Ellos van borrando sus penas anestesiándose con alcohol azul. Cansados de no encontrar, de recostarse en paredes ásperas sobre colchones destruidos y mugrientos, esta noche dormirán en el portal de una casa abandonada. Ramón armó un cigarro aguantando el viento cruzado con su cuerpo gastado, le pasó el paquete de tabaco y las hojillas a Julián, mientras su sudor agrio traspasa sus ropas y queda impreso en los cartones que sirven como protección contra el rocío. La noche es cada vez más cruda, dentro de una nueva noche cruda y no alcanza con sumar capas de ropa para detener el frío agónico. Las barbas desprolijas, grasosas resaltan sus narices deformes y violetas de tanto invierno y escabio. Marginales de bocas ávidas y salvajes, bocas con las que devoran la bandeja insuficiente de la caridad. El aire está asesino y los mezcla en su dolor, los obliga a seguir bebiendo, pues la ciudad demanda y el viento que sopla desde la calle solo les sirve para aguantar la luna por allá arriba. Los tres están perdidos y curiosos entre los azules de la tiniebla. Ya no es necesario para ellos renacer bajo un puente o anclarse en cualquier casa abandonada, los guía ese reflejo extraño que tienen en sus ojos más grandes que el mundo. Resucitan, cada día resucitan.
-Ayer en el refugió, murió la Susana –comentó Walter.
-Que mierda, che –dijo Julián y bebió un trago del veneno azul.
Le paso la botella y la palabra a Ramón, que afligido les contó:
-¿Se creen que no me enteré? No pensé en otra cosa durante todo el día. Ella no quería esconder más los problemas bajo la alfombra. Ayer cuando nos despedimos, en la casona, me dijo que ya no le quedaba ni odio, y yo ahí ya me la vi venir, se los juro.
Mientras Ramón fuma, busca deseos donde no los tiene y las últimas palabras de la Susana siguen tronando en su cabeza revuelta.
Los tres piensan, recuerdan y las brasas encendidas de los tabacos apenas iluminan un poco la boca del lobo. La voz de Walter rompió la comodidad del silencio y resonó en la ronda que ya no tiene perros, ni bolsas con basura.
-Yo tampoco creo que pueda soportarlo mucho más. Nací para vivir, no para estar dormido.
¡Hoy es mi día Ramón!, te pido que cumplas con nuestro juramento –ordenó.
-No jodas Walter, vas a ver que mañana el sol va a salir. Siempre sale, también para nosotros –le contesto Ramón.
Al oír esas palabras el rostro de Julián se transformó, adquirió otros rasgos, sus ojos se fueron llenando de fantasmas y de miedos. La conversación de sus compañeros encendió una alarma. Se venía la noche, la otra noche, la que no tiene amanecer. Nunca pueden dormirse hasta bien entrada la mañana pero esta vez menos que nunca, están sentados sobre el lomo de un puercoespín. Los dedos congelados son arañas tejiendo con el hilo de la muerte, pero no hay locura, ni reproches hijos del alcohol, todo esta en su sitio y en perfecto control. Walter, con ojos llorosos levantó la cara al cielo, sacó desde lo más profundo de sus entrañas un aullido aterrador, el aullido de la tos, de las resacas, de los dolores constantes en el alma, en el hígado y en la sien. Algo se cocina en los confines de su pensamiento. Pensar, hablar, hablar pensando. Aullaban los tres, cada uno a su manera y hermanados sobre las ruinas de la felicidad van ahogándose en el culo de la botella. Apenas Walter quedó dormido, Ramón se acercó a su cuerpo inerte. Le apretó la nariz haciendo una pinza con el pulgar y el índice, con la otra mano le tapó la boca semi-abierta y le apagó la respiración en cuestión de segundos. Besó su frente dándole un sacramento mudo y después lo tapó para protegerlo del frío que nunca más volvería a sentir. Julián y Ramón atravesaron el pequeño jardín, el portón, salieron a la vereda, caminaron por la ciudad atestada de marginales, marginales con mil formas diferentes que van intentando sobrevivir al pan nuestro de cada día. La mente de Ramón fue aserrando el tejido muerto del impulso, ese impulso que no se descompone ni se pudre y se quedó dando vueltas sobre ese instante de violencia pura con la que cumplió aquella vieja promesa. Fijó su mirada en los ojos de Julián y le hizo comprender, sin hablar, que sentir el sabor de su propia muerte sería cuestión de tiempo. De muy poco tiempo. Porque ellos, más que nadie, tienen bien en claro que los pactos y las promesas son para cumplirse.
fino.
Julio 2020. Del libro: El Gen de la Bestia.