jueves, 9 de enero de 2025

Cuadros sin dueño.

       


Lisérgico, casi animal. Afiebrado flotaba sobre su cuerpo en la neblina, ahí dibujaba descontrolado perforando lo que quedaba de luz.

La tela húmeda transpiraba piedad y dolor, los colores brillantes patinaban en el torbellino encapsulado del lienzo, en los bordes de un maldito dos por dos. Bocas, pájaros, siluetas y algas marinas, ojos dentro de ojos, caras incrustadas en perfiles, rostros buscando en otros rostros. Si, había dolor y otras mil cosas que no tenían nombre. Había razones y la secreta esperanza de que alguien no moriría. ¿Se entenderá?

Las manos manchadas de pintura, los nudillos negros de carbonilla y pensamientos. Vaciaba la vida en trazos marcados con sangre en las agujas del tiempo. El tiempo que también se terminaba, como los lugares en blanco. La viola ahí, por los rincones, desgranaba unas notas ásperas, las dejaba colgadas en el aire. Los cristales reflejaban todo cuanto se cruzaba en el camino, lo invisible, lo mágico y profano. Respiró profundo parado frente a los trazos, disolvió los últimos jugos del pincel en un vaso con agua negra de tanto color. Gris, agua negra-gris. Gris. Dejó el pincel cansado sobre el filo de la mesa. Se alejo algunos pasos hacia atrás intentando ver mejor. Tomó distancia en la distancia y en un trapo sucio terminó de comer de sus manos de todo lo que quedaba. 

Estaba cansado. Otra canción, blanca y azul. 

Resultaba difícil pero intentó desconectarse de la radiación atronadora de ese imán que lo había sujetado horas y horas. Encendió una vela y busco refugio en el balcón que daba hacia el parque. La tarde moribunda se perdía detrás de la montaña plana del horizonte. Algunas cosas no cambiarían jamás mientras ella estuviese lejos. Y el sabía que ella no volvería. Tal vez masticando restos de tela blanca pudiera atenuar la puntada en el pecho. Tal vez. Se fue apagando el fuego de la vela y la soledad mecánica de la calle. A su espalda el silencio del cuadro. El disco había terminado. Clik.


Una fuerza misteriosa la obligaba a moverse, a empujar desde los hombros y buscar en la fragilidad de sus pies un ciego punto de apoyo. Lo espeso de su espacio le marcaba el contorno y la simetría inventada en una ceguera acuosa. La razón de la sinrazón, la certeza en la necesidad desconocida al respirar. Y la cabeza rotando en las paredes flácidas y elásticas de un camino ignorado. El sur, el espacio infinito abriéndose en convulsiones tempestuosas. Deseos. 

Gris, agua negra-gris. Luego de un breve remanso desgarró el músculo que la separaba del caos vital de la creación. Exhaló vomitando una sonrisa espesa y rompió el silencio de la tarde con su llanto. Click. Click. Click.

Miles de colores centellando, fundiéndose en un recuadro perpetuo que se movía a toda velocidad bajo sus párpados hinchados, violetas. Click.

Creyó que todo terminaba ahí sin saber que solo era el comienzo. Aire gris, aire negro-gris. Los latidos blandos, libres, fueron tiñéndola de otro color. La música estruendosa que salía de su boca paró. La música que oía paró y no volvería a pintar nunca más. Click.

Dos cuadros idénticos, nacidos uno del otro, del aire del otro, del dolor, del adiós, del amor del otro. Colores y deseos penetrando en la imagen de un nuevo vuelo. Latidos en siete buscando, desesperadamente, con la boca algo que no fuese sacrificio y dolor. Entre esos dos mundos solo un disco cambiando de surco. Click.

fino.

Música:

Nos veremos otra vez. Seru Giran

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