miércoles, 14 de julio de 2021

Barniz.

 

                                                 


El barniz que cubría la mesa se estaba agrietando, una delgada y pequeña línea se había formando sobre la superficie brillante. Tantos líquidos corrosivos derramados se fueron sumando a los estragos impiadosos que causan el tiempo y el sol, potenciado por los amplios ventanales que daban a pleno cada día sobre la mesa. Johana comprendió de inmediato al posar su mirada sobre la mesa de la cocina y al ver la marca, que no era tan solo una metáfora de sus últimos años. Era urgente pulir la superficie, dejar a la vista la madera natural y poder sentir en sus dedos el tacto de las vetas, sentir la verdadera esencia, sin aditivos ni maquillajes, algo así como el amor. La banalidad le había cubierto la carretera, los años, los segundos y cada una de las tardes. Progresiones de rutinas interminables, mares de lunas perdidas en palabras sin sentido, y los pequeños destellos, las pequeñas luces de placer que aparecían esporádicas titilando ante ella y a tanta distancia, eran tan lejanas que el aburrimiento se fue adueñando de su vida, de todas las migajas de libertad que aun poseía. El final de algo estaba cerca. Demasiado. Respiró con dificultad al verse atrapada por la realidad. Normalmente se serviría un gin con tónica bien cargado y con algunas piedras de hielo. Normalmente encendería, después, un cigarrillo al cual mancharía de carmín en el filtro. Pero si repetía la escena, volvería a caer en la trampa que terminaba de descubrir, volvería a esconderse del poco aire fresco que se estaba colando por una ínfima abertura del ventanal. Se quito el saco y lo colgó sobre el respaldo de una de las seis sillas que rodeaban la mesa, con la punta del pie izquierdo se sacó el zapato negro de taco alto del pie derecho, luego, con el pie descalzo se quito el otro zapato. Sintió el frío de la cerámica del suelo fluyendo por las medias de nylon hasta que formaron parte de las plantas de sus pies, y por un instante transformó el enredo filosófico en que se había sumergido, en un suave y sutil alivio terrenal. Caminó hasta la pileta de la cocina, se sirvió un vaso con agua después que dejo correr por algo más de un minuto el líquido transparente que salía del grifo. Bebió con sed, con ansias, como si fuese el alcohol que había decidido no beber. Un moscón rodeo su mano mientras sostenía el vaso entre sus labios. Con la mano libre intentó espantarlo, alejarlo de su rostro perfectamente maquillado. Un moscón verde azulado metido en su cocina reluciente, sobrevolando, revoloteando como si hubiese detectado algo en descomposición en ese espacio de diez por diez, iluminado y aséptico. Alguna cosa no estaba en su sitio, algo no estaba funcionando como debería, Johana volvió a pensar en lo que había estado pensando antes de desear beber y fumar, algo la traía violentamente, otra vez,  hacia el incomodo lugar donde no quería estar. El insecto desapreció de su vista, pero el zumbido crecía, iba en aumento y por más que intentarse descubrir de donde provenía, las luces brillantes, los amplios placares desde el suelo al techo, el refrigerador, los muebles, los adornos y los floreros llenos de rosas nuevas, pero muertas, no le permitían encontrar al desagradable intruso. A voz en cuello llamó tres veces a Rosina, sin obtener la respuesta inmediata a la que estaba acostumbrada. Estaba sola. El silencio humano invadía el resto de la casa, solo el aleteo invisible y molesto era la única señal de algo parecido a la vida que se movía a través del aire tenso de la cocina. Dejó el vaso vacío sobre la mesada, y al apoyarlo, un leve temblor de su mano hizo que el vaso girara sobre sí mismo en un espiral peligroso. Giró y giró al tiempo que aumentaba la velocidad, el tintineo del vidrio sobre el mármol blanco ganó, por unos segundos, su atención sobre el zumbido inclemente. Pudo evitar que el vaso cayera al suelo sosteniéndolo con las dos manos en un acto reflejo que quizás había demorado demasiado en hacer. Sus movimientos eran muy lentos. Al separarse de la mesada blanca con la intención de dirigirse hacia la sala principal de la casa, le pareció que los aleteos y zumbidos se duplicaban, se multiplicaban haciéndole perder la calma. Empezaba a molestase, ya no podía soportarlo. El frío del suelo también iba en aumento trepándose por sus piernas perfectas y ya no era agradable ni placentero, eran demasiadas cosas que estaban fuera de su sitio, demasiados ruidos disonantes como de cien violines desafinados al unísono incrustándose en su cabeza. Se llevó las manos a los oídos intentando atenuar lo que presentía como inevitable, con movimientos descoordinados y torpes fue en procura de algún spray insecticida, se dejo caer al suelo junto a las puertas del placard donde se guardaban los productos de limpieza. Abrió con desesperación las puertas, allí encontró un veneno contra todo tipo de plagas y se incorporó lista para disparar. Recorrió con la vista la cocina en procura del origen de su angustia, el sonido persistía, pero ella no veía nada. No veía absolutamente nada. Solo oía, y lo que escuchaba era ensordecedor, hiriente. Sin pensarlo dejo caer el aerosol que rodó por el suelo, chocando contra los muebles, contra las patas de las sillas y quedo girando en círculos concéntricos bajo la mesa. Ella totalmente fuera de sí, descontrolada y de manera instintiva, se llevo un pulgar a la boca y se acurrucó junto a una silla en forma fetal. Sumida en el vacío de en un espacio atemporal percibió un sonido a succión, un leve crepitar de fe, de ilusión, proveniente desde las patas de la mesa. El sol ya no golpeaba en los ventanales y el suelo se comenzó a entibiar al accionarse el termostato de la loza radiante. El silencio fue total.  El spray dejo de girar bajo la mesa y el barniz que cubría la mesa se fue resquebrajando con el sonido de un papel al rasgarse, se fue ovillando, interminable y rocoso, hacia los cuatro bordes de la mesa.

 

 

fino.


julio 2021.


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