Estas viviendas de cemento y hormigón gris, de ladrillos rojos gastados en Propios e Instrucciones me estaban llamando desde treinta años atrás. Y llegué hasta Los Nichos, a tomarme un vino y a llorar. No encontré los abrazos ni las risas, ni las botellas, ni a mis amigos. Solo, parado en medio de la plaza y mirando la pared del salón comunal, se me caen los ojos por un río salado. Ahora todo es más gris, más frío y diferente. Pero hay algunos agujeros que todavía nos pertenecen. Me traje un vino para sentarme en el murito de la cancha de basket, que esta destruida, llena de agujeros y el gancho de hormigón sin tablero clavado al suelo espera por algo que no puede atrapar, o quizás solamente pueda con mi vacío. Beso la botella porque tengo sed de mis hermanos que no van a venir a tomar conmigo.
Miro para el corredor de Danilo y la oscuridad me nubla los ojos. Veinte y pocos años de velocidad suicida en sus manos llenas de preguntas ¿Estuvo bien jugar a la ruleta rusa del descontrol? Esa romántica estupidez de nuestra ignorancia bohemia, beatniks del subdesarrollo metidos en catacumbas.
Cierro los ojos y veo venir desde Gambetta al Kitto envuelto en su saco de paño verde con hombreras y más pesado que él. Su cara de aguilucho, el bigotito mosquetero, el peinado punk engominado, sus aritos, apropiándose del rock. “Yo soy el Rock and Roll, shummm”. Lo veo venir con su paso de gacela desgarbada y asmática, con un ying-yang tatuado entre las cejas cuando nadie se atrevía a marcarse la piel. Él, implorando cariño después de la primera damajuana. Implorando cariño de verdad, no del que pensaban los vecinos idiotas de todo el complejo. Kitto aguantándolo todo y a todos, en su casa, en su cuarto, en su historia y en las marcas de su piel, abriéndonos el cerebro a músicas, libros y a los caminos ocultos que nos había robado la dictadura. En su bunker éramos libres. Afuera los palos, las razias y la prohibición de respirar profundo.
Nadie idealiza el dolor, pero imagino al Gitano caminando torcido después de cruzar el Royal, con la nariz colorada sin que hiciera una gota de frío. El Gitano y sus amores tortuosos, y sus flores, y sus hijas, nuestras niñas, que dejó en semillas y en las manos del destino.
En esos tiempos esperábamos renacer, haciendo mil veces el camino hasta Millán y Castro, detonando La Lata, Los Estudiantes y metiéndonos en todas las malditas cantinas de dos kilómetros a la redonda. “Allá esta abierto”. Íbamos detrás de la necesidad de hacer explotar el círculo, de reinventarnos calle tras calle. Caminar, solo caminar cantando a grito pelado. Los problemas fueron el comienzo del algo, de la criatura, de la necesidad de alturas, de la inclaudicable necesidad de despegar. Era hambre de ver más allá de lo momificadamente instaurado. Kilómetros y kilómetros de calles, hasta Colón, hasta el Prado, hasta el Centro, a Playa Pascual o el Cerrito, montados en botellas interminables de grappa, de medio y medio, de caipirinha o de vinos malintencionados. Todos tragados por las bocas de tormenta y los blister de pastillas. Y llegaban las risas, y la filosofía del querer mejorar el arte, la esperanza en el autobombo de ser diferentes. Maluco beleza, muito loucos haciéndonos la cabeza contra los palos de quién intentara parar el tren, que se desbocaba inexorable.
Otro trago y aparece Gonzo de pelo largo con las manos generosas y con esa dulzura al escuchar. Hermano te extraño. Y te veo, y sos casi una canción, una melodía de fondo. Sos ese sonido, la banda sonora de aquellos años que ahora no me deja pensar.
Estoy solo. Busco ojos que reciban lágrimas y preguntas. Lágrimas para regar palabras sin sentido sobre las flores coloridas del jardín, nacidas en la tierra que ustedes me dejaron. Sus manos, sus dedos son medallas, no son olvido, tal vez sean este susurro en mis oídos. Lloro y es mi viaje de celebrar.
Ahora también se fue Roberto, en silencio, atrapado en la botella del espanto y ahogado por las cosas que no supo decir. El Rober, sus pantalones manchados de pintura y la boca llena de Martita y de Vale, con su boca llena de besos que no les supo besar.
El viento se funde y es tibio, suficientemente nuevo para que deje de esperar. Lejano a ese invierno de curvas peligrosas sé que no todo es lo que se deja ver: un caracol colgado del cuello y los ojos filmando el piso. Cuanto enojo al pedo supuran mis poros y mi alma, también es cierto que existen razones y alguna alarma encendida. Tengo cuñas y oraciones para levantar el polvo del camino, hay pieles colgando por todos lados y mil sueños que no se colman. Hay sudor chorreando feo en las caras insípidas de todos los días.
Los extraño y no sé que hacer. Solo puedo darle vueltas al cerebro y desde otro ángulo espiar el documental. Voy herido, voy con desesperación. Hace días que no para de llover y la compleja idea de abrazarlos va a demorar tanto como el sol, pero mientras tanto dejo en sus puertas una sonrisa y estos húmedos versos que no riman, que no alcanzan para decirles cuanto los quiero, cuanto los amo y necesito.
Ya no hay llaves ni vino oscuro, ni otoños errantes tras aquellos pasos en forma de abanico. Solo tengo poemas destartalados para cada noche o día, tarde o mañana y madrugadas signadas por el hambre de sus sombras paganas. Solo les pido que me esperen.
Me voy caminando despacio, dejo el alma en el piso respirando el aire rancio, masticando el cansancio de los amores malditos, y es que el 20-41-31 no para de llorar.
Los extraño.
fino.
Música de fondo: Y mientas tanto el sol se muere - Indio Solari
Montevideo 2021.
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