Hace muchos años que debí matarlas con mis propias manos. Aunque que ellas ya no me engañan. No debí dejar que pasara tanto tiempo, eso me trajo dolor, hizo que se abriera mil veces la herida, esa que nunca lograré cerrar. Pero es mi culpa. Totalmente mía. Lo asumo. Ellas siempre se ocultan en las sombras de los días fríos, fingen desaparecer y dejarme en paz, fingen olvido e indiferencia.
Cada tanto regresan a destrozar lo cicatrizado, olfateando y asechando esperan mí descuido con sus garras filosas, traicioneras. Están vigilando sin piedad mi tranquilidad. Sin una gota de piedad. Ángeles-demonios implacables. Por gracia de no sé que santo o casualidad consigo engañarme y creer que están rotas, muertas, desintegradas. Lo que no consigo, por más que intento, es el olvido total, no consigo dejar de sentir su electricidad, su descarga fatal.
Pero al menos ahora, hoy, puedo descansar. Cerrar los ojos y descansar. Debí asesinarlas, no permitir que gozaran el merito de ganar la partida ¿Lo merecían? No, bastante me han robado...
Debí deshacerlas a mordiscones por dejarme caer al vacío, por ensañarme a mentir y ponerme en carne viva, por hacerme temblar en cada invierno perdido. Por hacerme llorar y reír hasta llorar. A cambio, a veces recibo una caricia, alguna que otra alegría. Cada mil años, alguna alegría. Aunque ya no me engañan. Siempre tropiezo con una intrincada ecuación desfavorable y giro en el maremoto de su puñalada caliente que cae sin piedad ni aviso sobre mi cerebro astillado. Cuando ellas me transformaron en su esclavo apenas sabía mirar, apenas sabía decir, y eso es lo menos celebrado de cualquier comienzo. Es pura brujería, si es que la hay. Y las hay. Ellas fueron masticándome las tripas en cada caricia, en cada beso, me fueron mintiendo haciéndome creer que podía tocar el cielo con las manos. Fueron lo más dulce y sagrado. Nunca podré sacar de mis venas el choque fatal que me cegó apenas se abrieron sus piernas ante mis ojos vírgenes. Ahí me perdí, lo sé. Quizás por eso nunca pude matarlas y volver atrás.
Si lo pienso, y me alejo en el pasado, caigo en la cuenta de ese engaño dulce. Me dejé devorar, dejé envolverme en su flujo radical con el que me fritaron en aceite hirviendo a mil quinientos grados. Fiebre, tierra, fuego, agua y viento, sin hablar que le vendí el alma al diablo. A cambio de algunas monedas o de alguna alegría desafinada.
¿Acaso asumirlo puede devolverme la tranquilidad o la brisa necesaria del amor? ¿Acaso saberlo, tanto tiempo después, logrará desconectarme del respirador obstruido por sus tentáculos?
Todo puede suceder. No lo sé.
Que dirás vos de esto no lo puedo adivinar. Solo espero me perdones. Que al menos por un instante me perdones y no pienses en la superstición, en mi locura, que existe y no te culpa. ¿Dirás que perdí mucho tiempo? ¿Que por ellas deje de mirarte como a la única? Sé que por ellas perdí mucho tiempo. Y acá voy, intentando salir de la falsa escuadra de encerrar mis muertos en los ataúdes de la indiferencia. Sé que me lleva y me llevará sudores y escalofríos, convulsiones, vómitos y llanto.
Debí matarlas hace mucho tiempo, no esperar que muriesen por si solas. Solo espero que hoy no regresen por mi carne, por mi cerebro. Pero ya no me engañan. Espero se fundan en lava incandescente, que desaparezcan de mi sangre estas ingobernables ganas de escribir.
fino. Collage: Lily Gar
Mùsica: Vou te encontrar : Paulo Miklos.
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