Cuentos, textos, simulacro de poesía, pago de cuentas pendientes, divagues... y Canciones. Libre de IA
viernes, 8 de noviembre de 2019
Un último café.
miércoles, 16 de octubre de 2019
Hiel púrpura.
miércoles, 2 de octubre de 2019
La posibilidad del accidente.
martes, 17 de septiembre de 2019
Elegía II
jueves, 22 de agosto de 2019
Elegía.
"La cabeza vuela, la literatura es lenta".
Saco mis manos de la máquina de escribir y camino hacia el balcón. Apenas abro la ventana me devora el aire helado de la madrugada. Arrasado por la decepción, mis dudas se despejan y comprendo que todo lo que escribo es pésimo, aburrido. Asumo que solo construyo redacciones anodinas, llenas de metáforas y descripciones infinitas. Sin tripas, sin alma. Lo intenté, pero no puedo salir del estùpido laberinto de colocar tildes sobre las consonantes como si eso me convirtiera en un escritor diferente. Ya pasó de moda pagar con sal, los tesoros cambiaron y por más artero que sea el vino sigo sin poder atravesar la dura cáscara de mi mediocridad. Una y otra vez caigo en la grieta esencial que existe entre sentir y poder escribirlo. Perdí todo. Gasté todas las fichas y no hago más que crear imágenes insulsas que masacran sin piedad toda belleza. Mi lápiz estéril se repite sobre ríos de tinta derramada. Me voy quemando en el tiempo y lo que más me duele es que ya no existe en mi un animal escondido. Siento pavor al notar que solo es mi instinto de supervivencia el que me hace girar y girar sobre mis huellas. Sé que el silencio no miente. Con el vientre a punto de estallar y la cara llena de lluvia, decido hacer lo que tantas veces he postergado: dejar de escribir.
viernes, 19 de julio de 2019
Gajes del oficio
jueves, 20 de junio de 2019
La mitad de todo
lunes, 20 de mayo de 2019
La Barra del Bar
Gustavo frente al espejo, se enfundó en la camiseta del equipo de sus amores, “el más grande del mundo” y se calzo los lentes oscuros. Con su pelo negro revuelto, la bandera al cuello, la sonrisa amplia y con paso apresurado, salió rumbo al bar. La barra esperaba. Allí estaban, Santi, el Porteño, Pato, Miguel, Venezuela, el Quique, Facu, Beta y las hermanitas Romero, todos con algo distintivo del equipo. La barra estaba completa, todos sentados a la mesa de siempre, la que los recibía cada día de partido como desde hacía diez años, y con faltas a la cita que se contaban con los dedos de una mano. Muertes, nacimientos, de vez en cuando alguna boda; había pocas circunstancias que justificaran la ausencia en el rito de los domingos. Por la euforia que se percibía desde afuera del bar, pero más que nada por los envases vacíos sobre la mesa, Gustavo se dio cuenta de que había llegado tarde. Atravesó la puerta de vidrio, se encamino rumbo a sus amigos y con voz potente saludo a los presentes:
-Que dice la barra, ¡vamo´ nosotros, vamo´el cuadro heee!
Las risas, los abrazos, los saludos y las palmadas en la espalda uno a uno, como siempre, como tantas veces, como cada encuentro en tantos años.
-¿Che, al final, hoy juega el zurdo Pereira? –preguntó Santi para entrar en clima.
-Que va a jugar ese pecho frío –dijo el Porteño– ese no puede jugar ni con tierra.
Las carcajadas y las voces opinando se mezclaban en un solo y estridente rugido. El gallego dueño del bar se acercó hasta los muchachos y trajo un vaso para Gustavo.
-Me perece que hoy no “janan” –dijo el gallego mientras dejaba el vaso sobre la mesa.
-Cállese gallego yeta, traiga dos cervezas más y dedíquese al mostrador, que usted de fútbol no sabe nada -dijo una de las hermanas Romero.
-Estas niñas son un caso tío, joder –gruñó el dueño del bar.
Los aplausos y los golpes sobre la mesa remataron la retirada del gallego rumbo a su escondite y trono.
-Che, estos periodistas y los de la tele me tienen podrido –dijo Miguel- siempre lo mismo. Nosotros tenemos la culpa de todo, la tienen con la gloriosa, solo palo para nosotros y pa´los muertos de frío ni una sola crítica.
- ¿Que pasó? -pregunto Gustavo.
- ¿Como que pasó, no escuchaste? -explotó Miguel.
-No Miguel, sabes que no escucho programas deportivos, ni noticieros –se justificó Gustavo.
-Se pasaron toda la semana jodiendo con la bandera. Que las banderas esto, que las banderas aquello, que los mal vivientes, que los dirigentes y yo que sé cuantas cosas más. Solo a nosotros nos dieron palo. ¡Solo a nosotros!
-Pero loco, ¿pasaron esas cosas o las inventaron?
-Si pasaron, pero solo nos persiguen a nosotros, ellos hacen lo que quieren y nunca pasa nada –terció Venezuela.
-Y si, hasta que la mujer del ministro los siga bancando, esto no va a cambiar –opinó Miguel.
-Déjense de jorobar si nos mandamos las cagadas a llorar al cuartito –dijo Gustavo.
- ¿Cómo? ¿Vos estás loco? ¿Qué te pasa? -gesticulaban y se enardecían al unísono Venezuela y Miguel.
-Nada loco, me parece que si vos no haces cagadas, nadie puede reprocharte nada. Hasta que no entendamos que no tenemos que entrar en esa, vamos a seguir con los líos de siempre –dijo Gustavo.
Un silencio glacial se derramó desde el techo hasta la mesa y sobre la barra futbolera.
-Pero Gustavo, vos estás loco, ¿te vendiste? ¿No te das cuenta? -pregunto eufórico Miguel.
-Pará Miguel, me parece que hay dos cosas que tenés que separar. Una es que no podès echarle la culpa a los demás por los errores que cometes vos y otra es que, hagan lo que hagan los otros, vos no podes hacer lo mismo. ¿No te parece?
-¡Anda gil santurrón! Siempre con tu hidalguía y tus principios socialistas. ¡Anda!, vos, los ministros, tu partido político y todas tus teorías llenas de moralina, me tienen podrido.
-No mezclemos botijas –pidió la otra hermanita Romero.
-Acá el que mezcla las cosas es Miguel, ya sacó su perfil reaccionario -siguió diciendo Gustavo-. No tiene nada que ver la política. Es filosofía de vida, yo lo único que digo es que me importa un carajo lo que hacen los demás, para cambiar las cosas es necesario que cambiemos nosotros y que no repitamos las cagadas de los otros para medir a ver quién la tiene más grande. ¡Somos unos turros, igual que ellos!
Los parroquianos en la otra sala del bar fueron acallando el ronroneo de fondo, giraban sus cabezas y miraban hacia la mesa de los futboleros, se hacían señas entre ellos. Miguel acompaño su descontento con un golpe de puño estruendoso sobre la mesa, los vasos dieron pequeños saltos, los platos con los restos de picada quedaron tambaleándose, girando alrededor de si mismos, ruidosos.
-¿Estas son las cosas de la vida que realmente querés? Pará la moto Miguel -dijo Gustavo.
-No paro nada, hace tiempo que estas siempre con lo mismo, ¿que somos? ¿Somos giles nosotros?
-Yo no digo eso, digo que cuando las cosas están mal, están mal y listo
-Claro, claro, al final parece que tenemos que ser otarios y dejar que ellos hagan lo que quieran, que nos pasen por arriba y sigan haciéndose los guapos. ¿No viste que ellos sacan la bandera nuestra y no les hacen nada? ¡Pero a nosotros si! Que lindo, ¿que lindo, no? Anda comunista de mierda, ya me tenés podrido vos y toda tu fantasía, la concha de tu madre. Hay que matarlos a todos. ¡Ojo por ojo! - gritaba Miguel descontrolado.
El resto de la barra quedó muda, sin emitir sonido ni opinión. El mozo que llegaba con la vuelta de la casa que mandaba el gallego, quedó petrificado cuando Gustavo de un salto se paró de su silla, la tiró de una patada y con la cara roja de furia ganó la puerta de calle en silencio y dejo a toda la barra sentada. Gustavo, lleno de desencanto y frustración comprendió en ese instante que sus caminos se separaban, que se borraban diez años de un plumazo, que nunca más estaría con la barra en el bar. Sintió odio, tristeza y nostalgia en un solo respiro. El velo de la ceguera se corrió al tiempo que algunas cosas dejaban de tener sentido, se rompía para siempre el fino equilibrio entre la pasión futbolera y el fanatismo animal. Ahogado por una sorda punzada se dio cuenta de que nada volvería a ser como antes, como cuando podían gritar un gol del equipo de sus amores, abrazados, hermanados y simplemente, ser felices por ello.
fino.
martes, 14 de mayo de 2019
Maria
martes, 9 de abril de 2019
Lo que dice el espejo.
martes, 26 de marzo de 2019
Esperando
viernes, 22 de marzo de 2019
Cinco besos.
fino.
miércoles, 13 de marzo de 2019
La Gárgola.
Le decíamos “La Gárgola”, estaba siempre perdido en los rincones y hablaba muy poco. Era desgarbado y de tan alto se le formaba en la espalda una joroba que lo encorvaba hacia adelante. Su pelo largo y desmechado ocultaba sus rasgos aniñados y un par de ojos tristes que daban la impresión de estar pidiendo auxilio. Llegaba cada tarde a donde nos juntábamos, saludaba mascullando un “Hola” casi imperceptible y se quedaba a un costado. No se sabe quién lo había arrimado a la barra, pero él se fue quedando hasta hacerse parte del paisaje. Casi nunca decía más de dos o tres palabras, habláramos de música, de sexo o de bueyes perdidos. Era generoso a la hora de la colecta para cervezas, vino o para hacer refuerzos y muchas veces era el único que tenía plata. En esos días gastábamos horas y noches sentados en la plaza analizando el mundo, la revolución y elaborábamos las más complejas teorías sobre cómo cambiar la sociedad con la filosofía que nos inspiraban los culos de las botellas que, vacías, íbamos apilando. “La Gárgola” siempre llegaba cuando todos ya estábamos reunidos desde hacía rato, saludaba y se acomodaba en un rincón sin hablar. Pocas veces reía cuando los vapores del alcohol nos disfrazaban de payasos pasadas las dos de la mañana. Candidato y blanco fácil de las bromas, otras veces luego de que hiciera el aporte para la colecta, lo dejábamos solo en un murito esperando, mientras nosotros nos perdíamos caminando la madrugada entre divagues y charlas de borrachos. Nunca se molestaba, era un tipo manso, no peleaba ni discutía, él simplemente estaba ahí.
Una tarde el padre Julito, un amigo de la barra, vino a contarnos que se habían llevado preso a su hijo, por haberse entreverado en un negocio turbio. Quedamos impactados y sin poder encontrar consuelo por su mala suerte Después del relato y las explicaciones del veterano, cuando la charla cayó en el silencio de la incredulidad y la impotencia, “La Gárgola” llamó aparte al padre de Julito y se pusieron a charlar durante unos cuantos minutos. Vimos que “La Gárgola” le daba la mano al viejo y desde lejos, mirando a la barra, saludó despidiéndose. Nos dio la espalda y se fue caminado por un sendero de la plaza hasta perderse en la avenida. El padre de Julito se acercó y con cara de asombro preguntó:
-¿Quién es este muchacho?
Le explicamos que no lo sabíamos muy bien, que en realidad lo conocíamos muy poco. El viejo, con los ojos vidriosos y sin entender muy bien, nos dijo:
-Este muchacho dice que no me preocupe. Que en dos días viene y me trae plata para pagar un buen abogado que saque a Julito de los problemas. Quedamos impactados, incrédulos, y sin entender nada. Empezamos a tirar de la madeja, a hacer conjeturas, a rastrear como sabuesos, alguna pista que nos permitiera comprender. Alguien dijo que “La Gárgola” era de familia acomodada, otro, que los padres tenían un comercio. Otro, que había heredado una pequeña fortuna. La verdad es que nada estaba claro, navegábamos en un río de suposiciones que no hacían más que entreverarnos la cabeza. Lo cierto es que, devorados por la profundidad de la noche, nos fuimos a dormir sin entender mucho qué era lo que estaba pasando. Algunos días después, ya con Julito entre nosotros, luego de arrepentimientos y de historias para el olvido, no podíamos sacarnos de la cabeza la imagen de “La Gárgola” entregándole al padre de Julito un sobre repleto de dinero y colaborando con un grueso puñado billetes para la colecta nuestra de cada día. Aquella tarde tampoco habló. Simplemente se acomodó a un costado y soportó nuestras risotadas, nuestras bobadas. Solo hacía muecas apagadas que, en su idioma, era toda una muestra de felicidad. Ese día dejó de aparecer, de la misma manera que había llegado se fue, no lo vimos más. Miento. Vimos su cara en un recorte de diario que contaba la noticia de un delincuente muy buscado y peligroso que a punta de revolver asolaba un barrio pudiente desde hacía varios meses. Un joven violento y despiadado a la hora de los hechos, rezaba el pasquín.
fino. ilustraciòn: Diego Soria.