sábado, 22 de marzo de 2025

El Punto Ciego

               

¡Que hija de puta! dijo en voz baja.    Marga cerró el libro y tardó unos segundos en sacarle los ojos de encima. Levantó la vista atravesando el ventanal y se hundió el monte de pinos que copaba el horizonte más allá de los vidrios. Pudo darse cuenta que lloraba cuando las grietas tibias llegaron al mentón. Después la humedad, la niebla en los ojos, la ceguera acuosa desbordando y muriendo en el lado izquierdo de su pecho. Se sacó los lentes y los dejo sobre la mesa junto al sillón en el que estaba sentada. Se llevo las manos a la cara y con la punta de los dedos frotó sus ojos intentando detener la lluvia. Afuera brillaba el sol. Fueron apenas unos minutos. Fueron apenas unos minutos en los que perdió el dominio del alma y a pesar de eso se sentía feliz ¡Que hija de puta! repitió entre dientes mientras pensaba en la última frase que había leído. Pero sabía que no era solo esa frase, había estado toda la novela pensando cosas parecidas, diciendo cosas parecidas. Era de esos momentos que se dan muy pocas veces. Ella lo sabía. Vincular llanto y felicidad, dolor y alegría, fuego y parálisis flotando sobre un mar de símbolos y espacios donde la mente estalla al traducir. No quería pensar, pero un sismo la llevaba a eso. Respiró profundo, colgó la vista en la punta de los pinos dónde viven la mayoría de las brujas y sus escobas. Necesitaba un trago. Un trago de rencuentro y despedida, un trago de festejo. Se levantó sin apoyarse en los brazos del sillón, sintió la calidez de la alfombra amortiguando sus pies descalzos. Caminó hasta el mueble de las bebidas. Eligió un vino tinto. Ahí comenzó la ceremonia, el ritual pagano de abrir la botella hasta que por fin la copa quedó servida. Miró de reojo la cubierta del libro que aun latía sobre la mesa. El cadáver aun estaba caliente. Volvió al sillón y se dejó abrazar, con la mano izquierda sostenía la copa, con la derecha acariciaba la tapa de la novela. Después de vaciar la copa el cadáver del impacto inicial viajaba anestesiado en su torrente sanguíneo, los paisajes, los sabores de la lectura se iban modificando poco a poco, lo que no lograba evitar era el gusto amargo de haber llegado al final. El sudor se secó en su piel transformando el calor en armadura ¿Qué había sido todo eso? ¿Era posible? Si. Era posible.  Escucho pasos en la escalera. Comprendió que alguien subía. No quería hablar ni ver a nadie. Apretó los labios, cerró fuerte los ojos y deseó con todas sus fuerzas que la puerta no se abriera. Y si eso pasaba que al menos sucediera algo como en aquel cuento del sillón, el libro, el parque y el asesino llegando por la espalda. La puerta no se abrió. Volvió a escuchar los pasos, esta vez escaleras abajo. Suspiró. La botella estaba lejos, quería otra copa pero el deseo no se iba a cumplir si no lograba moverse. Malditos santos, solo sirven para muy pocas cosas pensó mientras apoyaba la copa sobre el libro. Un rayo de sol atravesó el cristal y pintó un arco iris sobre la tapa azul. El titulo de la novela se llenó de colores. Una sonrisa irónica se dibujó en el rostro de Marga. ¡Puta madre! ¿Será que todo va a ser así? se dijo sin perder la sonrisa. Ella no era de insultar, pero las palabras le llegaban a la boca como una erupción volcánica, eran los efectos de la lectura, sin ningún lugar a dudas. Estaba inmersa en una mezcla de gloria y revelación. La luz, el arco iris, los pinos, eso siempre estaría, pero el éxtasis no. Este era el momento. Este era ese momento. Marga sangraba sin morir, solo sangraba, nacía una y otra vez. La copa en su mano se volvió a llenar. Ella podría haber escrito ese libro, le pertenecía la historia, eran sus peces nadando en la idea. Otro trago y el ensueño, los rayos del sol y la tibia caricia sobre su cuerpo, el sillón atrapándola en una bruma placida de tinta cayendo sobre sus hombros. Ella se reconocía en el eco de los pasos en la escalera. Se reconocía.  Marga flotando ¿Que era todo eso? ¿Era posible? La botella rodó hasta sus pies, la apretó bajo el pie derecho, sintió el frío del vidrio, el calor del tajo, el dolor del filo. Ella lo había leído. El sillón tragó su cuerpo y la hundió en la espesura de unas noches atrás. Luego llegó el viento que las brujas producían al volar sobre su cabeza, el martirio de las sombras y las arcadas del vino agrio. Los golpes de las letras en la cara perforándole la piel y el hueco en la boca llena de asombro infinito, interminable. Aire. Le faltaba aire en su ataúd de tela y espuma. Estaba escrito. Ella lo había leído. Ruinas, el final del tiempo, el monte de pinos y el aroma a la tinta caliente de una novela destruida. Un crepúsculo difuso crecía dentro de la habitación y terminaba con todo el aire. Aparecieron las nauseas, los ojos fríos y el polvo del tiempo encapsulado. Las cosas que había vivido estaban en el papel, solo en el papel. Y todo terminó tras un borrón de luz y espanto. Luego la paz, el confort del cuerpo incrustado en el sillón. El libro sobre el pecho, los lentes en el suelo. La botella y una copa vacía en el alféizar de la ventana. Las brujas en los pinos.           El punto ciego.

fino.     Collage: Lily Gar.

Música: Ben que se quiz - Marisa Monte.

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