jueves, 8 de julio de 2021

Melancolía.


                                                                                                                                    (Collage: Lily Gar).

Saber como estaba, era lo único que ella quería. Al comienzo intentó averiguarlo por amigos comunes, personas cercanas, las que aun conservaban el vínculo con ambos. Todo de manera muy discreta, sin profundizas demasiado, volando de manera tangencial sobre su deseo, para no quedar en evidencia ni al descubierto. Fue casi nada lo que pudo averiguar. No fue mucho lo que logró saber. Totalmente insuficiente, ella deseaba más. Luego fue ampliando el radio y las noticias fueron peores, más difusas, improbables, le contaron cosas que tenían muchos años. Cosas que ella conocía desde siempre. Entonces al año que llevaba sin verlo, le sumó tres meses de pesquisas inútiles, desalentadoras. Saber como estaba, era lo único que ella buscaba. Decidió dar un paso más y arriesgar, subir un escalón en la escala hacia la peligrosa obsesión. Comenzó a frecuentar lugares en los cuales sabía que podía encontrarlo. Recitales, la feria de los domingos, puestas de sol y algunos de los bares que ambos amaban ir. Siempre desde lejos, espiando, sin dejarse ver demasiado, sin pisar el lodo de la angustia. En esos engaños y trampas al solitario paso otro mes largo sin más resultado que su angustia en progreso. Habían vivido muchos años juntos, el mundo y la ciudad se habían transformado demasiado. Todo era diferente, las plazas, las calles, las maneras del amor. En sus labios lejanos se había descascarado el tiempo. Ella había rebasado muchas fronteras inundando lugares ciegos y ocultos. Sus ojos eran otros ojos y en eso la vida era un poco mejor. Pero ella estaba sola e intranquila, no por no tenerlo, no por no saberlo, sino por sus propias carencias y olvidos, sus propios agujeros negros. Estaba insistiendo en florecer bajo el árbol reseco del recuerdo.

Una tarde de esas, sentada en uno de aquellos bares, decidió que ya era suficiente. Que la tierra giraba, que las cicatrices siguen el curso de la piel, y que las fotos no son las mismas, no se repiten a través de los años. Todo cambia, todo se transforma y aunque se paren en el mismo sitio, repitiendo la misma ubicación, en la misma pose, en el mismo espacio, aunque fuese una pared pintada de blanco, la foto no es la misma. Las horas y el aire ya nada contienen de aquello.

Y ahí...lo vio venir, cruzando nervioso la calle, encendiendo un cigarrillo, esquivando autos, mezclándose entre el tráfico enloquecido, atravesando con luz roja, hermoso e impaciente. Como siempre. Él no la vio. Ella supo, entonces, que él estaba bien. Lo supo por sus gestos, en su manera de expulsar el humo, por los colores de sus ropas, por la manera de moverse y por esa inequívoca manera de llevarse el mundo por delante.

Ella terminó su copa, pidió la cuenta. Con ese simple gesto rompió la cadena y cayeron sus hojas secas. Después de dejar la silla, caminando lentamente, se perdió en el tráfico de gente.  

 

fino.

 

Julio 2021.



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