El sol es una brasa.
Está cayendo la tarde y esa luz-láser va taladrándolo todo.
Mi asco se lava con gotas de impaciencia que caen y susurran sobre las grietas de la calle que también están al rojo vivo.
Sed. Muero de sed y me clavo de cabeza en la primera puerta abierta que acabará apagando mi incendio.
Entro. Camino a esconderme en un rincón, lejos de todos. Lejos de los ruidos de platos y vasos chocando. Me alejo de todos con los auriculares incrustados a puro tornillo de rock and roll. Dispuesto a sacarle callos al codo, tengo puesta mi corona de espinas. Espinas de las otras, de las que llevan al infierno. No hay padre ni abandono, ni espíritu santo, hay deseo profano, tumbas intocables en cada beso que le doy al vaso. Mantengo inalterable el sistema de enojos y reconciliaciones, en el más puro de los silencios a pesar de las bocas apagadas que me rodean. Yo dentro de yo, reviviendo el engranaje del amor, del sol que viste y la luna que desnuda.
Elijo poner en el Ipod un disco de principio a fin, algo que hilvane la historia, un todo, una idea más inmensa que puntual. Finalmente comprendo que ella se fue. Que no hay deudas ni “el viejo truco de andar por las sombras”. Finalmente ella se fue. La loba solitaria y egoísta a la fuerza.
La vi partir como llegar, con los ojos desbocados, esa criatura indomable en un mundo que arde y arderá. La música sigue mutando entre augurios, alegrías y destinos cruzados.
El mundo arde y arderá.
Soy un kamikaze con un teléfono en la mano, un fundamentalista estúpido, leproso y abierto, un perturbador de avisperos tortuosos. Un manipulador de recuerdos borrosos, sumándole arrugas a la suerte, a la muerte. Abro la boca. Mozo sirva otra vuelta.
fino - Música: Esperando Nacer - Serú Girán
foto: Agus Sosa
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