Daba
vueltas en la cama intentando conciliar el sueño. Solo. Entreverado
en la nebulosa de una duermevela maldita, sentí crujir la puerta del cuarto al
abrirse y el sonido seco al cerrarse después. Percibí que se ahuecaba el lado
vacío de mi cama. Su boca se acercó a mi oído y desde allí nació un susurro, ella
me preguntó:
- ¿Estás
despierto? Gabriel, ¿Estás despierto?
Me atrapó
su perfume gastado por la madrugada y el aroma familiar de humo y alcohol.
-Gaby, me
siento mal -llegó a decir antes de dejarse caer de espaldas y apoyar la cabeza
en la almohada. Ya totalmente despierto, anudado entre las sábanas revueltas y
ropa a medio sacar, la luz me llegaba bloqueada, difusa desde las rendijas de
la persiana. Buscando a tientas una referencia, la toqué, percibí el movimiento
de su cuerpo que lentamente se volvía hacia a mi. Lo noté al sentir su aliento
a pocos centímetros de mis ojos.
-Por suerte te despertaste -la escuché decir- ¿No
tenés idea de lo que hice, verdad?
-No –respondí mintiendo al notar un poco de tristeza
en su voz cascada por las pastillas y el alcohol.
-Pues es
mejor así.
Su perfume
abrumador y dulce invadió mis pulmones cuando respiré sobre la huella de su
cuello que me atacaba, aplastándome. Sentí un ligero
temblor sobre mi pierna cuando ella apoyo sus rodillas que ardían bajo el fuego
del sudor. Estaba totalmente desnuda. Sus manos no me tocaron y comprendí que
las tenía apretadas entre los muslos, el eco de su cuerpo dejaba escapar el
deseo contenido tras en un violento espasmo.
-No te
muevas por favor -me rogó con voz temblorosa.
Mis
sentidos comenzaron a bucear en las aguas de mi propio deseo, imaginando los
movimientos acelerados y frágiles de sus dedos dentro de su propio cuerpo.
-No te muevas -repitió y apagó su voz con la almohada.
Luego de unos segundos, sus manos buscaron mi boca, mojaron mis labios y mi
nariz llevando mi mente a lugares plenamente conocidos. Busque besarla y sus
manos detuvieron mi cara impidiéndome el más mínimo movimiento.
-No Gaby, no te muevas -volvió a implorar.
No sé si
comprendiendo mi deseo o satisfaciendo el suyo, acarició mi pecho lentamente
buscando bajo mi remera. Recorrió mi vientre dejando una estela de escalofríos,
mientras metía un dedo aún húmedo en mi boca. Ya no me importaba saber su
destino o el mío, ni su cara o en qué lugar nos encontrábamos, el deseo
bloqueaba toda intriga, todo engaño, yo solo quería, solo necesitaba tocarla,
recorrerla, besarla y sentir el calor de sus entrañas en mi. Desprendió
paciente mi pantalón, rozando levemente mi entrepierna provocándome un temblor
y una erección incontenible. La escuche toser, estremecerse y contraerse.
-Gaby,
báñame, me siento mal -me pidió.
Le levanté y entre tumbos y gruñidos la llevé hacia el baño. Mientras la sostenía
aferrada de la cadera, coloque un banco bajo la ducha, la ayudé a sentarse y
casi en simultaneo apoyo la espalda contra la pared. Abrí la canilla de agua
fría y lentamente la de agua caliente, logrando la tibieza justa que su cuerpo
reclamaba. Tomé su cara con mis manos ayudando a que la llovizna refrescante
cayera por su frente y le diera el respiro que tanto necesitaba.
-No prendas
la luz, por favor -dijo.
En
penumbras, deslicé la esponja totalmente mojada y llena de espuma, por su
cuello, por sus brazos y pies. El agua caía casi en cámara lenta por su pelo,
dibujaba vetas blancas de jabón y espuma que quedaban atrapadas en los vellos
de su pubis. Ella, envuelta en hipnóticos espasmos abría con lentos movimientos
sus piernas.
-Gaby
lavame por dentro. Dejame sentir tus dedos dentro de mi -balbuceó.
Acaricié sus pechos firmes, sus pezones oscuros erguidos,
recorrí al detalle su cuerpo duro, hermoso, su piel lisa, tersa y morena. Sus ojos cerrados, la boca entreabierta y sedienta, pedía por mis besos,
por mi lengua, por el placer que nos debíamos. Deslicé mis dedos sobre su
pelvis y lentamente comencé separar los labios de su vagina, que estaban
resecos, apretados. El agua tibia comenzó a humedecerlos, y fui más profundo con
un dedo invadiendo con lascivia su tesoro y el mío.
-Así amor,
así -imploró con deseo.
Sus gemidos
y sollozos de placer invadieron como un trueno el silencio del baño, sacudía la
cabeza de un lado a otro sin separarla de la pared, sus movimientos y los míos
se aceleraban de forma frenética mientras ella con voz entrecortada me pedía:
-Haceme tuya ahora Gaby, cogeme, cogeme por favor.
Pero ella
se retorcía apretando mi mano con sus muslos, atrapaba mis dedos en su
profundidad exquisita, no me dejaba salir, no me dejaba mover, como siempre. El
gemido final llegó desde sus entrañas y estalló en su boca, el alud de un
orgasmo implacable murió entre mis dedos y se disolvió en el agua tibia que
caía desde la ducha. Abrió los ojos, pude distinguir el destello de su mirada
traviesa y satisfecha, implorando por un beso tierno y duradero. La besé con
calma, con amor, con deseo, sequé la humedad de su cuerpo, de su pelo y la
llevé hasta la cama. La tapé con las sabanas rojas
que tanto amaba. Encendí un cigarrillo, salí del cuarto, gané la calle. Exhalé
la tensión de mi propio deseo, calcé las manos en los bolsillos mientras
apagaba el pucho con un pie haciendo pequeños círculos contra el suelo. Apagué
también mi amor propio, dispuesto a perdonarla, mientras buscaba un bar donde
saturarme yo también, de humo, alcohol y olvido.
fino.