Despertó inquieto, no era su cama. La oscuridad de la habitación se partía en dos por la luz filosa que vomitaba una puerta entreabierta. Las manos pequeñas de Carlitos se hundieron bajo la almohada pesada y dura. Los dedos de su mano derecha se enroscaron en la culata fría de un revólver. Sin saber de qué se trataba apretó fuerte y arrastró el arma sobre las sábanas hasta sacarla de su letargo mortal. Molesto por la incomodidad de su short mojado se sentó en el borde de la cama y dejó colgar sus piernas intentando tocar el piso con la punta de los pies. Al bajar, el revolver más pesado que su brazo, quedó prendido de su mano. El caño plateado arañaba el piso.
Caminó hasta abrir la puerta y el fogonazo de la luz del corredor lo cegó por un momento. Sin dejar de caminar y con el sueño dibujado en el rostro reconoció la figura de su madre. No comprendió la expresión que vio en su cara, ni el horror contenido en la profundidad de sus ojos. Ella, desesperada, ahogaba entre las manos un grito de terror. Ahí, hundido en un pozo de silencio y aire petrificado Carlitos sintió el placer de los dedos de su madre acariciándole la cabeza mientras dejaba caer el peso del peligro que había arrastrado por todo el pasillo.
fino.
De: Relatos.
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