Sus ojos reían y su cuerpo, totalmente paralizado, adornaba la silla de la última mesa del bar, allá en el fondo, contra un rincón. Estaba dormido en vida, divagando, inventando una gran estupidez con la que tapar la oquedad de su alma. Pero sus ojos reían, no podía ni quería evitarlo. Con un movimiento apenas perceptible, sus dedos acariciaban un vaso semí vacío, mientras destruía unas lágrimas que intentaban quitarle su efímera felicidad. Tenía un plan, una herida y era todo cuanto necesitaba. Recuperó con un poco de aire el movimiento de su ser. Dejó sobre la mesa un billete que cubría lo gastado y sobraba para la propina. Se paró y comenzó a caminar hacia la puerta de salida. Bajó tres escalones, las piedras del suelo se encastraron en sus pies haciéndole más pesados los pasos. Estaba dispuesto a soportarlo. A cada nueva calle que enfrentaba le escapaba por el lugar menos pensado, dando giros y vuelta que lo volvían a llevar frente al espejo sin reflejo de los sueños perdidos. Llegó, luego de horas y horas de andar, a una plaza que conocía bien. Caía la tarde. Un trozo del cielo recortaba de naranja los árboles pelados por el otoño. No sentía el frío, el alcohol jugaba su partido. Eligió el banco más alejado del caminito del pasaje, revolvió en sus bolsillos buscando los cigarros y el encendedor. Sentado fumó mirándose la punta de los zapatos. Sentía la inmensa traición de un bar cerrado, de un bar completamente vacío mientras, bajo sus pies, oía correr el agua de un desagüe encapsulado. Hipnotizado por el murmullo del agua, imaginó el mar que a lo lejos se volvía invisible cediendo ante la fuerza incontenible de la niebla. Imaginó el devenir de olas rompiendo. Imaginó la espuma y el murallón. Ahí frente a él, todo el universo, toda la bruma. Bajo sus ropas se deslizó como un escalofrío, el viento gélido que ahora si padecía. Sin pánico, sin sed y con las manos entrelazadas decidió con qué puñal desprenderse la piel. Y así, con la mirada perdida y sonriente, volvió a reafirmar la idea de que no existía tiempo ni espacio, que vivía en un mundo paralelo. Se quitó el anillo del dedo anular y dándole un beso vacío, frío, lo tiró entre las rejas del desagüe. Lo vio perderse, lo escuchó hundirse junto con los sueños que alguna vez había decidido engarzarlo.
fino.
Música: Am i the One - Beth Hart (Live at Paradiso)
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