Escribía pensando en el, para cuidarlo, para iluminarlo. Dejaba en el camino letras sueltas como caricias, como agua. Nunca pensando en otra cosa que no fuese robarlo de las fauces del olvido. Algunas veces se prometía no volver a hacerlo, pero en los saltos, en el reflujo de su alma, el siempre asomaba buscando aire cuando todos los espacios se quedaban en blanco. Y ella se ataba a los flancos de barcos hundidos, se escondía en los agujeros del silencio indiscreto, otras veces flotaba entre nubes imprudentes o en el ensueño gélido de alguna eternidad. Esa que nacía con fecha de vencimiento. Esa que se escapaba apenas cerraba los ojos.
Ella escribía sobre servilletas, sobre hojas y papeles sueltos, en los bordes libres de los diarios, en bolsas de panadería, en libretas burdas o exquisitas, en la arena de la playa. Simplemente le escribía.
Escribía tirando letras al viento o en las bocas de tormenta, en los baños de los bares, sobre la carne quemada, dentro y fuera de si. Gastaba tinta imaginando su cara, su modo de decir, rayaba con trazos gruesos jeroglíficos inútiles que ninguna civilización sabría comprender. Sabía que era tonta. Juraba que era tonta.
El leía pensando en ella. Leía palabras que desconocía, un lenguaje perdido en la distancia, en el silencio. Como siluetas que se borraban apenas llegaban a la esquina, sus manos sostenían ventanas invisibles y lluvias de color azul. Dentro de todos los marcos leía las mismas pinturas que ella escribía. Meta mensajes, satélites perdidos, estrellas vencidas y soles marchitos. Todo el dolor envuelto en la grafía narcótica del amor. Y se mentía, y se reía. Lloraba y se mentía. Se distanciaba y más se unía. A través de agujeros negros el leía, se hacía trampas al solitario mientras jugaba con todas las cartas que le faltaban al mazo.
Y un día sin mirarse se pudieron besar. Se acariciaron las manos en el fuego del instante. Cinco besos perdidos en la inmensidad de las palabras, de las letras, del destino emperrado en buscarles un nombre. Sentados en el bar de la ausencia, bebieron con las peores copas la mejor bebida. Sueltos y atados a las raíces del tiempo muerto construyeron un idioma inentendible, el de los solitarios.
Y supieron que el día llegaría, donde él ya no escribiría y ella ya no leería.
fino.
Adelanto del libro "Mil Bares".
Música: I Try - Macy Gray.