Detrás de esos ojos marrones estaba la música que buscaba desde hacía mil años. Cansado de escupir y besar bocas infieles, respiró al verla sentada frente a él en la otra punta de la barra. Respiró, solo eso. Lo supo de inmediato, con solo verla. Cualquier paso en falso que diese, cualquier estupidez que saliera de sus labios sería el fin. Antes del comienzo, el fin, como tantas veces, como tantos cálculos errados.
Ella fumaba, implacable. Aspiraba el humo que inexorable y lento se incrustaba en su boca, en sus pulmones cansados. Inflaba las mejillas y abría la boca como un pez fuera del acuario. Fumaba, mecánica e insatisfecha. Con la copa tenía otro trato, los sorbos eran leves, pequeños y el tannat teñía envolvente el cristal para luego replegarse, espeso y negro, hacía el fondo. Algo sucedía. El deseaba descubrirlo. Ajedrez. Ella miró su reflejo en el espejo tras la barra, se vio y sacudió la cabeza negando lo que veía. El la buscó en el mismo espejo con la intención de trasmitirle su deseo a través del vidrio frío del quizás. Ella lo vio. El le sostuvo la mirada. Juntos en el punto neutral de la distancia. Ella sin sacarle los ojos de encima, desafiante, levanto su copa y de un trago vació el contenido. El levanto su vaso a la altura de los ojos y sin hablar dijo: salud.
Lo que son las copas, lo que es vida, alineando cadáveres exquisitos en cualquier lugar del mundo, a cualquier hora, sobre todo cuando la posibilidad de morir solo y abandonado es la única certeza.
fino.
Adelanto del libro "Mil Bares".
Música: Fumar de día - Marilina Bertoldi.
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