miércoles, 9 de abril de 2025

Flores Blancas

  

                                         

Me duele la sien. Me duelen los ojos de tanto apretarlos. Siento la boca dormida y mis dientes incrustados dentro de mis otros dientes por la fuerza de los maxilares. No los puedo aflojar. Ni a los dientes, ni a los ojos. Mi cuerpo está igual de tenso y contraído. Estoy duro, completamente duro. Me duele la sien y el caño frío incrustado en el lado derecho hace una zanja circular, que no sangra, que no llegó a quemarse por un fogonazo. Están todas la balas en el tambor ¿Soy otro hombre? ¿Soy un ser vivo? ¿Soy un ser? Vivo. Por ahora vivo. Estoy perdido entre las contradicciones y la cobardía, elegí la posibilidad. Pero no me dan los huevos, no me alcanza la urgencia. 

Es otro de esos momentos en que la infancia, las marcas y los llantos destrozan cualquier validez. Un pobre diablo buscando excusas y justificaciones. Lo cierto es que no me dan los huevos. Ahora si. Siento una especie de lava caliente y espesa que baja por la mejilla. Viaja en cámara lenta. Estoy hinchado, a punto de explotar, las venas del cuello buscan una sola razón para mantenerse enteras, buscan un poco de aire. Se lo doy pero sigo hinchado. Los dedos agarrotados se niegan a aflojar a pesar de la cobardía, la tan famosa cobardía para la que no me dan los huevos. Si me vieras, si solo me vieras ¿Qué pensarías? ¿Cambiaría algo? ¿Volvería el tiempo atrás? Las gotas de lava roja manchan mi remera, dejarán el testimonio de este dolor tan antiguo ¿Cuánto tiempo pasó? ¿Dos años? ¿Un día? Si solo pudieras verme. 

El olor a flores me trae un poco de paz. Cientos de miles de flores que junté esperando el día. Las más nuevas son de hoy a la mañana. Las más viejas de aquella última vez. Pétalos secos sobre las mesas, en los muebles, en el piso, en los cuartos, en el baño. Pétalos frescos en el florero del centro de la sala. Veinte flores blancas y nuevas. Vos amas las flores blancas. Y yo las amo por vos. Otro volcán nace en mis ojos y su erupción salada cae en cascada, baja hacia mi pecho, borronea la sangre y se mezcla, se esparce y calientan el latido sincopado del corazón. Se me aflojan los dedos. La mandíbula cede y pierdo los dientes. El acero cae al piso.

Un ruido compacto y seco inunda la casa. Los pétalos astillados acunan el sueño de fuego. Caigo de rodillas, hundo la frente en el parquet. Soy una burbuja buscando la superficie, buscando soltar el aire rancio del dolor. Insoportable dolor. Afuera no es de noche, no hay soledad ni llueve. Adentro, en mi, todo lo contrario. La locura empuja, aunque falte coraje, aunque el miedo lo cubra todo. Un impulso criminal me tira de costado. Frente a mis ojos está el arma rodeada de pétalos muertos. El caño apunta a mi frente. Mis ojos viajan a dos mil kilómetros por hora dentro del caño estriado, estabilizo la vista al chocar con el percutor. Un sudor frío recorre mi espina dorsal. No necesito valentía, solo necesito estirar la mano y esperar el empuje de la locura. Siento una lengua rugosa y áspera lamiéndome la planta de los pies. La baba minima y sarnosa del final. Los pétalos blancos frescos y carnosos comienzan a llover sobre mi cuerpo, yo sin manos, sin fuerzas ni aire empiezo con la cuenta regresiva desde el eco de un tic-tac clavado en la pared. El caño está apuntando a mi tercer ojo, el espacio se consume sin piedad acentuando el silencio cargado de trampas. Creo en la certeza, en la llegada de ese segundo final, en el cambio del tic-tac por el bang. Mis ojos, el caño, el tambor lleno de balas, la sangre interminable saliendo a borbotones de la zanja circular y otras flores marchitándose en la cobardía de esperar que alguien haga esto por mi.

fino.

Música:

No te animas a despegar- Charly García.

viernes, 4 de abril de 2025

El aroma del café.

                     

Despertó con el aroma del café. 

Abrió los ojos y chocó con otra realidad, no era un día de semana, ese olor estimulante estaba fuera de tiempo y lugar. Es domingo, pensó. Ella no estaba a su lado en la cama, pudo comprobarlo al estirar la mano. La maquinaria cerebral movió otros hilos, recordó que ella se había quedado en el living luego de discutir hasta entrada la madrugada. 

Los dos, feroces y heridos habían naufragado en pases de facturas y reproches regados de alcohol. El había bebido hasta perder el control de casi todos sus sentidos pero a ella, petrificada y muda, si que la recordaba. Recordaba su sombra bajo el marco de la puerta.  

El vapor del café caliente, recién hecho se incrustaba en su cerebro entreverando percepciones, sentimientos. No todo estaba claro ¿Qué debía sentir? ¿Que podía sentir? Nada. Necesitaba mirarla a los ojos, recién ahí podría decodificar en que lado de la trinchera colocarse. 

Si ir al ataque, si esperar protegido en argumentos o si levantar la bandera blanca de la paz. De algo estaba seguro, bien seguro, sabía que ya nada volvería a ser igual. El tiempo, implacable, había clavado  su aguijón. El aroma zigzagueante otra vez lo sacaba del ensueño. 

Era hora de levantarse, de salirle de cara lavada al mundo, al pequeño, al inmenso, a la vida. Era un prisma girando, intentando hacer algo más que descomponer la luz que lo atravesaba. 

Se levantó, bajó las escaleras decidido a hundirse en el purgatorio. Era hora. Pisó seguro cada uno de los escalones, infeliz y pronto a sobrevolar los escombros. Bajó pisando fuerte como un centurión, preparado para ofrecer agua o matar. Preparado a admitir el deseo perdido.

Mientras descendía, y frente a sus ojos, pasó la vida como títulos al final de las películas. Se desparramaron por la pared y en cascada esas miles de letras que no dicen nada. Esas que nadie ve, que nadie lee, esos cientos de desconocidos que figuran sin estar, sin existir.

Nombres perdidos sin importancia. Bajó acariciando y sangrando. Notó los parches, los agujeros, los puntos y comas, el ritmo quebrado del aire. Bajó con la certeza de que hay cosas que nunca se logran comprender. Cuando se sentó noto la soledad, el silencio. Notó que el banco aun estaba caliente. Supo que todo había terminado.

fino.     
          Collage: Lily Gar.
Música: No sufras - Claudio Taddei.

jueves, 27 de marzo de 2025

Ropa Tendida

            

Todo está ahí. La ropa está tendida. Solo espero que los ojos sean los menos y las manos suficientes y que los pastores se dediquen a su rebaño sin la ambición extrema de invadir los patios. El viento mueve la cuerda con nuestros fantasmas y la mugre que no quitó el jabón liquido. Es y sería pretencioso decir que todo se fue con la espuma por el caño. Tampoco la pileta de piedra pudo con el sudor, con el polvo, con la mierda y los orines. Tampoco con la sangre oxidada que encarceló partes de algún tejido. Esperemos hasta la noche, dejemos que las sombras de la tarde acompañen el cadáver de nuestras almas dormidas, dejemos que los últimos rayos del sol entibien las imperfecciones para volvernos a vestir. Mientras los movimientos suaves de las mangas de tu camisa hacen sombra en el pasto, yo pelo algunas papas para preparar la cena. Vos bajas del armario el tarro de la yerba. Hacemos de cuenta que las cuentas están pagas, que el teléfono no vibra sobre la mesa y que los perros no están ladrando en la calle. Apagamos las alarmas del mundo que sale por la tele, ese que desparrama guerras, el de los avisos falsos de bomba que circulan por las panaderías y universidades. Ahora vos ponés a calentar agua mientras yo trato de dejar las cáscaras sin ningún rastro de papa. Estamos solos en la casa. Nuestros niños ya no lo son, aunque nos engañemos en no verlo, nada más triste que la realidad arrugándonos la cara, pero vale cualquier muerte la felicidad de sentirlos niños y a salvo. 

La caldera silva, el mate se hincha en la espera y la gata nos mira pidiendo su parte del día. Todo está ahí. Vos me acaricias el pelo al pasar rumbo al cuarto, yo descarto mis partes podridas, tiene más valor más un roce de tus dedos que todas arcas perdidas. Volvés y te sentás a mi lado, dejamos de hacer lo que hacíamos para tomar unos mates en silencio o a los gritos de los ojos incrustados en los ojos. El tiempo también se llevo las palabras al pedo y nos dejó como regalo un buen entendedor de pocas palabras. Te miro mientras se hunden tus mejillas llenándote la garganta de agua tibia, me miras preguntándome si las papas alcanzan, te respondo que si, que nos va a salir tremenda tortilla. Vos te reís al pasarme el mate, yo te acaricio la mano robándote un poco de la luz de tus ojos verdes. La gata se sube a la mesa, maúlla exigiendo que no la dejemos sin la fiesta de rascarle el lomo. Es otra fiesta. Cae la tarde, se apaga el cielo naranja. Llegaron los mensajes, los niños están bien. Pasan los minutos imparables dando vueltas en el reloj colgado de la pared, el hace su rutina y otra grieta minúscula se incrusta en mi cara. 

La tuya sigue hermosa. Todo está ahí. La ropa está tendida.

fino.

Música: 

Nada vai mudar isso - Cassia Eller


sábado, 22 de marzo de 2025

El Punto Ciego

               

¡Que hija de puta! dijo en voz baja.    Marga cerró el libro y tardó unos segundos en sacarle los ojos de encima. Levantó la vista atravesando el ventanal y se hundió el monte de pinos que copaba el horizonte más allá de los vidrios. Pudo darse cuenta que lloraba cuando las grietas tibias llegaron al mentón. Después la humedad, la niebla en los ojos, la ceguera acuosa desbordando y muriendo en el lado izquierdo de su pecho. Se sacó los lentes y los dejo sobre la mesa junto al sillón en el que estaba sentada. Se llevo las manos a la cara y con la punta de los dedos frotó sus ojos intentando detener la lluvia. Afuera brillaba el sol. Fueron apenas unos minutos. Fueron apenas unos minutos en los que perdió el dominio del alma y a pesar de eso se sentía feliz ¡Que hija de puta! repitió entre dientes mientras pensaba en la última frase que había leído. Pero sabía que no era solo esa frase, había estado toda la novela pensando cosas parecidas, diciendo cosas parecidas. Era de esos momentos que se dan muy pocas veces. Ella lo sabía. Vincular llanto y felicidad, dolor y alegría, fuego y parálisis flotando sobre un mar de símbolos y espacios donde la mente estalla al traducir. No quería pensar, pero un sismo la llevaba a eso. Respiró profundo, colgó la vista en la punta de los pinos dónde viven la mayoría de las brujas y sus escobas. Necesitaba un trago. Un trago de rencuentro y despedida, un trago de festejo. Se levantó sin apoyarse en los brazos del sillón, sintió la calidez de la alfombra amortiguando sus pies descalzos. Caminó hasta el mueble de las bebidas. Eligió un vino tinto. Ahí comenzó la ceremonia, el ritual pagano de abrir la botella hasta que por fin la copa quedó servida. Miró de reojo la cubierta del libro que aun latía sobre la mesa. El cadáver aun estaba caliente. Volvió al sillón y se dejó abrazar, con la mano izquierda sostenía la copa, con la derecha acariciaba la tapa de la novela. Después de vaciar la copa el cadáver del impacto inicial viajaba anestesiado en su torrente sanguíneo, los paisajes, los sabores de la lectura se iban modificando poco a poco, lo que no lograba evitar era el gusto amargo de haber llegado al final. El sudor se secó en su piel transformando el calor en armadura ¿Qué había sido todo eso? ¿Era posible? Si. Era posible.  Escucho pasos en la escalera. Comprendió que alguien subía. No quería hablar ni ver a nadie. Apretó los labios, cerró fuerte los ojos y deseó con todas sus fuerzas que la puerta no se abriera. Y si eso pasaba que al menos sucediera algo como en aquel cuento del sillón, el libro, el parque y el asesino llegando por la espalda. La puerta no se abrió. Volvió a escuchar los pasos, esta vez escaleras abajo. Suspiró. La botella estaba lejos, quería otra copa pero el deseo no se iba a cumplir si no lograba moverse. Malditos santos, solo sirven para muy pocas cosas pensó mientras apoyaba la copa sobre el libro. Un rayo de sol atravesó el cristal y pintó un arco iris sobre la tapa azul. El titulo de la novela se llenó de colores. Una sonrisa irónica se dibujó en el rostro de Marga. ¡Puta madre! ¿Será que todo va a ser así? se dijo sin perder la sonrisa. Ella no era de insultar, pero las palabras le llegaban a la boca como una erupción volcánica, eran los efectos de la lectura, sin ningún lugar a dudas. Estaba inmersa en una mezcla de gloria y revelación. La luz, el arco iris, los pinos, eso siempre estaría, pero el éxtasis no. Este era el momento. Este era ese momento. Marga sangraba sin morir, solo sangraba, nacía una y otra vez. La copa en su mano se volvió a llenar. Ella podría haber escrito ese libro, le pertenecía la historia, eran sus peces nadando en la idea. Otro trago y el ensueño, los rayos del sol y la tibia caricia sobre su cuerpo, el sillón atrapándola en una bruma placida de tinta cayendo sobre sus hombros. Ella se reconocía en el eco de los pasos en la escalera. Se reconocía.  Marga flotando ¿Que era todo eso? ¿Era posible? La botella rodó hasta sus pies, la apretó bajo el pie derecho, sintió el frío del vidrio, el calor del tajo, el dolor del filo. Ella lo había leído. El sillón tragó su cuerpo y la hundió en la espesura de unas noches atrás. Luego llegó el viento que las brujas producían al volar sobre su cabeza, el martirio de las sombras y las arcadas del vino agrio. Los golpes de las letras en la cara perforándole la piel y el hueco en la boca llena de asombro infinito, interminable. Aire. Le faltaba aire en su ataúd de tela y espuma. Estaba escrito. Ella lo había leído. Ruinas, el final del tiempo, el monte de pinos y el aroma a la tinta caliente de una novela destruida. Un crepúsculo difuso crecía dentro de la habitación y terminaba con todo el aire. Aparecieron las nauseas, los ojos fríos y el polvo del tiempo encapsulado. Las cosas que había vivido estaban en el papel, solo en el papel. Y todo terminó tras un borrón de luz y espanto. Luego la paz, el confort del cuerpo incrustado en el sillón. El libro sobre el pecho, los lentes en el suelo. La botella y una copa vacía en el alféizar de la ventana. Las brujas en los pinos.           El punto ciego.

fino.     Collage: Lily Gar.

Música: Ben que se quiz - Marisa Monte.

sábado, 1 de marzo de 2025

Arcaico



Estranguló las palabras antes de decirlas. 

Las rodeo de miseria, cobardía y amor propio y las fue apretando entre la laringe y la lengua. 

Ahí mismo las asesino. Sin levantar la vista para mirarla a los ojos acomodó algunas ideas que volaban sobre su cabeza para ganar tiempo. 

Sabía que nada cambiaría absolutamente nada. Ella resistió el frío y el silencio por unos minutos y lo dejó sentado en el banco de la plaza vacía y en penumbras. 

Cuando calculó que ella ya se había perdido en la distancia el vomitó el ciclón ácido que de golpe le mandó el estómago. Desparramadas entre sus pies, en el suelo, quedaron las frases como un puzzle listo para rearmar. Levantó los ojos llenos de lágrimas y los clavó en la estrella más lejana del cielo. 

Asumió su cobardía.

Muchas veces le era difícil decir lo siento. Estructuras, mandatos, murallas e ignorancia fueron más poderosos que el amor. Si se hubiese dado cuenta dos horas antes de lo que ahora le estaba pasando, otro sería el destino.

Estupidez.

Solo estupidez, pudo decir en voz alta mientras la estrella le calcinaba los ojos.

fino.

Música: Pra onde voce vai - Lobao.

jueves, 23 de enero de 2025

Un viaje a través de la noche

                 

 

Voy en un viaje a través de la noche sin mis medias blancas aguantando el frío que nace desde el piso. Necesito atravesar de una vez el vendaval de sus mentiras. Necesito un trago de cualquier bebida maldita. Eso ayudaría. Necesito el gusto ácido mal oliente del alcohol. Necesito llegar hasta el fin de la noche, la de hoy o la eterna.

Sus manos ya no me importan, dejaron de moldear cada rincón de mi cuerpo. Bastó una sola palabra de sus mil palabras. Una palabra. Ya no quiero más. Estoy cansada de la misma miseria repetida hasta el aburrimiento, harta de las huellas incrustadas en la calle por las que pase centenares de veces, que repetí centenares veces. Es que me llevó hasta el cielo y me dejó caer sin paracaídas. Mis entrañas, mis ovarios, mis pechos ya no quieren su calor, no desean su calor. Estoy fuera de su tela de araña, de sus dudas que no me pertenecen. Por suerte ya no me pertenecen. Dejo de hacerme cargo.

Me llamo Aby. Hoy puedo ver dentro de mi y soy tan efímera como el aroma que despide la Dama de la Noche, como la bruma que flota sobre el mar antes de llegar al puerto. Soy un cuerpo luminoso que escapa del radar. Me llamo Aby. Volví a ser Aby. Me aburren las cosas de siempre, los encuentros formales de pares e impares, las fiestas inundadas de las mejores teorías anti-todo, me aburren esos desvelos. Renacieron mis colmillos. Se habían desafilado, se habían gastado contra su cuerpo inmenso. Ahora volvieron las ansias, renació mi loba en piel de cordero, tengo los ojos inyectados en sangre y los pulmones repletos de respirarlo todo. Estoy vacía de máscaras y con las uñas despintadas. Me vestí con las ropas que encontré en el suelo de mi cuarto recién iluminado. Ahora, desde aquí, veo el horizonte y el sol muriendo detrás de los árboles. Los aviones pasan mudos interrumpiendo la belleza de las nubes. Respiro el aroma a humo que dejé en el baño. Prendí fuego la papelera con todos los mándalas, los atrapa sueños y las fotos. También deje que se ahogara en el inodoro el teléfono maldito que marcaba el ritmo de mi vida. Ese que hacía de mi incontinencia la única verdad posible, ese que trancaba las ideas entre los dedos. Voy a dar pasos sin necesidad de esperar respuesta. Voy a dar pasos sin esperar ese ruidito de mierda que hacía latir mi corazón. Volví a ser Aby.

Desde acá veo el horizonte, veo las nubes. El humo que sale de mi casa alivia el peso de mis hombros. ¿Cuánto veneno es capaz de consumir un cuerpo enfermo, un corazón agrietado, unos ojos ciegos? 

Adoro verme así. Matando el aburrimiento de la sumisión y el engaño disfrazado de amor. Voy a asesinar su fantasma con la soga del adiós. Prenderé fuego sobre el fuego, sobre el hielo, sobre el agua, sobre el horizonte y sobre sus pobres palabras. 

Adoro verme así, aniquilando los dolores que alguna vez elegí, que alguna vez mordí hasta quedarme sin colmillos. Es una luz toda esta libertad en mis manos que ya no están crispadas. Es largo el sorbo y larga la noche. Es una luz estar a merced del viento tibio de mi propio abrazo sin tener los nervios al rojo vivo.

Que suerte poder maldecir y no llorar. Soy Aby, voy llegando al fin de la noche. Descalza.

fino.

Música: Hoje Eu quero sair so- Lennine.



jueves, 16 de enero de 2025

Mil Bares

 


Ofrecer





Ofrecerte mi tiempo y mi vida 

que como el aire se contamina.

El amor tiene ese efecto

al igual que la fe,

en fin

ofrecerte mi ausencia o mi tiempo 

como trampa. 

Ofrecerte paz

sabiendo que eso es imposible

que es una solución pensada mal y tarde

pero los pecados hay que pagarlos

aunque se demore en el tiempo...

hay que pagarlos. 

El nuestro fue no esperarnos. 

Ahora solo se puede ofrecer.

Estoy esperando que digas algo

sabes que no solo es abrir la boca 

o el lápiz.

Se puede seguir

se puede ignorar

pero la cuenta esta congelada sobre nuestras cabezas

en la columna de lo pendiente. 

Y es que la sed de los cuerpos,

de los insomnios,

de los calores en el pecho,

son señales de la falta de saldo.

Ofrecerte.

Ofrecer.


fino.

foto: Yula - extraída de YouTube.

Música: Love of mi life - Queen

jueves, 9 de enero de 2025

Cuadros sin dueño.

       


Lisérgico, casi animal. Afiebrado flotaba sobre su cuerpo en la neblina, ahí dibujaba descontrolado perforando lo que quedaba de luz.

La tela húmeda transpiraba piedad y dolor, los colores brillantes patinaban en el torbellino encapsulado del lienzo, en los bordes de un maldito dos por dos. Bocas, pájaros, siluetas y algas marinas, ojos dentro de ojos, caras incrustadas en perfiles, rostros buscando en otros rostros. Si, había dolor y otras mil cosas que no tenían nombre. Había razones y la secreta esperanza de que alguien no moriría. ¿Se entenderá?

Las manos manchadas de pintura, los nudillos negros de carbonilla y pensamientos. Vaciaba la vida en trazos marcados con sangre en las agujas del tiempo. El tiempo que también se terminaba, como los lugares en blanco. La viola ahí, por los rincones, desgranaba unas notas ásperas, las dejaba colgadas en el aire. Los cristales reflejaban todo cuanto se cruzaba en el camino, lo invisible, lo mágico y profano. Respiró profundo parado frente a los trazos, disolvió los últimos jugos del pincel en un vaso con agua negra de tanto color. Gris, agua negra-gris. Gris. Dejó el pincel cansado sobre el filo de la mesa. Se alejo algunos pasos hacia atrás intentando ver mejor. Tomó distancia en la distancia y en un trapo sucio terminó de comer de sus manos de todo lo que quedaba. 

Estaba cansado. Otra canción, blanca y azul. 

Resultaba difícil pero intentó desconectarse de la radiación atronadora de ese imán que lo había sujetado horas y horas. Encendió una vela y busco refugio en el balcón que daba hacia el parque. La tarde moribunda se perdía detrás de la montaña plana del horizonte. Algunas cosas no cambiarían jamás mientras ella estuviese lejos. Y el sabía que ella no volvería. Tal vez masticando restos de tela blanca pudiera atenuar la puntada en el pecho. Tal vez. Se fue apagando el fuego de la vela y la soledad mecánica de la calle. A su espalda el silencio del cuadro. El disco había terminado. Clik.


Una fuerza misteriosa la obligaba a moverse, a empujar desde los hombros y buscar en la fragilidad de sus pies un ciego punto de apoyo. Lo espeso de su espacio le marcaba el contorno y la simetría inventada en una ceguera acuosa. La razón de la sinrazón, la certeza en la necesidad desconocida al respirar. Y la cabeza rotando en las paredes flácidas y elásticas de un camino ignorado. El sur, el espacio infinito abriéndose en convulsiones tempestuosas. Deseos. 

Gris, agua negra-gris. Luego de un breve remanso desgarró el músculo que la separaba del caos vital de la creación. Exhaló vomitando una sonrisa espesa y rompió el silencio de la tarde con su llanto. Click. Click. Click.

Miles de colores centellando, fundiéndose en un recuadro perpetuo que se movía a toda velocidad bajo sus párpados hinchados, violetas. Click.

Creyó que todo terminaba ahí sin saber que solo era el comienzo. Aire gris, aire negro-gris. Los latidos blandos, libres, fueron tiñéndola de otro color. La música estruendosa que salía de su boca paró. La música que oía paró y no volvería a pintar nunca más. Click.

Dos cuadros idénticos, nacidos uno del otro, del aire del otro, del dolor, del adiós, del amor del otro. Colores y deseos penetrando en la imagen de un nuevo vuelo. Latidos en siete buscando, desesperadamente, con la boca algo que no fuese sacrificio y dolor. Entre esos dos mundos solo un disco cambiando de surco. Click.

fino.

Música:

Nos veremos otra vez. Seru Giran