lunes, 20 de mayo de 2019

La Barra del Bar

                                                     



 

Gustavo frente al espejo, se enfundó en la camiseta del equipo de sus amores, “el más grande del mundo” y se calzo los lentes oscuros. Con su pelo negro revuelto, la bandera al cuello, la sonrisa amplia y con paso apresurado, salió rumbo al bar. La barra esperaba. Allí estaban, Santi, el Porteño, Pato, Miguel, Venezuela, el Quique, Facu, Beta y las hermanitas Romero, todos con algo distintivo del equipo. La barra estaba completa, todos sentados a la mesa de siempre, la que los recibía cada día de partido como desde hacía diez años, y con faltas a la cita que se contaban con los dedos de una mano. Muertes, nacimientos, de vez en cuando alguna boda; había pocas circunstancias que justificaran la ausencia en el rito de los domingos. Por la euforia que se percibía desde afuera del bar, pero más que nada por los envases vacíos sobre la mesa, Gustavo se dio cuenta de que había llegado tarde. Atravesó la puerta de vidrio, se encamino rumbo a sus amigos y con voz potente saludo a los presentes:

-Que dice la barra, ¡vamo´ nosotros, vamo´el cuadro heee!

Las risas, los abrazos, los saludos y las palmadas en la espalda uno a uno, como siempre, como tantas veces, como cada encuentro en tantos años.

-¿Che, al final, hoy juega el zurdo Pereira? –preguntó Santi para entrar en clima.

-Que va a jugar ese pecho frío –dijo el Porteño– ese no puede jugar ni con tierra.

Las carcajadas y las voces opinando se mezclaban en un solo y estridente rugido. El gallego dueño del bar se acercó hasta los muchachos y trajo un vaso para Gustavo.

-Me perece que hoy no “janan” –dijo el gallego mientras dejaba el vaso sobre la mesa.

-Cállese gallego yeta, traiga dos cervezas más y dedíquese al mostrador, que usted de fútbol no sabe nada -dijo una de las hermanas Romero.

-Estas niñas son un caso tío, joder –gruñó el dueño del bar.

Los aplausos y los golpes sobre la mesa remataron la retirada del gallego rumbo a su escondite y trono.

-Che, estos periodistas y los de la tele me tienen podrido –dijo Miguel- siempre lo mismo. Nosotros tenemos la culpa de todo, la tienen con la gloriosa, solo palo para nosotros y pa´los muertos de frío ni una sola crítica.

- ¿Que pasó? -pregunto Gustavo.

- ¿Como que pasó, no escuchaste? -explotó Miguel.

-No Miguel, sabes que no escucho programas deportivos, ni noticieros –se justificó Gustavo.

-Se pasaron toda la semana jodiendo con la bandera. Que las banderas esto, que las banderas aquello, que los mal vivientes, que los dirigentes y yo que sé cuantas cosas más. Solo a nosotros nos dieron palo. ¡Solo a nosotros!

-Pero loco, ¿pasaron esas cosas o las inventaron?

-Si pasaron, pero solo nos persiguen a nosotros, ellos hacen lo que quieren y nunca pasa nada –terció Venezuela.

-Y si, hasta que la mujer del ministro los siga bancando, esto no va a cambiar –opinó Miguel.

-Déjense de jorobar si nos mandamos las cagadas a llorar al cuartito –dijo Gustavo.

- ¿Cómo? ¿Vos estás loco? ¿Qué te pasa? -gesticulaban y se enardecían al unísono Venezuela y Miguel.

-Nada loco, me parece que si vos no haces cagadas, nadie puede reprocharte nada. Hasta que no entendamos que no tenemos que entrar en esa, vamos a seguir con los líos de siempre –dijo Gustavo.

Un silencio glacial se derramó desde el techo hasta la mesa y sobre la barra futbolera.  

-Pero Gustavo, vos estás loco, ¿te vendiste? ¿No te das cuenta? -pregunto eufórico Miguel.

-Pará Miguel, me parece que hay dos cosas que tenés que separar. Una es que no podès echarle la culpa a los demás por los errores que cometes vos y otra es que, hagan lo que hagan los otros, vos no podes hacer lo mismo. ¿No te parece?

-¡Anda gil santurrón! Siempre con tu hidalguía y tus principios socialistas. ¡Anda!, vos, los ministros, tu partido político y todas tus teorías llenas de moralina, me tienen podrido.

-No mezclemos botijas –pidió la otra hermanita Romero.

-Acá el que mezcla las cosas es Miguel, ya sacó su perfil reaccionario -siguió diciendo Gustavo-. No tiene nada que ver la política. Es filosofía de vida, yo lo único que digo es que me importa un carajo lo que hacen los demás, para cambiar las cosas es necesario que cambiemos nosotros y que no repitamos las cagadas de los otros para medir a ver quién la tiene más grande. ¡Somos unos turros, igual que ellos!

Los parroquianos en la otra sala del bar fueron acallando el ronroneo de fondo, giraban sus cabezas y miraban hacia la mesa de los futboleros, se hacían señas entre ellos. Miguel acompaño su descontento con un golpe de puño estruendoso sobre la mesa, los vasos dieron pequeños saltos, los platos con los restos de picada quedaron tambaleándose, girando alrededor de si mismos, ruidosos.

-¿Estas son las cosas de la vida que realmente querés? Pará la moto Miguel -dijo Gustavo.

-No paro nada, hace tiempo que estas siempre con lo mismo, ¿que somos? ¿Somos giles nosotros?

-Yo no digo eso, digo que cuando las cosas están mal, están mal y listo

-Claro, claro, al final parece que tenemos que ser otarios y dejar que ellos hagan lo que quieran, que nos pasen por arriba y sigan haciéndose los guapos. ¿No viste que ellos sacan la bandera nuestra y no les hacen nada? ¡Pero a nosotros si! Que lindo, ¿que lindo, no? Anda comunista de mierda, ya me tenés podrido vos y toda tu fantasía, la concha de tu madre. Hay que matarlos a todos. ¡Ojo por ojo! - gritaba Miguel descontrolado.

El resto de la barra quedó muda, sin emitir sonido ni opinión. El mozo que llegaba con la vuelta de la casa que mandaba el gallego, quedó petrificado cuando Gustavo de un salto se paró de su silla, la tiró de una patada y con la cara roja de furia ganó la puerta de calle en silencio y dejo a toda la barra sentada. Gustavo, lleno de desencanto y frustración comprendió en ese instante que sus caminos se separaban, que se borraban diez años de un plumazo, que nunca más estaría con la barra en el bar. Sintió odio, tristeza y nostalgia en un solo respiro. El velo de la ceguera se corrió al tiempo que algunas cosas dejaban de tener sentido, se rompía para siempre el fino equilibrio entre la pasión futbolera y el fanatismo animal. Ahogado por una sorda punzada se dio cuenta de que nada volvería a ser como antes, como cuando podían gritar un gol del equipo de sus amores, abrazados, hermanados y simplemente, ser felices por ello.


fino.

1 comentario:

  1. Y a veces pasan estas cosas, más con temas políticos,donde se rompen relaciones, amistades, y me atrevería a decir familias por esta cosa tan perversa que nos pasa a los latinoamericanos sumergidos en estas políticas corruptas.
    Un abrazo.
    Me encantó el relato,es realidad pura.

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