereda. Se subió el cierre y en el frío de la madrugada retomó el largo camino de regreso a su casa. Intentaba recordar qué había sucedido esta vez al tiempo que se acomodaba la ropa dentro del pantalón para combatir el aire gélido y cruel. Recordar ¿Para qué? ¿Que importaba?

Había sangrado. Tenía sangre seca en la cara pero nada roto.

Se limpió con un poco de saliva. Podía ser feliz por lo menos un día más. Alguien lo llamó por su apodo y lo sacó del letargo.

-Bato. Bato.

Giró la cabeza, miró hacia atrás y vio dos siluetas acercándose en  la oscuridad. Distinguió a Lucas, un conocido que llegaba con una mujer, tomados de la mano. Le pareció extraño, Lucas no tenía pareja, por lo menos que él supiera.

-Bato. ¿A dónde vas?

-¿Dónde querés que vaya Lucas? A dormir.

-Vení vamos a tomar este vino. No te vayas.

-Bueno, pero dame un trago que me muero de sed.

Se enfrentaron los tres con la botella de por medio extendida por la mano generosa de un salvador. Bebió un largo sorbo del vino tinto cortado con gaseosa. Estaba fresco y espumoso, casi dulce, casi bebible. Después de tomar, Bato devolvió la botella y recién ahí miró a la dama a los ojos.

-Hola ¿Cómo va? –preguntó y acercó su cara a la de ella con la intención de besarla en la mejilla.

-Bien –contestó antes de cruzarse en un beso peligroso que los unió en la punta de los labios.

Un roce. Una migaja de placer. Bato pensó que se trataba de un mal cálculo, pero el brillo en la mirada de la bella lo obligó a desconfiar. Fue un poco de aire tibio en esa puta madrugada.

-Te presento a Karina –dijo Lucas que no se había enterado de nada– vamos a sentarnos en la plaza. Por lo menos achicamos ahí.

Los tres se pusieron en marcha, caminaron dos cuadras tomando de la botella y quejándose del frío.

-¿De dónde vienen? –preguntó Bato hundiendo la cabeza entre los hombros para escudarse de la soledad.

-Del bar de Millán y Raffo. Ahí me encontré con ella que estaba sola, nos pusimos a charlar y a tomar algo. Estuvimos como cuatro horas, yo esperaba a Miguel, pero nunca llegó. Como siempre me dejó clavado. Me tenía que traer una guita. Pero nada. Para variar, Miguelito.

-Y sí. Miguelito.

Llegaron a la plaza y se sentaron bajo el árbol de siempre. Karina prendió un cigarrillo y ofreció la caja. Lucas agarró uno, Bato agradeció y no aceptó alegando que no fumaba.

-¿No fumás? –preguntó ella.

-Cigarros no. Sólo maconha.

- ¿Tenés? –dijo Karina exhalando el humo gris del tabaco.

-Ahora no tengo plata ni para el bondi –confesó Bato resignado.

Ella buscó dentro de un pequeño morral que tenía cruzado sobre la campera y le extendió una bolsita azul.

-Armá uno de acá entonces.

-¡Qué demás! Al menos una buena.

-¿Qué te pasó Bato? –preguntó Lucas al verle la sangre pegoteada sobre la ceja.

-Bien, bien, no me acuerdo –dijo mientras abría la bolsita azul y ponía sobre la palma de su mano un poco del contenido –lo último que sé es que tomábamos una caña brasilera caliente y sin limón. Estábamos con Ruben, Laura, el Nico y un loco que yo no conocía. Esteban se llamaba, o algo así. Desde un principio no me cayó bien, no me daba buena vibra. Aquellos se fueron para el centro, tenían una movida para hacer. Me quedé solo con el loco y la botella por la mitad. Apenas se fueron me habló mal de Ruben y yo me crucé. Creo que lo relajé feo. Me agaché a agarrar la botella del piso y ahí se me apagó la luz.

-¡Qué hijo de puta! ¿De dónde es? ¡Vamos a buscarlo! ¡Vamos!

-Dejá, ya va a caer. Dame otro trago.

-¡Qué hijo de puta! Ese está marcado.

La botella se vació. Lucas preguntó si la cantina de las viviendas estaba abierta. Bato dijo que sí, pero intentó esquivar la caminata.

-Yo no quiero caminar más. Estoy hecho mierda.

-¿Vamos hasta ahí Karina? No prendas eso hasta que lleguemos –dijo Lucas mirando el porro que Bato había terminado de armar.

-Yo tampoco quiero caminar más. Yo aguanto acá –dijo ella.

-Bueno dale ¡No lo prendan eh! –ordenó Lucas y salió caminando con la botella vacía en la mano. Bato y Karina quedaron solos.

El intentó revivir el instante anterior, quería volver a sentir la llama que había visto en la profundidad de los ojos verdes de Karina.

-¿De dónde sos Kari?

-¿No te acordás de mí?

-Qué ¿Nos conocemos? No me acuerdo.

-Yo si me acuerdo. Vos saliste con una amiga. Mariel.

-Si, claro. Pero hace bastante tiempo, y fueron como quince minutos –dijo sonriendo.

-Nos conocimos en su cumpleaños.

-La verdad es que no me acuerdo. Disculpame.

-Si. Esa noche estabas bastante bravito, medio zarpado. Recién habías llegado de Brasil.

-Algo me acuerdo de ese cumple, pero de vos no ¿Y qué haces con Lucas? ¿Desde cuándo sos la novia?

-¿Novia? Ni ahí. Tomamos algo juntos y nada más. Él me dijo de venir a buscar a sus amigos y lo acompañé.

-Pero venían de la mano…

-¿Y eso te hace novio de alguien? ¡Que boludo!

- Si, súper boludo. Sonó como de una abuela ¿no? Ja. Bueno, entonces mirá. ¡Bienvenida! ¡Este es nuestro reino! –dijo Bato extendiendo los brazos en cruz, con las palmas de las manos hacia arriba, levantando la cabeza y mirando al cielo.

-Si, lo sé. Por eso viene. Sabía que te podía encontrar. 

Bato la miró fijo y su corazón volvió a latir. Era una música que llegaba desde las cavernas. Buscó en el fondo de su mochila interior algo que lo conectara con alguna sensación parecida. Siempre era él quien insinuaba, y ahora de la nada, se veía pisando un terreno resbaloso. Ella lo miraba fijo y desde el contorno de sus labios dejaba asomar la punta de su lengua. Y no era perversión, era honestidad y provocaba en él un cortocircuito, un torbellino. Estaba listo.       

Lucas llegó con dos botellas de vino cortado. Se sentó junto a Karina y ofreció con una mano la bebida y con la otra un encendedor. Bato encendió el porro y Karina bebió un pequeño sorbo de la botella. Lucas sonreía frotándose las manos y esperando su turno para fumar.

-¿De qué hablaban che? –preguntó Lucas mirando a la bella.

-Que nos conocíamos –dijo Bato inhalando el humo dulce y espeso.

-¿Si? ¿De dónde?

-Ella es amiga de Mariel, una novia que tuve.

-¿Mariel? No me acuerdo –dijo Lucas agarrando el porro.

-Fue cuando vos estaba en Estados Unidos y yo llegaba de Brasil. Fue en esa época.

-Qué chiquito todo ¿No?

-Si será –dijo ella.

La noche los caminó por encima hablando de boludeces, bajando las botellas, matando fríos y olvidos. Las primeras luces del alba comenzaban a aparecer en medio de las viviendas dormidas. Cada uno a su modo y a su tiempo aterrizaba en la conclusión de que la noche llegaba a su fin. Lo mejor sería irse a dormir. Karina los dejó solos unos minutos, buscó un lugar alejado y oculto donde poder orinar. Lucas, al verla perderse en las sombras de la plaza gastada, preguntó a su amigo que le parecía la chica. Confesó que la conocía poco, pero que intuía que su suerte de amante frágil comenzaba a cambiar. Bato sonrió, dijo que fuera despacio, con calma, que no volviera a caer en la trampa de siempre.

-Lucas, no jodas ¡La conocés hace cuatro horas! Los cuentos de hadas son eso ¡Cuentos! ¡No jodas!

Lucas rompió los susurros con una risa hambrienta y entre carcajadas y veneno terminó de un trago el último resto de vino.

Los dos la vieron salir desde atrás de los arbustos. Karina, un pie tras otro, en cámara lenta, venía caminando con las manos en los bolsillos. Ellos la miraban. Un pie tras otro, ondulando sobre el pasto. Bonita, con sus pantalones ajustados que le marcaban las caderas. Ella flotaba en el aire denso y su pelo ondulado y castaño oscilaba en una cadencia sugestiva abanicándole la espalda. Paso a paso, llegando bajo la luz opaca de los focos gastados. Ella joven y hermosa, dueña de los ojos más lindos que pudiesen existir. Libre y simple, avanzando con la mirada incandescente que Bato volvió a recibir como un fogonazo en la sien. Y en ese destello de lucidez, él se preguntó qué carajo podía buscar una mujer así en un tipo gastado. Él era solo un recuerdo, quizás ella estaba anclada en el pasado o veía un resquicio por donde colarse y rescatarlo antes de que fuese demasiado tarde. A él le costaba creer que alguien pudiera amarlo. Ella llegó, y le pidió a Lucas que la acompañara hasta la avenida para tomar un taxi. 

-¿No querés que te lleve hasta tu casa? –preguntó Lucas.

-No ¡Qué vas a ir hasta allá! Me tomo un taxi en la esquina y llego al toque.

-¿Estás segura?

-Si. No te compliques. Nos vemos Bato –dijo ella al tiempo que acercaba su cara ofreciéndose para un besos de despedida.

Mientras se besaban, otra vez al límite de la tentación, ella le dejaba en la mano un papel arrugado y criminal. Bato lo guardó con disimulo y sintió el fuego del deseo quemándole la mano, las tripas, la carne. 

-Amigo, déjame cincuenta mangos para el boleto –dijo Bato ocultando en esas palabras las ganas infinitas de abrazar a Karina y besarla. Lucas, sin verlos y envuelto en la nebulosa del porro y el alcohol, buscaba en el fondo de sus bolsillos un billete.  

-¿Nos juntamos mañana? –preguntó Lucas al dejarle el dinero.

-Claro. Caigo a eso de las seis. 

-Chau, nos vemos –dijo Karina tirándole un beso a Bato con la punta de los dedos.

Lucas y Karina abandonaron la plaza en busca del taxi. Bato se quedó mirando las botellas vacías tiradas en el piso, con la esperanza de que aún quedase un último trago. Apretó el papelito arrugado que Karina le había dado, lo sacó del bolsillo y lo miró. Era un número de teléfono.

Comenzó a caminar rumbo a la parada del ómnibus, que a esa hora ya estaba por pasar. Miró a Karina y a Lucas que caminaban separados. Se tocó la frente, arriba de la ceja, sintió una puntada y un dolor casi antiguo. Pensó que siempre hay algo que aprender, por más que todo sea lejano y sabido. Mentalmente comenzó a prepararse para otra pelea, para otro descanso obligado por nocaut sobre el pasto mojado de rocío, bajo los pinos de la plaza.

 

fino.                    del libro: Mil Bares

Junio 2021.

 


miércoles, 9 de junio de 2021

Ella es así. (La carta perdida).

 

                                                    

                                                    (Música de fondo : Tu vida Mi vida -Fito Páez)

 

Cuantas veces imaginé verla llegar. Como aquella vez, arrasando sobre el empedrado, comiéndose el mundo. Ella era así, con pelo corto en los lados, largo atrás y con el cerquillo libre flotándole en la frente. Como aquella vez, la camisa hindú roja, ojotas y un short hecho de un vaquero cortado, mostrándome todo su poder. Era libre, poderosa, ingobernable. Hablaba de no parar, de seguir insistiendo por donde las balas picaban cerca, estaba peleada con el mundo.            Y mis manos abiertas sobre sus hombros lindos y firmes, apenas podían rozarla. Ella era así. No dejaba que la sostuviera, que le acercara un poco de agua, apenas aceptó mis besos, alguna caricia perdida, fugaz sobre su piel morena y brillante. No me quería cerca. No me quería lejos. Me dejó una dirección falsa y la promesa de encontrarnos en Brasil, me dejo un hueco en el pecho y comiendo de su mano. Me costó olvidar sus besos sedientos y salados bajo el sol que se filtraba entre los árboles de la Prote. Me costó dejarla. Me quería lejos. Cuantas veces imaginé verla llegar. Cuantas veces corrí a buscarla sabiendo que estaba cerca, cuantas veces se escondió al oír mi voz. Me quería cerca. Nunca me contaba a donde se iba cuando se perdía, con quién hablaba, donde dormía. Solo llegaba, me dejaba lamerla, bañarla, cuidarla y beber algunas gotas de su miel. Me quería lejos, y se volvía a escapar. Cuantas veces imaginé verla llegar y no partir. Ella era así, linda. Su cuerpo tallado, perfecto y vibrante, las piernas poderosas, firmes al ritmo de sus pasos. Sus senos duros, perdidos entre mis manos y yo, deseándola más y más. Ella me quería lejos. A veces me dejaba llegar, yo quería más que el insuficiente cuentagotas de su tiempo.

Hoy estoy sentado a la mesa de un bar frente a su casa. Espero verla, sueño despierto que aparezca y me vea. Su cara. Quiero ver su cara, quiero ese instante supremo, ínfimo. Ahí estará la verdad y la respuesta. Juraría que la amo sobre alguna tabla sagrada o dentro de este vaso de cerveza. Pero la puerta de su casa esta cerrada, y las ventanas, y no hay luces vivas mordiendo los resquicios de las cortinas. Vacío, ahí se respira vacío, ahí adentro y acá afuera. Pido otra copa, me clavo a la tabla de salvación de sus ojos lejanos, y a la esperanza de que también me siga amando ¿Y si no? A llorarla a mi cuartito. Siempre fui un imbécil. Me cuesta hablar y mostrar aunque sea un poco las raíces. Es mejor escribir, a ella le gusta leer. Y yo no cambio. Y ella no cambia. Entonces nos tapan las aguas turbias, los peligros desalmados que siempre acechan sobre el amor ¿Está ahí? Creo que algo se mueve ¿Es la cortina? ¿Un reflejo? ¿Mi deseo? Voy a apostarme todo a la esperanza, y si pierdo aguantaré cada uno de mis reproches, pero necesito saber. A fin de cuentas estoy solo. Diez minutos. Esperaré diez minutos y si una señal no se presenta me entrego al olvido. Una señal. Abro una puerta desesperada hacia el intento, hacia el fracaso. Debo estar loco. No es ninguna novedad. Esperar por milagros en lugar de hacer lo que se debe hacer ¿Será el alcohol? ¿Será que mis neuronas se fagocitan la cordura en un baile caníbal y perverso? Ahí, en la ventana ¿Una silueta? ¿Son reflejos o las luces del tráfico haciendo sombras chinas sobre mi necesidad? Apago todas las llaves de mi mente y cuento hasta diez. Uno...dos...tres...cuatro...esta vida no vale tanto. Pero siempre fuimos así. Libres y enjaulados en nosotros, enjaulados en el pasado.

 fino.

Junio 2021.

jueves, 3 de junio de 2021

Ojos dentro de ojos.

                                                               



 

El taxi se movía lento. Cientos de personas por ambos lados de la calle y sobre las aceras, caminaban tan lento o más que ese coche.   Él, desde la ventanilla, abanicaba el tedio mirando los edificios, los colores, vidrieras y carteles luminosos. Un frío gris en cuentagotas comenzaba a parir la noche. Buscó con la mirada algún punto de referencia y le explotó en la cara como una tormenta repentina, una gigantografía. Era la propaganda de un perfume que, congelada en la pared de un edificio comercial, ocupaba su horizonte inmediato a unos cien metros de su cara. Pero no se centró en la belleza de la chica del anuncio, ni en la forma sinuosa del envase ambarino, se vio imantado en la profundidad de los ojos verdes, apenas delineados, de esa mujer. Allá arriba, a lo lejos, esos ojos como dos lunas de jade lo estaban encandilando. El taxi apenas avanzaba, apenas. ¿Que detenía todo más adelante?  ¿Un choque? ¿Un cuerpo sobre el pavimento? ¿Una manifestación? El motivo no importaba, pero el taxi apenas se movía. Pagó, agradeció y se bajó. Parado en la vereda lo envolvió un silencio profundo y total. Volvió a mirar la foto y distinguió una forma dentro de esos ojos, unos dibujos extraños en las pupilas que hacían foco en el iris verdemar. Esos diseños difusos lo atarían hacia el núcleo, no podía mirar otra cosa. Comenzó a caminar por la acera entreverándose con la gente que iba acelerando el paso mientras, otra vez, él apenas avanzaba. Lo pisaban, lo pechaban, lo empujaban corriéndolo de su centro, él mantenía su mirada negra azabache clavada en aquella otra mirada, allá arriba, a noventa metros de distancia. La multitud a contramano lo sacudía hacia adelante y hacia atrás con la velocidad invasiva de los suicidas, era un junco semi anclado al fondo de una laguna. El viento a ras del suelo y aquellos ojos verdes que parecían llorar lo llamaban en secreto. La noche caía sobre la calle, y sobre todas las calles, idénticas, calcadas, y las luces aumentaban su brillo anunciando la oscuridad total del cielo. A pesar de todas las puertas abiertas y de todas las caras iguales, las almas se iban encerrando en si mismas sin que importase el gentío. Se coló por sus oídos y por el silencio que lo envolvía desde antes, un susurro apenas audible, un canto de sirena. Allá arriba, a noventa metros, las imágenes dentro aquel cielo verde iban mutando en círculos y mareas fugaces. Fue creciendo el murmullo y las voces y la avenida redoblaba el tiempo en los pasos vertiginosos de los otros. Un sabor amargo brotó dentro de su boca y se mezcló con la espuma de su saliva, que contuvo y trago sin asco, como tantas otras veces después de las frustraciones y de los fracasos. Sintió que se despegaba del suelo y atravesaba el espacio, devorando la distancia que lo alejaba de aquellas retinas y mientras se consumían las fronteras, el se iba hundiendo en un humor acuoso, en un instante perdido del mundo. Y se vio nadando por canales adversos y por cristalinos inundados de luces verdes fosforescentes. Estaba naciendo, volviendo al océano vítreo y esmeralda de todas las cosas sin nombre, de las preguntas más simples e inocentes de la infancia. Su piel se desmaterializaba en pequeños jirones plateados y lisos al contacto leve con la fricción rugosa del agua. Abajo, las cabezas y los brazos de los cardúmenes apáticos parecían presas, listas para devorar y ser devoradas. Olas apretadas en un fluir presuroso que no calmaban la angustia de toda esa gente y que sostenían obstinadas sus mentes de pez. El dejaba de ser así, se desprendía de las urgencias y de las palabras dichas por decir. Allá abajo, todos en uno, uno dentro de todos, y eran, y fingían ser, y no estaban fingiendo estar. El nadaba calmo, lento, consumiendo horas dentro de un segundo, a solo noventa metros, se iba apagando, iba desapareciendo. Un aroma a primavera lo acercó a la orilla, los ruidos de las frenadas y los bocinazos terminaron de dejarlo parado otra vez en la calle. Pero el sólo deseaba volar, para poder caer y volver a levantarse, necesitaba transformarse. Desde la espalda recibió un empujón enérgico que lo hizo trastabillar, al tiempo que lo envolvían las voces histéricas de la ciudad desenfrenada. Puro llanto, pura artillería visual desde los escaparates y las vidrieras implacables de los cazadores. Bajó la vista hacia el suelo y miró sus pies. Estaba descalzo y parado sobre un charco de agua musgosa. No comprendió quién era, ni de dónde venía, ni hacia donde se dirigía, estaba en el lugar donde las cosas dejan de ser, donde todo es incierto. Sin pensarlo paró un taxi, se subió, y dijo una dirección que salió desde su boca como un tic añejo. Exhaló y se buscó en el retrovisor. Encontró en el espejo el antifaz de su cara y sus ojos verdes, intensos, volvieron a marcarle el rumbo, sintió el placer de creerse salvado, por lo menos hasta mañana.

  fino.

Junio 2021.